GLORIA MONTOYA
Mi mundo se limita a un dibujo sobre la tierra
de senos puntiagudos cuajados de recuadros verdes
dorados, celestes
a un cuerpo de ciudad extendida al sol
a un techo de glicinas
un río, un arenal, un grupo de islas
asomadas bajo la corriente.
En 1960, a los 25 años, Gloria Montoya recibió la beca del Fondo Nacional de las Artes que le permitió realizar el viaje europeo. La estadía en París, como el proceso previo de aprendizaje en Buenos Aires, fue central para su formación en la continuidad renovada de las estéticas modernas. La estancia en París permitió el encuentro activo con el pasado que, sin embargo, fue fagocitado con la celeridad de los nuevos tiempos: “Hay que venir a quemarse las yemas en las gargantas de los colosos y levantar entonces los muros del mañana”. Estos muros del mañana fue el construirse como artista de las vanguardias, insertarse en el movimiento dominante del informalismo y la pintura matérica. En los años sesenta, afirmada estéticamente en la pintura no figurativa, fue fundadora del Grupo 633 junto a Felipe Aldama y Gerardo Zapata, puntal de la renovación de la plástica entrerriana en sostener los lenguajes contemporáneos, acorde con el imperativo de la lógica cultural global.
Las obras de esta exposición dan cuenta de la experimentación que Montoya llevo a cabo con las cualidades azarosas de las tintas y los pigmentos diluidos; con la reinvención del collage como proceso creativo, que además supo integrar con la escritura poética en el mismo soporte. La subjetividad controlada se afirma en el despliegue hasta el límite de la superficie (que sugiere una continuidad factible); por otra parte la elección cromática permite pensar, más cuando la horizontalidad es predominante, que se trata de la abstracción del paisaje. El sustrato de lo visible es la naturaleza del arenal, del río, de las islas que asoman bajo la corriente. No se trata de una representación genérica ni de la disolución empática de la artista en el paisaje, al contrario es el camino sensible inverso: la abstracción lírica de una interioridad, es el paisaje el que se internaliza en la existencia. Por ello, notablemente surgen luego los seres; figuración que se enhebra con lo universal y, a la par, con el imaginario del Litoral. Montoya, desde la férrea voluntad de desarrollar una imagen contemporánea y la didáctica que eso implicaba en Entre Ríos de los años sesenta, comprendió que la fuerza artística residía en una identidad local sin localismos. La síntesis personal que logró de la conjunción de la abstracción con la figuración puede comprenderse desde la genealogía de la imagen en la naturaleza. Una cualidad de su obra es la búsqueda de ritmos, en una repetición de formas que varían y se enriquecen a partir de sutilezas cromáticas en una misma unidad, como si se tratase de una creación desarrolla a partir de la musicalidad poética. Paradójicamente cuando la forma actúa como poema ilustrado asoma una disputa, una dinámica de campo de fuerza.
La portada del poemario Tierra América representa dos seres -pareja primordial- con sus rostros de aristas de madera, casi máscaras con los ojos en lo alto hacia el cielo ausente. Los cuerpos unidos, como si surgieran del limo. La contraportada es la imagen en negativo; negra densidad que no es solo gráfica: el libro se publica un par de meses después del golpe militar de 1976. Tránsito entre el sueño de liberación y la anticipación metafórica de la represión brutal, que se inicia en la Conquista: “Talaron las tipas y los jacarandáes / las calles son ahora largos cementerios despoblados / de árboles y pájaros”.
MUESTRA PUENTE
Fondo Nacional de las Artes, Noviembre 2021.
Curadora: Manuela López Anaya
Textos de sala: Roberto Amigo
LA PORTLAND es una plataforma de arte contemporáneo entrerriano.
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