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Helena Pérez Bellas

Los perros


En su libro “Estoy tranquilo” Javier Fernández Paupy nos dice: Es cierto que todo animal tiene algo extraordinario. Pero cariño, comida y atención, no todos. Pensando alrededor de ese destino, que funciona también como un dispositivo que esconde una punta para escribir algo que todos ven pero nadie relata, me puse a pensar en los perros, pero no en los perros felices en sus casas, con sus correas, disfrutando con ojos entrecerrados el airecito de un patio o el beneplácito de un aire acondicionado. Me puse a pensar en otros perros, unos perros de los cuales no está hablando casi nadie, entonces voy a hablar yo porque escribir es también picar en punta.


La primera vez que me dí cuenta de Los Perros, así como una agrupación musical, fue hace unos dos años cuando vi venir uno sobre un carrito de cartones sentado como un mariscal, con un gorrito inventado y mucho porte. Su dueño tiraba del carro, los cartones y otras bolsas repletas de donaciones, mientras el perro recibía el sol de Avenida San Juan, un viernes a las siete de la tarde. Que curioso pensé, nunca ví un perro cartonero. Se alejaron y se que muchos al verlos pensaron lo mismo que yo, que curioso, un perro cartonero. Una semana después el mismo perro volvió a desfilar por el mismo lugar, llamó similar atención, una señora salió de un petshop con una bolsa y le dijo al muchacho, pobrecito dale de comer, dale agua. El pibe le dijo, hmm si, algo para mí tiene. Pero la señora se alejó. Yo no dije nada, hasta que ambos llegaron frente a mí y el pibe me dijo, ropa para donar y le dije, no. Se rascó la cabeza y me dijo, agua me podrías dar. Si, le dije, agua tengo. Entre a mi PH, que a todo esto se cae lentamente abajo, para llenar una botella de agua con algunos hielos. Salí y el pibe se estaba secando el sudor con la remera, el perro impávido no parecía estar al tanto de nada. Le dí la botella y me dijo gracias. Puedo tocar al perrito, le pregunté. Si, me dijo, pero si te muerde no quiero quilombos. El perro no me mordió así que no tuvimos quilombos.


Pasaron los años, la vida se hizo cada vez peor, más dura, más compleja y más cara. Pero Los Perros se fueron multiplicando. Una tarde del 2022 (creo, los últimos años son el mismo año y cada día dura diez horas o setenta y dos horas dependiendo que pase) ví a dos perros sobre un carro de supermercado bajando por Belgrano hasta doblar en Colombres. Dos chicas y un chico de no más de diez años iban tras el carro y los perros parecían estar tranquilos hasta que otro perro pasaba cerca, un perro bien, y ahí se armaba el ladrido que de traducirse al castellano podría ser, caniche puto, trolo, botón, aguante Lugano. Una de las chicas estaba vestida con un short de fibrana y la panza fluía delatando varios embarazos, ante cada situación similar ella primero reía y después les decis che, basta, nos hacen quedar mal. El niño por el contrario parecía divertido con la situación. Yo seguí rumbo en el 7 y en natación pensé en todas estas cosas y qué hacer con ellas.


El invierno pasado fui a La Giralda, ahora es un vómito beige. Mientras pensaba estoy pagando una fortuna, hoy el precio es exactamente el triple, me consolaba pensando que dentro de todo nadie vino a pedirme que me vaya de una vez. Al salir me encontré con dos hombres y entre ellos seis perros, los tuve que contar y si, eran seis perros. Y eso que se me murieron dos, me dijo uno de ellos, dos cachorros. Mire con detenimiento a Los Perros, el matrimonio se encontraba tirado sobre un gran carrito de madera, uno de ellos, la hembra creo, comía un helado. Los cachorros se encontraban en un gran tanque azul, con ese olor a leche que tienen los perritos. Puedo alzar un cachorrito, pedí. Si piba, me dijo el dueño de todos, el que quieras. Alcé el perrito, lo abracé con mucho amor. Sentí el olor colmado de la vida que despierta, meterse en mi interior y me dieron ganas de llorar. Hace muchos años, en una inundación que reventó Santa Fe yo estaba en la casa de mis padres y lloraba por los caballos, las vacas, los perros ahogados. Y la gente, me decía mi papá, y la gente. Me acordé de eso, me sentí tonta y vulnerable. Los vas a dar en adopción, le pregunté. Ni loco, me dijo, ellos son mi familia, son todo lo que tengo. Compré unos sobrecitos de alimento para cachorros en el Carrefour y también una coca cola. Volví con todo, le sugerí castrar al matrimonio de perros. No sé, me dijo, lo voy a pensar. Volví a mi casa preocupada por mi economía.


