Leer y escribir (Capítulo 1)
Capítulo 1: Mardulce, Damián Tabarovsly, familia Zorraquín
En los últimos meses estuve pensando en tres cosas: cambiar la font con la que escribo en google docs, radicalizarme contra el uso del punto y coma y por último en quienes me han formado en la literatura a lo largo de los últimos quince años. Lo primero no lo cambiaré, seguiré usando Arial. Lo segundo lo tomaré como una manera de ver la vida y si me tengo que defender robaré con la frase con la que roban muchos, es una marca de estilo. Lo último sí lo pensé con más seriedad, dándome mi tiempo en esos momentos en los cuales los transeúntes, los mozos, los locos que hacen pie en el centro o sea mi gente, mi público, mis fans, me miran preguntándose qué hace esa mirando la nada desde hace 3 horas en ese bar. Ahora me toca escribirlo.
En el año 2014 empecé un camino de manera involuntaria. Me había separado, luego de apostar a un proyecto de familia que naufragó y contenía en mi todos los errores que no son errores son la vida de una mujer, no trabajar para sostener una casa, incluso si venía, un hijo. Había aportado mucho, ladrillo para empezar, a esa construcción que se vino abajo y me encontré preguntándome qué hacer. Siempre quise escribir en algún lugar, no tanto publicar un libro, pero tenía una idea sobre el mundo literario un poco formada a base de prejuicios que luego fueron verdades, igual la pregunta sería cómo entro yo acá, sin universidad, sin amigos, sin apellido. Mi único contacto directo con un escritor fueron dos años intermitentes entre mis 22 y 24 con Laiseca y desde ya leer, leer y seguir leyendo. Pero eso era muy poco para penetrar en el mercado editorial argentino o eso me parecía. La vida puso algunas cosas en su lugar, cada tanto publicaba estados en Facebook que llamaba atención a gente que sí pertenecía a ese mundo pero yo no lograba ubicar en un mapa de vida propia. Una tarde me escribió un contacto llamado Daniel Gigena para conocerme y me citó en un bar céntrico, El Gato Negro. Me entregó una pila de libros y me sugirió escribir algo sobre alguno, el que quiera. Lo hice para un sitio chileno, que luego edité por muchos años, y me fue relativamente bien. Sentada en mi casa sin agenda de contactos de ningún tipo, pensé que mi carácter que se hace social y ameno solo cuando lidio con una o dos personas, opresivo y distante ante números mayores, no me iba a ayudar mucho. Qué hacer, se preguntó Lenin y me pregunté yo quebrada económica y emocionalmente en Boedo. Y me dije, sin saber nada de nada de lo que quería hacer, voy a probar con editoriales chicas. Y probé con mardulce.
Fuí a buscar por primera vez libros a mardulce entre la primavera y el verano de ese año. Me dieron una pila de libros inmensa, dos se los di a Daniel Gigena, otro se lo dí a mi amigo Martin Gomez al que le pedí, me acompañara en esta locura de reseñar y el resto me los quedé yo. Los miré largamente pensando por dónde empezar, me decidí por la ficción ya que había decretado que eso era lo mío. Leí Zanzibar de Thibault de Montaigu, bajo un calor violento, al costado de una pileta de natación, tomando agua mineral sin gas y comiendo frutas, en el corazón del barrio de Almagro. Habré tardado tres tardes en leerlo y solo porque el calor no me permitía ir más rápido. Escribí una ¿reseña? ¿crítica? ¿comentario? excelente en donde creo haber afirmado que el francés respondía a la tradición de Bolaño. Omití, error que ya no cometo, a su traductor Ariel Dillon y compartí el link esperando todo pero mucho más esperando la nada. Me senté a esperar tomando mate que alguien dijera algo y nadie decía nada a lo que dije acepto la decisión del jurado. Pero a la media hora me escribió el francés en cuestión para decirme que le había encantado lo que había escrito, yo le conteste en francés y me preguntó si hablaba francés y le dije no esto es lo único que sé. Reímos, pero nadie se estaba riendo de mí y para mi eso fue muy importante.
