El pito acusador
“Todo lo que ocurre con Martinez en los penales sólo ocurre cuando no hay árbitro, que nadie se confunda. No se puede permitir todo eso.”
Esas fueron las palabras determinantes con las que el famoso arbitrio de fútbol Javier Castrilli sentenció el accionar del arquero argentino “Dibu” Martínez —un gesto que según el juez no tiene otra interpretación que la de copular a su rival— y del colegiado Valenzuela que permitió esa expresión repudiable en la definición por penales de la semifinal de la Copa América jugada por Argentina y Colombia.
Después del partido, “Dibu” se volvió tendencia en las redes sociales y proliferaron las argumentaciones a favor y en contra de su actuación. Para algunos, entre los que se encuentra Castrilli, el accionar de “Dibu” debió ser castigado con la expulsión del juego, mientras que en la otra vereda las expresiones del arquero eran vistas como algo pintoresco, folklórico.
Lo contradictorio de las interpretaciones hace parecer que existen reglas distintas para juzgar la misma acción, y las hay: las reglas del espectáculo y las reglas de la moral (o la Critica del Juicio y la Crítica de la Razón Pura). El choque de estas dos visiones es la expresión de un problema tan antiguo como el que impulsó el nacimiento de la filosofía moderna.
¿Es solo un juego? ¿Dónde termina el espectáculo? ¿Quién tiene la razón? Surgen muchas preguntas de este tipo, difíciles de responder, pero que parecen funcionar muy bien para dividir las aguas. Y, cómo en cualquier evento que contribuye a la desintegración social, las alineaciones políticas se marcan con una clara nitidez al igual que las líneas de cal que delimitan el campo de juego... o no? En este caso ¿Cuál creés que sería la posición de la izquierda? ¿La que expresa el folklore popular del juego y el frenesí de los festejos o la que llama a la racionalidad, el apego a las reglas y el dictamen de la moral? No parece tan fácil tomar partido entre esas dos expresiones que atraviesan el arco político, pero la posición peronista es fácil de intuir.
Sería oportuno recordar que Castrilli ganó su reconocimiento por haber implementado la doctrina de la mano dura, caracterizada por un apego estricto a la ley y que introdujo un protagonismo desmedido de la figura del juez; hasta el punto de capturar más atención en el espectáculo que el público y los jugadores.
Su aparición en la escena pública implicó una transformación radical en nuestra manera de comprender y disfrutar el fútbol, y por propiedad transitiva nuestra cultura en general. No deberíamos olvidar sus intervenciones policiacas para reprimir las expresiones más creativas de figuras de la talla del Huevito Toresani y Diego Armando Maradona. Con Castrilli el juicio se impuso definitivamente sobre el juego y las personas prolijas, que disfrutan de peinarse con gomina, encontraron una nueva voz.
En este punto, la innovación introducida en el espectáculo futbolístico por Castrilli podría ser comparable quizás sólo con las transformaciones que sufrió la tragedia griega de la mano de Eurípides. La literalidad, la pérdida de lirismo, el racionalismo más limitado y zonzo son las armas con las que se enfrenta a los poetas encargados de desatar las emociones del pueblo.
El temor de Castrilli, de que no haya un arbitrio impartiendo las reglas como es debido, es el temor de un dictador que siente que la anarquía aún está permitida.
Escucho al relator oficialista decir “… basta de críticas” no le parecerá demasiado cuando llegue a su casa…???
Castrilli continúo twiteando y cómo es costumbre en esa red social, las críticas revelaron rápidamente su posicionamiento político para recordarnos que la oposición se alimenta de la crítica. Podríamos notar en este punto que el arbitrio no es tan imparcial como debería serlo. Al parecer, la doctrina de Castrilli no se limita exclusivamente a lo que sucede en el terreno de juego. Recordemos que este juez apegado a las normas tuvo también su incursión en la política militando para el macrismo (como no podía ser de otra manera).
El pito acusador de Castrilli señala persiguiendo a sus colegas, a los jugadores, a los relatores y al público para exigir justicia. Nadie está a salvo de la mirada omnicomprensiva del experto en juzgar pero como dijo un usuario de twitter: sobre el reglamentarismo de Castrilli sólo queda decir que cuando fue candidato a Jefe de Gobierno no pudo votarse, porque tenía el domicilio en Provincia.
