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  • Ana Sejmet

La fuerza política más ineficaz de la historia


"El eje central por el cual soy un judío anti-mesiánico es porque un mundo intervenido por el mesías enviado de Dios se tornaría totalmente insoportable y aburrido. A mi me divierte solo el quilombo general y permanente de la sociedad. No creo en el mesianismo, es una construcción falsa de la historia. Era propia de los hebreos de la Edad Antigua que vivían de desgracia en desgracia. La vida y sociedad son cíclicas, no es que está todo para el carajo y de repente cae un salvador a cambiarlo todo para siempre. Sería espantosa una vida donde esté todo bien y no pase nada. Lo lindo de la vida es que haya quilombo, destrucción y reconstrucción cíclica. Por eso soy del Tercer Mundo y odio al Primer Mundo. Declaro extinguida la idea imposible del mesías extraterrenal."


Carlos Maslatón.


Ser libertario es un comportamiento adolescente similar al fanatismo por cualquier banda punk que toca en un sótano meado. Los libertarios pueden reconocerse a partir de su compromiso devocional con una ideología extremadamente impopular entre las “personas de bien” (humanistas socialistas) y por la negativa a comprometerse en prácticamente cualquier cosa. Posiblemente, esto los convierte en la fuerza política más ineficaz que haya pisado el planeta Tierra en toda la historia. Su disgusto generalizado con la política en su conjunto (la casta) y su decepción eterna por lo que ellos perciben como la degradación inevitable del país los ubica en el espectro político como utopistas ingenuos. Utopistas por el sueño fracasado de construir una sociedad ideal siguiendo principios abstractos sin un programa. Ingenuos porque resulta evidente que si no es posible planificar la sociedad de arriba hacia abajo, tampoco es posible rediseñar la sociedad de acuerdo a sus ideales.


Uno de los elementos centrales de este movimiento es la adhesión de los jóvenes. Hay muchas razones para comprender esto, el fanatismo de los adolescentes se explica por su alta tolerancia con el caos social masivo. Volvamos a pensar en la imagen del sótano meado con una banda punk desconocida tocando ¿Quién estaría dispuesta a meterse en ese antro? Bueno...hay motivos para hacerlo, la mejor música viene de esos lugares y deberíamos reconocer que tiene cierto atractivo; Ricardo Espinosa salió de ahí. El punto es que quizás no sea tan inteligente construir una ideología puramente a partir del colapso social entrópico. Al menos no parece un proceso sostenible en el tiempo. Más allá de las atracciones estéticas y libidinales, en términos de practicidad programática, no hay nada. Los adolescentes libertarios no tienen un programa y posiblemente lo que están defendiendo conduce de manera perversa al extremo contrario de lo que dicen que quieren con sus quejas infantiles.


De todas maneras, no seamos tan injustos con los adolescentes, las “personas de bien” también se quejan mucho y tampoco parecen darse cuenta que los libertarios no tienen ningún programa que vaya a ser implementado por su aparato burocrático de régimen centralizado. Es a partir de esa inútil incomprensión mutua que los ingenuos libertarios y las “personas de bien” reafirman su idealismo. Ambos creen en principios abstractos, cosas como los derechos individuales o los derechos humanos, que surgen de una naturaleza esencialmente fija y que definen una forma ideal contra la que debe medirse la sociedad actual. Sin importar cuales sean esos principios abstractos, aunque se trate de la libertad individual, la propiedad privada, el derecho a la vida, al trabajo, a la seguridad social o a la libertad de expresión, en el fondo, comparten la visión de diseñar una sociedad que se adapte a una naturaleza humana congelada para toda la eternidad.

La incomodidad de las “personas de bien” con los derechos que embanderan los libertarios, podría servirles para salir del estancamiento en el que se encuentran sus propias creencias. Quizás, solo así, sin darse cuenta, la reacción que generan los libertarios puede llegar a servir para confrontar el realismo capitalista a partir de nuevos ángulos que ofrezcan alternativas interesantes al callejón sin salida del pensamiento político universalista, naturalista y existencialista.