La familia Zorraquín, la fundadora de Mardulce, me agregó a Facebook. Su editor Damian Tabraovsy no usa redes sociales pero enseguida me acercaron su celular para cualquier duda, entrevista o pregunta que tuviera a mano. Ese año me invitaron a una fiesta de fin de año y yo llegué hasta la puerta pero me sentí abrumada por tanta gente. Sostengo cada cosa que digo en redes sociales en los ámbitos llamados ahora reales, pero muchas veces el problema no es sostener el discurso, es sostener el corazón. Tenía el corazón roto entonces me fuí con mi tristeza a tomar el 180.
Pasaron algunas semanas o unos meses, no recuerdo con precisión. María Zorraquín me escribió para acercarme algunos libros y me dijo que pasara por la editorial que en ese entonces estaba en Almagro. Fuí y estaba Damián Tabarovsky a quién nunca había visto en persona. Yo había estado estudiando en mi casa el catálogo de la editorial, lamentando no poder pedir libros porque habían sido editados años atrás. La lógica que conocía era la de los grandes grupos en donde solo se pueden pedir novedades del mes, cualquier otra cosa no se pide. Me querían dar libros de Selva Almada, pero Damián me vió mirar los libros y me preguntó qué querés, yo no sabía qué decirle. Me dió un libro de Silvina Bullrich y me apuró con las palabras, lo leíste, no leíste esto, leelo. Me dió también uno de Elena Garro y El gran libro del dandismo con textos de Balzac, Baudelaire y otros. Yo le dije que no sabía si podía decir algo sobre textos no ficcionales y Damián me preguntó, por qué. Y, le dije, no pisé una facultad en mi vida. Me contestó que no interesaba, que leyera igual. Me fuí con mis libros a un bar, leí el libro de Bullrich esa misma tarde. Al otro día escribí una reseña elogiosa sobre Teléfono Ocupado, que me pareció una locura de libro. Leí todo Bullrich desde ese momento, los fuí sacando de la casa de mi mamá a quién aún tenía conmigo, otros los saqué de la calle Corrientes por menos de 40 mangos cada libro. Una tarde le comenté a un librero que estaba en plena fiebre por Silvina Bullrich y entonces me dijo que tenía que leer a María Angelica Bosco y yo, dócil, le dije dale. Leí a María Angelica en unos días que me tomé con mi amigo Martín en San Antonio de Areco. Antes de irme Damián me dijo que pasara a buscar un ejemplar de Ozick porque había comentado que no la había leído, entonces también en ese verano en el campo cercano leí a Ozick y me hice creyente de Ozick. Selva Almada no me interesó, jamás me va a interesar, pero se me hizo irrelevante. Sentía que estaba en algo o como dicen los jóvenes: en una.
Murió mi mamá, horrible. Yo había empezado a hacer informes de libros para algunas editoriales, tarea que muchos creen menor pero nada es menor si lo hizo antes Elvio Gandolfo. Había progresado mucho, casi todas las editoriales me mandaban libros y yo era feliz en la infelicidad absoluta. Empecé a hablar mucho con Juan Zorraquín, le dije que estaba mal él siempre tenía algo bueno para decirme. Lo entreviste para la salida de su novela, Medicina y fue una gran entrevista, honesta, grata, creo que es la única buena entrevista que hice porque claramente eso no es lo mío. Le fue bien y ese año, 2015, si fuí a la fiesta de mardulce. Hable poco.
Ese verano me lo pasé en modo ente. Fuí de vacaciones a Ostende, lo mejor que me pasó fue cavar la zanja para proteger la carpa de la lluvia, después leí a Christian Ferrer, a Chabon y en un momento sentí que era raro no tener ningún libro de mardulce. Pasaron los meses, lo llamé a Tabarovsky para una entrevista en un programa de radio donde iba una vez por semana. Salió muy bien. Después de la feria me escribió para que vaya a buscar unos libros. Ese año escribí sobre: los ensayos reunidos de Cynthia Ozick, Anne Berger, Margarite Duras con traducción de Pizarnik, Sarlo, Sofia Kovalécskaya, Margaret Cavendish y Mariátegui. En paralelo leía a otras editoriales, era mucho, pero estaba en un momento de lectura alto. Harwicz por otro lado no hizo mella en mí, tampoco me interesó. Articular los si, los no, los mejor no, los gracias pero no, es un arte. Si es si, no es no, pero es más complejo. Para el final de este ciclo de lecturas ya tenía el cerebro absolutamente tomado. Seguía, seguiré, sin tener el ojo afinado que tienen Tabarovsky o Chitarroni, pero estaba formando una manera de ser ser y estar presente con más aplomo. Las lecturas de Ozick contra los titanes, con los titanes a favor de los titanes me pusieron en un lugar que no tenía previamente y si en el desafío de articular un no, no puedo hacerlo con la elegancia y la generosidad de los si, tenía que tirarme para atrás. Me costó, pero me sentí más civilizada.
