El metaverso es malo
No es un mundo con un casco de realidad virtual, es una fantasía de poder.
Ian Bogost
En la ciencia ficción el fin del mundo se presenta como un asunto ordenado. El colapso climático o una invasión alienígena llevan a la humanidad a huir en arcas cósmicas o a vivir adentro de una simulación. El apocalipsis de la vida real es más ambiguo. Sucede lentamente y no hay forma de saber cuándo la Tierra estará definitivamente condenada. En estas condiciones, dejar nuestro mundo es lo mismo que renunciar a él.
Sin embargo, a algunos de nuestros compañeros terrícolas más ricos les gustaría hacer exactamente eso. Elon Musk, Jeff Bezos y otros proveedores de viajes espaciales privados imaginan un paraíso celestial donde podemos prosperar como una "especie multiplaneta". Ese es el sueño de películas como Interstellar y Wall-E. Ahora llega la noticia de que Mark Zuckerberg abrazó la premisa de Matrix, y cree que podemos conectarnos a una gran computadora y persistir como envoltorios de carne mientras la realidad se desmorona a nuestro alrededor. Según un informe de The Verge, el jefe de Facebook pronto cambiará el nombre de su empresa para marcar el cambio de enfoque de las redes sociales a "el metaverso". [Actualización: ¡Efectivamente lo hizo! Una semana después de la primera publicación de este artículo, Zuckerberg anunció que la empresa ahora se conocerá como "Meta"].
En un sentido estricto, esto hace referencia a cascos conectados a Internet. Sin embargo, en términos más generales, es una fantasía de poder y control.
Más allá de la ciencia ficción, el metaverso no significa casi nada. Incluso dentro de la ciencia ficción no significa mucho. Ningún artículo sobre este tema estaría completo sin una mención de la novela Snow Crash de 1992, en la que Neal Stephenson acuñó el término. Pero ese libro ofrece escasos detalles sobre el funcionamiento real del mundo de los sueños de realidad alternativa que postula. Una instalación de computadoras en el desierto ejecuta el metaverso y los personajes de la novela pasan el tiempo dentro de la simulación porque sus vidas reales son aburridas o difíciles. Por supuesto, no existe esa entidad hoy en día, al igual que ningún producto real se aproxima siquiera a la idea (extraída de Stephenson o William Gibson o Philip K. Dick) de que la gente se conecte a una realidad virtual paralela con anteojos o implantes cerebrales. Irónicamente, estos escritores pretendían advertirnos de esos sueños en lugar de inspirarlos.
En la explicación más simple, el metaverso es solo un nombre sexy y aspiracional para algún tipo de juego virtual o de realidad aumentada. Facebook es propietario de una empresa llamada Oculus, que fabrica y vende computadoras y cascos de realidad virtual. Oculus también está creando una plataforma virtual en 3-D llamada Horizon, imagínense algo así como estar en Minecraft con avatares pero sin tantos bloques. Facebook, Apple y otros también han invertido mucho en realidad aumentada, es decir en gráficos por computadora que usan cascos para superponer elementos interactivos en una vista en vivo del mundo. Hasta ahora, las aplicaciones más viables de la realidad virtual y la realidad aumentada se pueden encontrar en la medicina, la arquitectura y la fabricación, pero persisten los sueños de su atractivo generalizado para los consumidores. Si esos sueños se hacen realidad, probablemente terminaremos comprando basura y gritándole a la gente a través de una pantalla incrustada en la cabeza, en lugar de hacerlo a través de nuestro teléfono inteligente. Claro, llamar a eso metaverso probablemente suene mejor. Al igual que "la nube" suena mejor que una granja de servidores en los que las personas y las empresas alquilan espacio de discos rígidos.
Es absurdo —pero revelador— que la inspiración para el metaverso sea una sátira. Así como OZY Media malinterpreta a Shelley, Zuckerberg y su equipo malinterpretan la ficción del metaverso. En Snow Crash, como en otras historias cyberpunk (entre ellas la película Días extraños (1995) de Kathryn Bigelow), el metaverso parece intrínsecamente peligroso. El título del libro hace referencia a una droga digital para los habitantes del metaverso, con efectos neurológicos nocivos que se extienden fuera de él.
