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  • Mario Scorzelli

Las plazas-pinturas



“No” es el título de la exposición de Verónica Madanes en Fantazia y a pesar de tener algo autoritario e imponer cierta distancia, sería justo mencionar que también es una palabra familiar para alguien que se encuentra comprometido con la tarea de cuidar a unx bebé o a un cachorro.


No morder pantuflas, no meter el dedo en el enchufe, no hacer caca en el living, no tirar la computadora por la ventana son cosas que una persona emancipada tiene incorporadas de manera casi instintiva, pero hay otro universo de criaturas que pueden llegar a necesitar de ese monosílabo para encontrar un límite que les permita relacionarse con nosotrxs. El No es básicamente un concepto especial, que abre y cierra portales…


¡Un momento! ¿Qué tiene que ver todo esto con la muestra? Al parecer no trata en absoluto de cachorros ni de bebés, sino de pinturas ¿o no?


Quizás podríamos reconocer que pintar tiene similitudes con sacar a pasear a un perro, solo se requiere un poco de imaginación y tiempo libre para que el parecido se vuelva evidente. Ayer por la tarde —sin dudas el mejor horario— fue uno de esos días de paseo que tuve la suerte de visitar pinturas; en este caso, las que están colgadas en las paredes de Fantazia —uno de los pocos espacios de arte a los que puedo ir caminando desde casa con una criatura pequeña—.


Mi impresión fue bastante clara: las pinturas son como plazas. Si atendemos a las cualidades del soporte y las capas coloridas de la superficie, es fácil apreciar la semejanza de esos objetos con las plazas: generalmente son rectangulares, algunas tienen más verde que otras, atraen a gente curiosa, trazan varios recorridos, hay que tener mucho cuidado con el marrón porque es un enchastre.


La relación entre el pincel y la mano también es análoga al vinculo entre el cachorro y su dueñx. Algunas veces el perrito tironea de la cuerda y otras se deja guiar sin presentar resistencia. Es fácil imaginar a un perrito ocupando metonímicamente el lugar de los pelos del pincel, sobre todo cuando recorre la pintura marcando el territorio o se apoya insistentemente sobre algún lugar como si estuviera descubriendo con el olfato algo que se encuentra escondido. A su paso el pincel levanta la tierra, pisa el pasto, mueve las piedras, persigue una hoja de diario que vuela sin destino, juega con una rama o una pelota, deja un charquito de pis en un árbol o una montaña de caca en el camino.


Al recorrer las pinturas de Madanes se observa una gran variedad de paisajes y es tentador animarse a construir una tipología a partir de esas diferencias: hay plazas-pinturas nocturnas de cemento en las que se vende droga, plazas-pinturas arboladas donde se practica gimnasia a la sombra, plazas-pinturas enrejadas en las que se suelta a los bebés para que intercambien virus, plazas-pinturas para tomar sol mientras se mira el paisaje con edificios en el horizonte, plazas-pinturas con borrachos y, por supuesto, plazas-pinturas con perros.


Las plazas —y metafóricamente las pinturas— también presentan paisajes muy diversos, con más o menos luz, con juegos para niños o aparatos de gimnasia, con ruidos de autos o pájaros. Sin embargo, a pesar de tantas diferencias, todas parecen tener algo en común que las convierte en plazas, como si tuvieran una esencia invariable y lo único que cambia es la apariencia. Quizás esto se trata de una complicación originada por las limitaciones de nuestro lenguaje, que identifica cosas muy diferentes con la misma palabra y no nos permite comprender que en realidad cada plaza —y cada pintura— es algo único. Esto, que resulta una obviedad para cualquier perro, puede ser muy difícil de entender para nosotrxs.


Es posible especular que unx críticx de arte (cualquier espectadorx con olfato) tiene algo de sabueso. Es decir, que su intuición no se guía exclusivamente por las formas y los colores que le muestran los ojos, ni por los razonamientos lógicos y deductivos que se desprenden de la observación, sino que es capaz de seguir el perfume de las plazas-pinturas para llegar a un lugar diferente a esas categorías preestablecidas que tanto se parecen a una perrera.


En estos días se ha vuelto demasiado problemático hablar de las pinturas — casi tanto como hablar de la fantasía— . A veces se recurre al marxismo más ortodoxo para tratar de interpretar en las marcas que dejan los pinceles la historia de la lucha de clases o, peor aún, se cae en alguna variante de la filosofía analítica que, con una insensibilidad extrema, se limita a hacer referencias a aspectos técnicos y nos manda a guardar silencio sobre las cosas que realmente vale la pena hablar.


Explorar la positividad del No, que permite abrir portales y trazar conexiones, podría guiarnos por un camino más soleado para pasear a través de ese tipo particular de objeto civilizatorio llamado plaza-pintura, algo tan relevante para el desarrollo de las ciudades como las catedrales, las casas de gobierno o los bancos que las rodean.


*Las plazas-pinturas pueden ser lugares de recreo para despejarse un rato, pero también son capaces de congregar manifestaciones revolucionarias o funcionar como escenarios para la realización de actos patrios que consolidan el poder. Son espacios ideales tanto para el reinado del principio de autoridad como para el nacimiento de una rebelión.

Sobre las plazas-pinturas y la exhibición "No" de Verónica Madanes en Fantazia


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