En el 2017 María me escribió para mandarme un libro de una nueva autora, Carla Maliandi. Su novela “La habitación alemana” me ponía en guardia, una argentina dando vueltas por Europa, otra novela más de una persona de las letras o las ciencias sociales, dando vueltas por el primer mundo. Pero dije que sí. No quería escribir sobre autores argentinos, después de la reseña de La Uruguaya de Mairal venía esquivando la escudería local. Al mes me enviaron otra joya de Ozick, La Galaxia Caníbal. Ozick a esa altura era la fuente de muchas de mis ideas, maneras de ver el mundo, estructural y en un futuro contarlo o al menos comentarlo. Para fin de año me encontré con Tabarovsky en una celebración en la editorial, me impresionaba que siempre me saludaba con fluidez y me daba charla. Muchas veces en el ambiente editorial, grandes comillas, la gente no te habla si en vos no detecta una fuente para obtener algo. Como me dijo una amiga, la sensación frente a la esfera literaria es la de entrar ya siendo alguien. Eso es así, aunque digan que no es tan así. De cada charla con Damián yo sacaba algo, cosas, fuentes, informaciones, autores, ordenaba en cada cajón mental que leer y en la traducción de quien, intenté leer a Chefjec no me salió pero no importaba, intentar también cuenta, leí a Serras Bradford al día de hoy no lo entiendo, pero leer lo leí, finalmente debo decir que no hubiera leído nada de Flaubert sin la intervención de Damián. Así que finalmente leí a Flaubert y lo tengo anotado en un papelito: diciembre 2017 finalmente leí dos libros enteros de Flaubert.
A esa altura ya llevábamos dos años con Macri y eso significaba que me habían bloqueado de redes sociales, de la vida y de las próximas vidas que voy a vivir, una parte no importante pero significativa de editoriales, escritores y allegados. El campo editorial estaba en una guerra en donde se gastaron todos los cartuchos que se deberían estar gastando ahora. Pero cuando te preocupa más como colarte en un avión a Guadalajara que pensar un país de acá a veinte años te pasan estas cosas. Pero mardulce seguía ahí, los libros seguían llegando y todos esos libros habían ido construyendo una seguridad sólida. La política ya la tenía, en general lo que dijera un escritor sobre cualquier cosa relacionada a un PBI o la micro y macro de este país me tenía sin cuidado y en eso creo tener a la mayoría de los argentinos de mi lado. 2018 se arma una charla sobre la situación del campo editorial argentino, estoy casi segura, que no la ví porque ya tenía en claro algunas cosas, podía tener fallas, inseguridades, errores, al escribir, leer y editar. Pensé todo lo que digan esos editores acá va a quedar viejo muy rápido. Hoy 2022 esa charla apocalíptica es ciencia ficción, no hay un solo compatriota que no quiera el USD 2018. La gente que habla en presentaciones, cocktails, vernisagges y cita sus viajes, estadías, doctorados en Europa o Estados Unidos o Corea, tiene que evitar hablar de enredos, aprietes, económicos porque el futuro del dólar no se mide en una resma en Argentina. No va. Si la situación en el 2018 era crónica cuál es la situación del 2022. No es fácil escribir esto, pero lo hago por la valentía que me dió el despliegue de lecturas que vengo describiendo. Leer para mucha gente es conseguir publicación, becas, charlas, irse de este país que odian. En mi es pararse de igual a igual, poner la cabeza a discutir cada día mejor, pensar más rápido, afilado, concreto. Y entender que los que me hicieron pensar, también me dieron herramientas para pensar en contra. Y eso, buscado o no, es la generosidad. Escribo esto porque soy alguien.