No deberíamos olvidarnos que generalmente el que hace cumplir las reglas no está obligado a cumplirlas y esto es válido no sólo para los jueces, también funciona para los reyes, los policías o incluso los políticos. El sheriff, que según dicen tiene el vicio de emitir cheques sin fondos, continuó desplegando su argumentación:
Martínez debió ser amonestado x conducta antideportiva antes del penal ejecutado por Mina y expulsado al festejar realizando gestos c/ambos brazos extendidos y simultáneamente llevarlos arriba y hacia abajo en forma reiterada con una inequívoca lectura: haberse “copulado” a Mina.
Y, en este punto, surge algo interesante, impensado. Las expresiones del juez adquieren un extraño matiz posestructuralista para señalar la violencia simbólica de las acciones de "Dibu" y hacernos tomar conciencia sobre qué cosas somos capaces de naturalizar y justificar. Estos fueron los dichos de nuestro juez:
La importancia de la palabra. Estamos estructurados a través de ella. Influye, presiona, condiciona, engaña, atemoriza, inhibe, distrae… obtener una ventaja deportiva mediante su uso indebido es un acto desleal que afecta la deportividad. Seguir considerando “folclore” prácticas indebidas dentro del fútbol nos espeja como sociedad y condena a quien lo denuncia al escarnio público. (“con la verdad no ofendo ni temo…” José Gervasio Artigas, quién falleció casi en situación de calle en Asunción, Paraguay. Triste…) Los gestos. Pocos espacios pueden alcanzar al fútbol en cuanto a la carga simbólica que adquieren los gestos. La violencia simbólica en el fútbol se expresa a través de ellos. Es habitual encontrar en él cuestiones sexuales y de género. Proviniendo de los protagonistas es grave. En el fútbol nos quejamos de la violencia sin embargo la naturalizamos y justificamos (peor aún) cuando nos favorece. Lo de Martínez constituyó un claro ejemplo de violencia simbólica (los gestos - expulsión ) y de distracción indebida (sus mensajes orales - amonestación)
¿Deberíamos escucharlo a Castrilli?
Parece que tenemos muchas preguntas para hacernos. A pesar de la acción repudiable del arquero argentino, la periodista Angela Lerena, encargada de los comentarios de la televisión pública no hizo ninguna mención a la polémica, quizás por el entusiasmo y la excitación de los festejos. Pero, después del partido, los gestos de "Dibu" no solo llamaron la atención del réferi, sino que despertaron algunas voces bastante más interesantes que se atrevieron a poner en tela de juicio los valores del fútbol que, al igual que el rugby, no constituirían otra cosa que la escuela de masculinidad y depredación de una sociedad violenta contra las mujeres.
Indagando el universo de las interpretaciones simbólicas hay otra hipótesis que podríamos explorar. Quizás, el fútbol es una forma en la que la sociedad argentina expresa su amor por la violencia. Reúne un crisol de experiencia masculina —narcisismo, salvajismo, rivalidad de status, excitación de las masas, primitivismo— que no es otra cosa que expresión simbólica o magnificación del yo. Pero también el fútbol expresa lo que la sociedad considera diametralmente opuesto a la condición humana, es decir, la bestialidad.
En esta interpretación simbólica el jugador de fútbol masculino, así como el fanático de fútbol, identifica a la pelota con su pene (su yo ideal) pero también con aquello que más teme, la pelota en su arco, por no decir, en su cola. El fútbol se une con esas potencias demoníacas en las que las bestias amenazan constantemente invadir el espacio personal con goles en el arco. Vencer puede ser, también, sodomizar, romper o matar.
Tal vez, el fútbol representa la excitación a la violencia, el furor, el deseo de la animalidad así como su temor sujetos, a su vez, a una serie de reglas que las contienen pero permitiéndoles desplegarse. Es la guerra en un tiempo y espacio suspendido, es la guerra hecha juego, es decir una estructura simbólica en la que el furor y su temor pueden hacerse realidad transfigurada en una institución del espectáculo mercantilizado separando a la violencia de la vida cotidiana, aunque también, puede fallar en contenerla, y así desbordarse.
De manera similar a la que un estudiante de filosofía y letras puede ir a ver Edipo Rey en el teatro para contemplar como se siente un hombre que mata al padre y tiene sexo con su madre, otros pueden ir a ver un partido de fútbol para sentirse parte de un todo atacado, atormentado, desafiado e insultado. En esta variante interpretativa, el hincha de fútbol más que sentir el juego experimenta el éxtasis de ser parte de una hinchada que se quiere enfrentar a otra banda con una arquitectura y una ingeniería social que puede hacer que una guerra entre naciones se transforme en una Copa América.
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