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Bob Lagomarsino

Documementa



Esta nueva edición del evento artístico más importante de Alemania, que surgió con la excusa de poner al país al día con el arte moderno pero con la intención de hacer algo para reparar la imagen de una ciudad devastada por la oscuridad del holocausto, cuenta con la participación de más de 1500 artistas y curadorxs de todos los países a excepción de Israel y quizás algún otro, ahí está todo el consorcio de las naciones trabajando en Kassel a partir de valores como la amistad, la solidaridad, la sustentabilidad y la comunidad.


Hay algo que llama la atención, ¿quién necesita a Documenta para sembrar papas con sus amigxs, para separar residuos, para armar un club del trueque, para reconocer su propia identidad colectiva a miles de kilómetros de sus vecinxs? ¿La gente de Kassel? o quizás…¿nadie?


A pesar de ser la primera vez en la historia que el eje curatorial está en manos de un grupo artístico (ruangrupa) que promueve el colectivismo y no de egoístas personas individuales que facturan con su propio monotributo, la inclusión parece haber encontrado un límite en Israel. Junto a tantos buenos valores apareció una característica que eclipsó la celebración colectiva, las acusaciones de antisemitismo.


El escándalo se debe a un gran mural del colectivo Taring Padi titulado “Justicia Popular” que representa una escena compleja con una infinidad de personajes estereotipados entre los que se encuentra algo que parece una reversión de la imagen judía construida por la propaganda nazi: un hombre con nariz aguileña, orejas puntiagudas, colmillos y pelo rizado custodiado por policías y con un gorrito con las siglas características de la SS… ¿qué más? bueno… también está la típica cerda de la mossad que cualquier estudiante de la UBA podría reconocer a partir de los afiches antiimperialistas del centro de estudiantes.


¿Eso es todo? Si. Quizás no sea en absoluto interesante discutir si la obra es antisemita o no. En principio porque es abiertamente antisemita, y en segundo lugar porque lo importante del debate es qué puede -o debe- hacer la institución con eso (y aún mas importante qué queremos hacer nosotrxs).


Aquellxs que genuinamente celebran la Documenta, como algo más que la oportunidad de viajar para hacer un mural o simplemente realizar turismo cultural, de alguna manera están comprometidos con sus valores globalistas y su misión de reparación histórica. Cuesta creer que un nazi este de acuerdo en participar de semejante evento.


Por otra parte sería una exageración catalogar al colectivo de nazi, casi igual de injusto que afirmar que la obra no es antisemita. El colectivo, en una entrevista pública, declaró que ideológicamente se percibe como progresista, a pesar de que su obra puede resultar polémica. Además, argumentaron que si bien les hablaron sobre Hitler y el nazismo en la escuela, no aprendieron nada sobre antisemitismo… para no malinterpretar sus palabras mejor dejemos la cita textual: “Escuchamos algo sobre el Holocausto y los nazis en la escuela, pero nada sobre el antisemitismo en sí”. No creo que haya nada hipócrita en sus palabras, sino todo lo contrario. Una sinceridad de la que podríamos aprender algo.


Lo cierto es que el escándalo no sorprendió a todos, es interesante destacar que antes de la inauguración de la exposición los responsables de Documenta habían garantizado, como si fuera necesario, que no habría antisemitismo en la exposición. Una aclaración tan absurda como la de un equipo de fútbol que se compromete en no hacer goles en contra.


Otra de las voces que expresó su enfado, decepción y vergüenza fue la del alcalde socialdemócrata de Kassel Christian Geselle, que salió a decir que nada de eso tendría que haber ocurrido. Tal vez, la voz con más peso dentro del mundo del arte haya sido la de Hito Steyerl que no dudo en expresar de manera categórica: “No tengo fe en la capacidad de la organización para mediar y traducir la complejidad. Esto se refiere a la negativa reiterada a facilitar un debate inclusivo sostenido y estructuralmente anclado en torno al programa, así como a la negativa de facto a aceptar la mediación.”


Finalmente, después de la polémica exagerada (o tal vez no tanto) ocasionada por una obra abiertamente provocadora que no hizo más que cumplir con su propósito, la Directora que no cumplió con su palabra de mantener a la Documenta lejos del antisemitismo, renunció de manera al menos un poco honorable; cosa que otros todavía no han hecho.


La institución, con sus lentos reflejos socialdemócratas, finalmente retiró la obra para desatar algunos lamentos poco comprometidos. La “cancelación”, en su variante moderada-light de la cultura moderna, no es otra cosa que un sinónimo de la censura democrática. Una herramienta desarrollada por en palabras de Mark Fisher los vampiros hipócritas de la izquierda, para supuestamente combatir las expresiones de odio de la derecha enmascaradas detrás de la libertad de expresión, pero que no parece haber logrado mucho más que una cacería de brujas entre los propios miembros de las clases populares.


La indignación con Documenta, por el retiro de la obra o, mejor dicho, la censura, parece algo impostada, adolescente, como una pataleta infantil de alguien que no puede tolerar la autoridad, someterse a una causa más importante que sus propios berrinches, ni cumplir con los deberes mínimos necesarios como para poder vivir en comunidad.


Tal vez el anti-fascismo debería ser un compromiso para luchar en contra del corporativismo, que en el arte no encontraría muchas más alternativas que expresarse en contra de las tendencias a la institucionalización. En ese sentido, si Documenta es fascista no es por la inclusión o la exclusión de una obra que representa motivos antisemitas, sino por el corporativismo institucional que algunos defienden en nombre del altruismo.




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