La novela de Carla Maliadli me sorprendió, me reí, la disfruté. La comento en un bar de San Telmo con Magalí Etchebarne, otra gran escritora, que se pregunta como yo el porqué de su poca repercusión en el ambiente. Mi conclusión es que si la mujer no habla de locura, maternidad o temas similares, va a tener que luchar más por todo. En el 2019 me encuentro con Damián en un brindis de fin de año que mardulce despliega, me comentó que en el 2020 iban a editar un segundo volúmen de ensayos de Ozick, todos inéditos en castellano. Me pareció espectacular. Tres meses después estábamos todos encerrados.
Encerrada recibí libros de mardulce, una tarde con todos los protocolos a mano me enviaron el libro de Ozick. Decidí salir a pasear con el libro, toque de queda, prohibiciones, no me importaba nada. Metí la cámara, la billetera, el DNI y el libro de Ozick en la mochila y me fuí a caminar sin rumbo, pero estaba en el cual fue quizás mi único momento francés en vida, vagando por las calles, descubriendo la ciudad dormida, admirando detalles que nunca había visto, observando incluso nidos de pájaros, detalles de arquitectura y fundamentalmente el cielo. Caminé y caminé en esas semanas, siempre con el libro en la mochila, una tarde me senté en un pasaje para sacarle una foto. Volví a caminar, compré un café en un Havanna, me senté en una plaza para el momento un atrevimiento y leí. Nadie se dió cuenta que yo estaba ahí en plena infracción, ni la policía, ni los dueños de los perros, ni los transeúntes. Volví a mi casa pensando en que la literatura es una esfera de invisibilidad tan potente que te permite cometer lo que, hace unos minutos en la historia, era un delito.
Del 2020 a 2022 todo fue un largo año, nunca tuve una resaca pero esa parece ser la sensación que impera. Me dí cuenta que extrañaba pasar por mardulce o hablar con Juan en su casa, integrarme a conversaciones que yo no imaginé podía tener. Casi tenía nostalgia de una vida que suelo rechazar, la de las presentaciones, los brindis, hablar con escritores, en fin, circular, pertenecer. Para fin de 2021 Juan me envió su nueva novela, venía dedicada, me conmovió profundamente. La leí con lentitud en la terraza de GEBA, el nuevo club al que voy, buscando seguir formando un carácter de nacimiento, que suele perderse por inseguridades o tristemente por fantasmas. En algunos de esos días leí también, no lo terminé, el libro de Ivana Acosta, que toca algunos engranajes que creí eran importantes para mi pero no lo son. Comenté la existencia del libro en redes, ella me parece a la distancia amable, interesante y desde ya talentosa. Un chico me respondió y ahora somos amigos, la función de los libros no es nada más acumular horas de lectura en el cerebro o decir “yo leí” al aire y a quién a esta altura. Es hacer contacto con otro ser vivo.
En el presente ya he tenido varios encuentros en mardulce, todos afortunados. A la presentación del libro de Juan fuí con mi amiga Ángeles y junto a ella vino Carlos, fueron felices en la terraza tomando vino, comiendo un asadito, compartiendo un whisky, impresiones de vida que mezclaban La Rioja y Buenos Aires. Me alegró verlos felices, llevarse libros, disfrutar. Esa noche volví a mi casa genuinamente contenta. Yo también volví a mi casa con libros, que siguen formando en mi cabeza un cosmos personal que se ordena por fortuna, azar y también el conocimiento que supe acaparar en estos años de vida que ya son muchos. Un dique se rompió en mi, no por eso se baja la guardia, leí la novela de Pablo Maurette que me había negado a leer. Me divertí, el mozo del Petit Colón me preguntó que estaba leyendo porque se divertían viendo mi diversión y yo le dije no te puedo decir, lo tenes que leer. Subí el sábado a la vieja confitería de GEBA, con una terraza con plantas que ya nadie cuida, en macetas hechas en piedra, con formas de grandes copas, con un salón en donde el piso es pinotea, con barra integrada, espejos esmerilados y grandes arañas. Terminé el libro de Maurette ahí y empecé otro de la misma editorial, con la que a esta altura no me une la relación de intercambio de ejemplares a cambio de publicación de una foto o una crítica, eso es muy poco frente a la trama de la vida que inscribe una historia que amenaza con imprimirse para siempre.
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