Tal vez, mientras todos se están quejando, lo que deberíamos preguntarnos es lo siguiente: ¿Quién se está ocupando de conducir? hay algo que las psicólogas infantiles y las adiestradoras de perros tenemos muy en claro. Una buena conductora no puede ser taaaan democrática. Una no le permite a un perrito o a unx niñx hacer caca en el living, sino que se ocupa de enseñarle otras formas, aunque tenga que pegarle un chirlo en la cola. El perrito tiene que obedecer, no vamos a pedirle que vote donde quiere cagar. Algo parecido sucedía con Alberto, cada vez que se mandaba una cagada necesitaba que aparezca una conductora para enderezar el rumbo. Agarrarle el hocico con firmeza y decirle ¡mirá lo que hiciste! ¡está mal! ¡no es por ahí! Desgraciadamente, parece que Cristina ha decidido dar un paso al costado y, como ya vimos, ni los libertarios ni las "personas de bien" están en condiciones de conducir nada (mucho menos la Argentina); unos porque no tienen rumbo y otros porque no pueden. Mientras tanto, el Fondo Monetario Internacional se prepara para "co"gobernar.


Con este panorama, las voces de Alejandro Galiano y Martín Rodríguez pueden ser de utilidad para pensar que hacer en medio del caos. Recordando el año 2001 Alejandro Galiano nos dice que "Siempre será racional apostar al caos, siempre será buen negocio esperar que las crisis maduren" y Martín Rodríguez se ocupa de continuar el razonamiento como si completara el axioma racional invocado por Galiano "¿Dónde está el 2001? En el deseo de que todo estalle para que todo se ordene."


El problema para Argentina es que seguir el curso de la entropía es un proceso prácticamente inconsistente. Si repasamos toda la evidencia histórica (al menos desde la Revolución Francesa hasta nuestros días) encontramos que el partido del caos siempre es reprimido por el partido del orden. Incluso aunque alguien no simpatice en absoluto con el partido del orden, estoy seguro que el triunfo del partido del caos es algo que no lo convence demasiado; quizás por eso es una muy mala bandera política. El partido del caos siempre será reprimido y nunca se le permitirá dirigir el proceso.


Por otra parte, el hecho de que la materia se esté desmoronando no significa que se convertirá en polvo en un instante; puede pasar por muchas fases intermedias en el camino. Esta larga combustión suena más bien como un sistema autopoiético, un organismo que crece y se reconstruye continuamente a medida que colapsa en diversos grados.

En este punto, podríamos reconocer que la ecuación de la tendencia caótica tiene conexiones con la denigración explicita a la planificación y encuentra algún eco (por el momento inaudible) en las preocupaciones libertarias. La figura del austriaco Friedrich Hayek es especialmente interesante y Lucas Rubinch se ocupó de señalarlo oportunamente. Hayek creía que el capitalismo funciona porque está esencialmente a cargo de sí mismo, tenía fe en el sistema de precios, en el conocimiento tácito y en instituciones que evolucionan sin que los humanos comprendan cómo y por qué.

Rubinich nos presenta un detallado análisis de las estrategias retoricas y discursivas ideadas por Hayek, una suerte de liberalismo comunicacional, que etimológicamente -al menos- continua preservando una raíz comunista, es decir, una orientación hacia el común: el sujeto abstracto de la comunidad. Como ya vimos, la posición que embanderan los libertarios, es una mera propaganda que carece absolutamente de cualquier programa político. Una publicidad que no vende ningún producto. En ese sentido "la resistencia" a la que invita Rubinich solo parece operar como una pauta de consumo para las televidentes. Si los libertarios son solo un fenómeno comunicacional, alcanza con apagar la tele. Pero quizás no sea una buena idea cederles la iniciativa política que ellos mismos reconocen no poseer. En esta dirección, el desafío parece ser no solo desmitificar la resistencia como hace Bob Lagomarsino, sino encontrar la forma de conducir una política.


Algo que quizás no estaba en los planes liberales de Hayek, ni en los de los actuales adolescentes libertario (que no tienen planes), ni en los de las personas de bien, es la posibilidad de que el mercado se reduzca a una función pura, que opere completamente a través de la materialidad, sin una mente externa que lo supervise, sin las ataduras de los propósitos y las ideologías humanas. Tal vez no estamos en presencia de un ataque al racionalismo constructivista que requiera de nuestra resistencia para combatirlo, sino de un irracionalismo cósmico en expansión.


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