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  • Luciana Pérez

¿Cuánto cuesta hacer arte?


Sobre Diario Del Dinero de Rosario Bléfari. (Mansalva 2020)


En su prólogo a Los lanzallamas, Roberto Arlt escribe: "Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo". De esta manera, Arlt impone a lxs lectorxs, antes de que puedan leer la obra, que consideren el debate de las condiciones materiales en las cuales se crea la literatura. No solo lo hace estableciendo dos categorías de escritores y posicionándose entre quienes deben ganarse la vida escribiendo. En lo que resta de su prólogo, además, Arlt nos hace partícipes, lo más materialmente posible, de los pormenores de la economía de la literatura. Nos habla de la importancia del tiempo, y de la falta de tiempo. Nos habla del elitismo como pilar regulador del mercado de la literatura. Nos habla del canon y de los márgenes. Nos habla, también, de cómo hace alguien como él para sobrevivir en ese mundo.


Sobre el final del prólogo, Arlt se ocupa de hacernos sentir las consecuencias de esta economía en el cuerpo, lo más visceralmente posible. Dice que al porvenir "nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la «Underwood», que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora". Frente a la ilusión escapista de la novela burguesa, en su prólogo Arlt nos satura de incomodidades. Lo sigue haciendo en la nota final de Los lanzallamas, donde se encarga de contabilizar: "cuatro mil líneas fueron escritas entre fines de setiembre y el 22 de octubre (y la novela consta de 10.300 líneas)"; de hacer hincapié en el tiempo y en la urgencia: "con tanta prisa se terminó esta obra que la editorial imprimía los primeros pliegos mientras el autor estaba redactando los últimos capítulos"; y de contarnos sobre el intercambio de títulos que resultó en que el tomado en préstamo a Carlos Alberto Leumann diera nombre a la obra. Arlt parece decirnos que, para un escritor como él, el aspecto económico se filtra por cada rendija de su práctica, es ineludible.


Esta insistencia por lograr que lxs lectorxs consideren la estrecha relación entre la práctica artística y el dinero es aún transgresora. La división entre aquellos artistas que pueden olvidarse del dinero, omitiéndolo por completo de su obra, y aquellos para quienes es un tema insoslayable, no ha dejado de existir. Rosario Bléfari nos lo demuestra con su singular Diario del dinero, ese hermoso manifiesto que nos regaló antes de morir. Como la de Arlt, esta obra nos viene a enseñar también, en las propias palabras de la autora en la contracubierta, "de qué modo sobrevive en este mundo" alguien como ella.





Escrito a lo largo de treinta y seis años, entre 1983 y 2019, el diario se encarga de pormenorizar la economía de una artista inquieta y multifacética, de desplegar ante lxs lectorxs, como Arlt lo hacía casi noventa años antes, las cuentas, los tiempos, los intercambios y las circulaciones que implica llevar adelante una práctica artística como la de ellxs. Por ejemplo, el 25 de marzo de 2015 Rosario anota:


“A las 7 a.m. pasadas estamos con Nina caminando hacia Rivadavia. Se olvidó la tarjeta SUBE y la acompaño, retándola y quejándome, hasta la Avenida Goyena. Voy al Dupuytren en colectivo, $3,50, luego a la OSA –Obra Social de Actores–, otros $3,50. Autorizo y voy al centro de estudios donde pago $5 de coseguro. (...) Transfiero, de mi cuenta del Banco Provincia, $2.000 a Julián que son de Sué Mon Mont con lo que terminamos de pagar deudas por el disco.


Debería dar clases de nuevo, pero no tengo ganas, solo tengo a la vista reunir algo por la venta de algunos libritos, un cheque de $1.000 de SGAE y $1500 de una charla, en abril. Al final gasto $55 en el bar por mi porrón y el café de Julián con quien charlamos un largo rato. (...) Me pregunto si transcurre un solo día sin gastos.”


