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  • Julián Astelarra

Hado de plata




Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío,

no, he de hacer algo,

no, no he de hacer nada


Fragmento de Piedra Fundamental, Alejandra Pizarnik.



La hipótesis es: La pintura es el hado que protege la existencia de Juan Tarraf.


Desde una incansable búsqueda introspectiva surge un modo de pintar, una paleta acotada y un cierto ordenamiento de símbolos. Hado de plata es el título del conjunto de pinturas que Juan Tarraf presentó hace algunas semanas atrás en la sala/atelier/casa Observatorio del barrio de la Boca. Estas obras son el resultado —o mejor aún el conflicto— del

trabajo que comenzó momentos antes de la pandemia, llegando hoy el momento de ponerlas a prueba en el espacio.


Toda obra de arte puede insertarse en una genealogía específica. Mientras que la pintura abstracta geométrica y concreta busca eliminar todo rastro de subjetividad, la pintura de Tarraf se alinea con las experiencias informalistas de fines de los años 50 y con la Nueva Figuración de comienzos de los 60. Luego de la década posterior, donde la pintura estuvo relegada a un segundo plano, en los años 80 vuelve a tomar fuerza con tres icónicas exhibiciones: Grupo IIIII en CAYC, La Anavanguardia en Estudio Giesso y La nueva imágen en la Galería Buen Ayre. Estas exposiciones direccionaron el rumbo de la pintura a nivel local durante los años siguientes, y además evidenciaron como una nueva subjetividad retornaba enérgicamente a las prácticas pictóricas. Sin embargo, y entendiendo que el informalismo no trascendió como se esperaba que lo hiciera, la red de influencias que construyó jamás desapareció pudiendo ser retomada en cualquier momento de la historia. Visto de esta forma, Tarraf hoy rescata algunos aspectos de estas experiencias pasadas, como por ejemplo la paleta saturada de un rojo sangrante, la furia en la pincelada y la utilización de la espátula (y también cuchillo) directo sobre la tela. Más allá de las similitudes materiales y técnicas, estas pinturas son decididos reflejos de la experiencia íntima del artista. Revelan inquietudes existenciales, esotericas y emocionales que decantan en imágenes abismales y penetrantes.


Rápidamente se puede distinguir que hay una enigmática forma ovalada que se repite en varias pinturas. Para el artista se trata de ovalos esotericos, espejos o agujeros negros. Esta forma es todo lo que afirma el artista, pero también es todo lo que le espectadore pueda imaginar. La pintura de Tarraf es decididamente abierta pero esconde su secreto de les que buscan solo un sentido literal. La combinación de grafemas estilo rúnico y de pictogramas articulan un lenguaje difícil de explicar. Para interpretar los mensajes ocultos en estas pinturas hay que mirar hacia lo hondo y caminar una agotadora senda de enigmas y misterios. Hay que dejarse arropar por estas sombras oleosas y entender que nada ni nadie que acepte el riesgo de existir es inmortal. Luego de atravesar los pantanos grises, el fuego y la sangre, la entrega y el esfuerzo es recompensado con el descubrimiento de lo indescifrable; estos son los laureles que nos entrega la muestra.


La fuerza y la agudeza de estas obras se enfoca en encontrar formas de entender la existencia del ser humano a través de sus causas internas.


 

Hado de plata es como un laberinto de espejos. Las pinturas son superficies que reflejan nuestra conciencia y nos enfrenta con nuestros propios abismos mentales. En este complejo juego de espejar el espacio se vuelve denso, enrevesado y personal. La inspección interna nos sumerge en una profundidad donde no alcanzamos a ver el fondo. La

sensación de estar en un espacio insondable, majestuoso y riesgoso al mismo tiempo logra desorientar y espantar hasta el más incrédulo y miedoso de les visitantes. Lo que intento señalar es que hay una dinámica caleidoscópica entre el espacio interno del artista, el espacio pictórico y el espacio interno de les espectadores. Este prisma triangular de espejos refleja hasta el infinito el contenido que hay en cada uno de estos espacios. Lo desconcertante ocurre entonces cuando se pierde la diferencia entre observador y observado. Dicho de otra manera: la conciencia se desdobla para observarse a sí misma.


Finalmente, y volviendo al principio, pintar para Tarraf es el impulso desconocido que vibra desde su interior. Así, es como el oficio se vuelve una actividad de socavación donde lo personal encuentra imágenes que logran interpelar a sus espectadores de la misma forma. Esta muestra, con curaduría de Desire De Stefano y texto de Bernave Arevalo, le devuelve al espacio y a quién la ha habitado, la experiencia de apreciarun a situación tan íntima como el interior de un hogar. El resultado de meses de trabajo sostiene la dinámica equilibrada entre las obras, y nos deja una sensación inquietante y perturbadora acerca de quién o qué somos cuando nos enfrentamos con nosotres mismos.



Juan Tarraf, Hado de Plata, curaduría Desire De Stefano, Observatorio, Buenos Aires, 3 de

diciembre - 19 de diciembre 2021.

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