Ese peligro no ha sobrevivido en la traducción del metaverso realizada por la fantasía tecnológica contemporánea. En cambio, el concepto hoy atrae a los magnates de la tecnología porque conecta la realidad bastante anodina de los consumidores tecnológicos con el sueño de una fuga de ciencia ficción. Al mirar las críticas que reciben las redes sociales y aplicaciones desarrolladas por Zuckerberg se puede comprender fácilmente por qué estaría tratando de encontrar una vía de escape atractiva. El metaverso ofrece una forma de dejar atrás los irritantes problemas mundanos y trasladarse a una nueva tierra fértil. Su metodología es la misma que la de una minera a cielo abierto o un socio de capital privado: tomar lo que se pueda, seguir adelante y no mirar atrás. No es de extrañar que los mundos de ficción con metaversos siempre estén destruidos.
Sin embargo, la fantasía es más grande. Los directores ejecutivos en las empresas de tecnología saben que miles de millones de personas todavía viven gran parte de su vida más allá de las pantallas de las computadoras. Esa gente compra automóviles y cultiva jardines; copulan y miran las hojas que caen de los árboles en otoño. La vida real todavía se filtra a través de las ranuras de las computadoras. Los ejecutivos saben que ninguna empresa, por grande que sea, puede conquistar todo el mundo. Pero hay una alternativa: si solo se pudiera persuadir al público de que abandonara los átomos por los bits, lo material por lo simbólico, entonces la gente tendría que alquilar versiones virtualizadas de todas las cosas que aún no se han liberado en internet. Lentamente, con el tiempo, el mundo material incontrolable se desvanece, dejando en su lugar al prístino, pero monetizable, mundo virtual.
La viabilidad técnica para llegar a ese resultado es pequeña, pero no dejes que eso te moleste. Más importante es la ambición que representa para los magnates que ya han captado gran parte de la atención de la población mundial. Incluso de manera hipotética, un metaverso resuelve los problemas de la física, los negocios, la política y todo lo demás. En el metaverso todas las casas pueden tener lavaplatos. Productos como la ropa y el arte se pueden fabricar sin costo y cambiar como si nada, excepto por las tarifas de transacción cobradas por los proveedores del metaverso. Un metaverso también supone una interoperabilidad completa. Ofrece un camino hacia la consolidación total de un universo en el que una entidad te vende entretenimiento, conexión social, pantalones, anticongelante y todo lo demás. Si se realiza, el metaverso se convertiría en la ciudad empresarial definitiva, un Amazon a mega escala que reúne materias primas, cadenas de suministro, fabricación, distribución y uso en un solo servicio. Es el agujero negro del consumo.
Los críticos posmodernos celebraron y lamentaron la metadiscursividad, la tendencia a hablar de hablar de las cosas en lugar de hablar de ellas. Luego, "volverse meta" se convirtió en una estrategia poderosa en internet, para escapar a cualquier intento de domesticación de las personas o las ideas. En una era de conectividad infinita y libre, el significado se volvió tan abundante que comenzó a parecer sospechoso. Volverse meta puso en cortocircuito la necesidad de lidiar con el significado, reemplazándolo con una montaña de significados diferidos que se alejaban del inicial. Memes, memes, memes, luego aparecen impresos en remeras, luego se repiten en diseños creados en la superficie de un café con leche en una foto de Instagram.
Mientras escribo esto, circula un rumor sobre el cambio de marca de Facebook: Bloomberg informó ayer que la compañía ya posee meta.com, meta.org y quizás docenas de otros meta-nombres, dominios, identificadores y propiedades. ¿Qué mejor manera de convertirse en meta volviéndose meta cambiando el nombre de la empresa por Meta?
A pesar de ser un término escurridizo, el meta tiene otro significado más concreto. En griego, el prefijo meta (μετα) se refiere a la trascendencia. Pero meta también tiene un significado más prosaico, se refiere a algo por encima o más allá de otra cosa. La superioridad, el poder y la conquista vienen de la mano del meta. Un libro de 1928 sobre eugenesia se titula Metanthropos, o el cuerpo del futuro. Un metaverso es un universo, pero mejor. Superior. Un überversum para un übermensch. El metaverso, el superhombre, la nave privada del escape intergaláctico trillonario, el arca en el oscuro mar de hielo derretido. Abandonar una vida real y presente por una hipotética nueva significa renunciar a todo lo demás con la esperanza de salvarse uno mismo. Probablemente eso sea arrogante, pero también soñar con la inmortalidad es admitir la debilidad y el miedo a que, como todas las cosas, tu vida pueda terminar.
The Metaverse Is Bad, Ian Bogost. Publicado en The Atlantic, 2021.
Traducción: Mario Scorzelli
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