El dinero circula desde y hacia sus diferentes prácticas artísticas (como actriz, como música, como poeta) y su desempeño como docente y periodista, estrechamente vinculado a ellas. El de Rosario es un testimonio extraordinario porque se trata de una artista marginal, no solo en cuanto a su independencia del circuito comercial tradicional, sino también por la variedad de disciplinas en las que se desempeñó. A contrapelo de la reputación que en nuestra época goza la hiperespecialización, Rosario Bléfari le escapaba a las categorizaciones. Aparece como una fuerza vital poderosísima que se encarga no sólo de desarrollar su obra en todos estos ámbitos, sino de llevar adelante ella misma la gestión de la economía que la sostiene. Tal vez en resonancia con esta fuerza, las entradas del diario aparecen "desordenadas como si un viento hubiese entrado por la ventana y volado las hojas". No importa en qué momento de los treinta y seis años que el diario abarca nos situemos, la página nos agita con su generosa energía.


El desorden en que se nos presenta esta historia personal nos hace, también, sentir con precisión los movimientos en que se orquesta la Historia de la economía argentina. Independientemente de cuán lejos en el tiempo estén dos entradas adyacentes, la sensación de que la autora va maniobrando el ingreso y la salida de dinero sin respiro, esperando un pago para saldar una deuda y comenzar la espera de otro, es constante. Además, y como ya señalaron Marcelo Bonini y Gustavo Yuste, el desorden también subraya la sucesión de diferentes monedas y la disparidad de valores de acuerdo con la tasa inflacionaria de cada momento. Sin ir más lejos, en la misma entrada citada anteriormente leemos, con respecto a la venta de discos de Sué Mon Mont:


“Ahora solo queda la deuda que tenemos con nosotros mismos y que corresponde a lo que gastamos por la fabricación. Cuando juntemos esos $7.000 y algo, vamos a tener lo mismo que juntamos [antes] de tocar, pero ya no va a valer lo mismo.”


Aquí se condensa y estalla el fenómeno que el desorden de entradas pone de relieve: ni siquiera es necesario saltar entre dos épocas distantes, porque la devaluación ocurrirá en el lapso de tiempo considerado en una sola entrada.


A su rol como artista se le suman en estas páginas otros roles ligados a la trayectoria vital de Bléfari, y sus respectivos relatos. La mujer encargada de administrar la economía familiar mediante su "método holístico", en el que lo importante es mantener la circulación y no hacer cuentas o intentar pronosticar lo que va a ocurrir: sus anotaciones no son para eso sino "para para hacer algo, para ver si se puede escribir en vez de hacer cuentas". La hija que cuida de su padre durante su convalecencia en un hospital. La acompaña en este período Las olas de Virginia Woolf, esa que escribió que una mujer debe asegurarse un cuarto propio y dinero para poder escribir. Una madre para su hija Nina, a quien también intenta transmitir parte de su estrategia para moverse por el mundo siendo una artista. "Se puede hacer cosas ad honorem" —reflexiona sobre el trabajo de la adolescente en un corto— "pero hay que poder decidirlo". La paciente que lidia con un sistema de salud muchas veces hostil, encarnado en el médico que pregunta "¿quién paga todo eso?" cuando Nina y ella le hablan de sus películas.


Entre estos relatos, el de la experiencia de la maternidad es una de las joyas del libro. A pesar del desorden de las entradas que caracteriza a este Diario del dinero, hay algunas "islas de orden cronológico", como, reflexiona Rosario en la contracubierta, naturalmente ocurriría si un viento hubiera revuelto la hojas. En una de esas islas, situada en octubre de 1999, cuenta: "[Fabio] supo que estaba menstruando y me dijo que se desilusionaba un poco porque pensó que tal vez estaba embarazada. Yo le dije que prefería concebir en dosmil. Me dijo que igual alguien concebido ahora nacería en el 2000. Cierto". Más tarde, en otra isla del año 2001: "cuando nazca Nina…, —toda enunciación empieza así, en estos tiempos— me voy a comprar una bicicleta y voy a nadar. (...) Cierro los ojos y veo a Nina por una ventana, la veo claramente, sus ojos, su cara. Un nene quiere darle de comer. Es otoño. La cuna te espera, tu padre también". Frente al efecto que el desorden tiene sobre la cuestión del dinero, en muchas de estas islas cronológicas predomina lo afectivo, cuya narración se vuelve posible y adquiere un efecto peculiar en el todo gracias a esa cronología. En contraste con la inestabilidad que es parte esencial de vivir en Argentina, parece decir Rosario, los afectos nos dan el sosiego que nos permite vivir.




