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  • Francisca Lysionek

Los corazones de las chicas más lindas


Un solo corazón es anfitrión para la reunión de dieciséis voces con una consigna quizás demasiado clara: decinos qué es el amor. Podemos entenderlo como un muestreo (ni aleatorio ni simple) de cómo amamos y cuáles son algunos de los objetos de este amor hoy en día.


El concepto que motoriza a este libro tiene cierta lucidez, sospecho que ha logrado darle una forma posible a algo que late fuerte actualmente, digo las vicisitudes del amor, que ahora es entendido tanto como enemigo público cuando resulta conveniente, tanto como bandera principal de un proyecto evangelizador que simula tener soluciones para los dolidos miserables, víctimas de un supuesto modelo impuesto coercitivamente para amar.

Así en tantos momentos de la historia, también ahora condenamos como perversas y erradas algunas cristalizaciones del amor. Por un momento, creímos tener la respuesta, luego se transformó en arena y se deslizó por nuestras manos, se voló con el viento. Dijeron amen libremente, y ahora esta compulsión se transformó en norma, cambiamos de amo y acá estamos: dolidos y miserables de nuevo.


Y sí, el amor tiene algo de producto forzado sobre los desprotegidos, pero eso también lo tiene el arte, la muerte, el espíritu, y la ecología. Hay que empezar a aceptar que nuestros estados elevados del ser se manufacturan, no tiene nada de malo.


Si uno lo piensa en abstracto parece absurdo, una fantasía infantil hecha realidad: el amor siempre fue parte de la agenda política humana, un fenómeno sujeto a legislación y regulación. Es decir, el amor ha sido pasible de ser capturado por las fuerzas del mal en todo momento, y posiblemente su única trinchera sea la poesía.


Algo es seguro: el amor total no existe, amamos en función de una jerarquía, sin la cual no podemos darle valor a las cosas. Al menos de momento, así lo exige nuestro cableado interno. Un solo corazón es una prueba valiosa de esto. Santi Villanueva ve con ojos de enamorado una pintura de Figari, la describe con la misma pasión con la que Ana Montes habla del hombre que ama. Cada poeta ha elegido desde dónde contarnos qué es el amor, y ahí solo puede haber ricura. Hay momentos brillantes, llenos de esperanza adolescente, e infaltables odas al desamor.


En un poema, Santiago reúne al barroso Victorica, los paisajes pantanosos de Larco, el fondo marrón eterno que intuye cada cosa que Tiglio pinta, y la geometría insólita que aparece en medio del fango que arrastran los escenarios de Butler; los encierra en una casa en el Tigre y los une en santo matrimonio, que en realidad es una escuela, una cosa común que se delira y se vislumbra entre una orgía de muchachos. Está hablando de la caca, ese es el elemento totalizador que iguala todas las manos. Un poema oda a la caca, como ese marrón que fundó un estilo y quizás definió una época de pintores.


Uno de los estados más elevados del libro posiblemente sea el segundo poema de Antonio Villa, oscuro y retorcido, un momento vital y honesto, digamos que impecable por la despejada claridad con la que se nombra a sí mismo como perro triste y abandonado. El fluir de conciencia lo lleva a localizar la raíz de su miedo al amor en la sombra de su padre, que es de esos que se van y no vuelven. Así explica su personalidad, y en vez de causarnos rechazo, nos conmueve, porque se muestra vulnerable, que es el gesto amoroso por excelencia. Algo similar sucede con un texto de Juan Gabriel Miño que imagina a los chongos sentados en ronda, todos mirando a su mamá, como diciendo ¿ven? la sangre es más espesa que el agua, no esperen más de mí.


Un solo corazón abunda en aforismos que condensan la histeria casi universal que requiere el amor para ser un plato realmente nutritivo. Este formato brevísimo y aniñado tiene su razón de ser en la idea original de la antología. El primer formato de estos poemas consistía en dieciséis cajas forradas en terciopelo con forma de corazón y bombones de chocolate adentro. Cada caja traía consigo el poemario correspondiente a un autor. En resumen, una versión lujosa y avanzada del entrañable chocolate 2 corazones, el cual supo ser regalo romántico y asequible por excelencia para parejitas jóvenes y empobrecidas. Recuerdo que en la primaria las chicas lindas coleccionaban los insulsos poemas que venían dentro del papelucho, los pegaban en la heladera y se sentían más lindas todavía.


El espíritu 2 corazones probablemente se sienta más intenso al pasear por los poemas de Triana Leborans, que con sutiles vueltitas de tuerca hace del género chocolatoso una expresión de amor propio en medio de una ruptura que cada vez es menos dolorosa. De alguna manera se regala los poemas a ella misma, sintiéndose la más linda por mérito propio, su felicidad no depende de pavos reales que la rodean y le muestran las plumas, le tiran los perros o le regalan chocolate barato. Una chica autosuficiente, que le arranca esas plumas de la cola a cada pavo que se le acerca y con ellas se hace un abanico.


La fortuna de reunir a todos los autores en un solo libro es que ese gesto delata un costado dislocado y neurótico del amor, que es la infinita variedad con la que se encuentra, se vivencia y se desarma esta experiencia sin dejar de ser universal. Digo que todos la vivimos de una manera más parecida que diferente, y eso es reconfortante.


Decía antes que hoy el amor es entendido como enemigo público. Las chicas escriben sobre su deseo de ser madres, me conmuevo. Un hombre se entrega a la tristeza de una vida sin amor, me conmuevo. Tamara se queda inmóvil ante la quietud feroz de un monumento, después observa las flores que crecen en su jardín. La gente ama ¿quién no podría conmoverse ante eso?



Sobre Un solo corazón proyecto de Triana Leborans, Manola Aramburu y Tamara Goldenberg que reúne chocolate y poemas de Juliana Iriart, Niki Rouge, Mabel, Manola Aramburu, Juan Gabriel Miño, Antonio Villa, Micaela Piñero, Nicolás Moguilevsky, Juliana Gattas, Luki la puti, Fernanda Laguna, Triana Leborans, Santiago Villanueva, Tamara Goldenberg, Francisco Garamona y Ana Montes.

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