Junto al dinero y los diferentes roles que encarna la autora, circulan los espacios. Las primeras entradas del diario (cronológicamente hablando) están fechadas en 1983, en otra isla ordenada. Capturan las impresiones de una joven conociendo, con curiosidad y entusiasmo, los rincones del under porteño de la época. Se siente obnubilada por la presencia de "Katja", novia de "Omar" (es hermoso cómo en este libro casi nunca figuran los nombres completos, como lo nota Marcelo Bonini). Escucha en el local de este último a "una banda que todavía no tiene disco, Soda Stereo" y después Sumo, "que era lo que habíamos ido a ver" (cuenta Rosario que Luca Prodan canta "Quiero dinero" mientras mira fijamente a Chabán). En una entrada de 1984 aparecen los Redonditos de Ricota, que ella juzga de "increíbles", y toma nota de la puesta en escena: "una soga cruzaba el escenario y una chica hacía equilibrismo, y Enrique Symms, hacía como de presentador o maestro de ceremonias, muy bueno. Dijo algo de la juventud radical, las vacaciones y de la juventud peronista y el ácido lisérgico". Así, el mapa de Buenos Aires se vuelve un cielo titilante donde según la época aparecen y desaparecen antiguos escenarios como Cemento junto a otros nuevos como el CCK, bares notables y bares de cadena, facultades, supermercados, diferentes barrios y recorridos de subte y colectivo, todos estos lugares de ganancias y de pérdidas.


Dejando atrás el ámbito porteño, Rosario nos lleva a otras ciudades importantes de su vida: Santa Rosa y Bariloche las más recurrentes. En Santa Rosa vive su padre, allí lo visita y allí gira dinero para pagar la casa donde él vive, adquirida a través del plan Plan 5000 de La Pampa. Allí pasó Rosario los últimos meses de su vida en compañía de él. En Bariloche filma una película, La idea de un lago, y durante unos días la visita su hija. Juntas van al Hotel Llao Llao, porque Rosario quiere que Nina vea el lugar donde transcurrió su niñez (sus padres trabajaron como personal de servicio del hotel durante la infancia de ella). Sin embargo, aunque Rosario insiste, no las dejan entrar: "como siempre, como en aquel entonces también podía respirarse, Bariloche es hermoso pero el mundo pertenece a los que tienen el poder". Espacio y dinero no solo se vinculan en tanto que el primero oficia de escenario de la circulación del segundo, sino que el dinero determina la circulación por los espacios.


Acabo por el final. En la última entrada (aquí coinciden el aspecto cronológico y el espacial), fechada el 28 de mayo de 2019, Rosario se refiere a la gestión para la publicación del libro que tenemos entre manos. Escribe:


“Voy a la librería para hablar por la publicación de este diario. (...) De pronto Francisco me dice que bueno, que son treinta mil como adelanto de regalías, no recuerdo si dijo la palabra adelanto, pero sí regalías, a pagar en tres veces, y me extendió la mano. Me sorprendió, le dije que sí y se la estreché cerrando el trato, y le dije que iba a poner eso en la última entrada del diario. Al despedirme me regalaron algunos libros y me dijeron que mandara los datos para el depósito. Eso hice.”


Heredera de la tradición de Arlt, Rosario nunca nos permite olvidarnos, ni cuando estamos a punto de cerrar el libro, de lo que ella no puede olvidarse.


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