Hay un chico que debe ser más joven que yo, o sea joven, que anda siempre por Corrientes con un cartel que dice que pide plata o trabajo y aclara que no tiene familia. Hace poco una asistente social me comentó que la mayor parte de gente en situación de calle no tiene familia. Después me miró y me dijo, perdón. No pasa nada, le dije. Cuando me muera voy a pedir contabilizar las palabras que más use a lo largo de toda mi vida y van a ser no pasa nada, así juntitas.  Semanas atrás mientras comía un alfajor en La Pasta Frola, me puse a pensar que hacía bastante no lo veía al pibe este y me alegré pensando que quizás había salido de la calle. El sábado siguiente sufrí un revés porque lo volví a ver, pero esta vez no estaba solo, conversaba con una chica y entre ellos un perro muy juguetón, un mantonegro mini pero alargado, como si lo hubieran cruzado con un salchicha o algo así. Al verme el perro empezó a hacerme fiesta y yo le respondí con todo mi amor. Cómo se llama, pregunté. Jorge, me dijeron. Ellos siguieron hablando entre susurros y yo me quedé jugando con Jorge, que estaba abandonando los dientes de leche y entrando al mundo adulto.  Saqué cien pesos, ya casi no manejo efectivo era todo lo que tenía y los deje en una cajita de cartón. El chico me dijo elegite una birome, yo le dije: si. Al otro día en el techo del club, donde la naturaleza también se expresa entre lagartijas, pájaros varios y un par de abejas, estrené la birome en una libreta del MALBA que me regaló Daniel en Navidad. Escribí algunas cosas, otras no, sobre esto de los perros no escribí nada, pero lo pensé y pensé también en mi vida que no tiene rumbo pero avanza.


Con 42 de térmica no se puede nada. El sábado salí de GEBA a las ocho de la noche y me metí en un Mostaza porque tenían el aire acondicionado al palo, quería ir a Los 36 Billares, pero al verlo vacío lo supe: solo ofrecían dos ventiladores que tiran lava en forma de aire. Cerca de las diez cruce para tomar el colectivo, no podía entender que fueran las diez de la noche y la temperatura estuviera clavada en 31. Pensé en ir al cine, cosa que debería haber hecho, pero descarté la idea. Un poco mareada me senté en el cordón, quería leer pero no podía, así que solo mire la calle y a lo lejos vi una forma, el carro de madera cuadrado avanzaba y sobre él reconocí el matrimonio de perros, dormidos sobre una madera dos cachorros toleraban el calor como podían. Murieron dos pensé, tal vez los dió en adopción pensé, quizás están en otro carro pensé, siendo la familia que todos quieren y no todos tienen, quizás se diversificó la familia y hay dos familias, que a su manera sobreviven en la calle con este calor que te aleja del calor de la gente, te corta la luz, te marca los límites. Tener plata es hacer cuatro cuadras y pedir una habitación por tres días en el Savoy y chau. Los perros se alejaron, yo también me alejé cuando vino el colectivo y cuando llegué a mi casa sin luz, sin nada en la heladera, lo único que vi entre las sombras fue el rabo de mi perra, resistiendo entre las paredes de seis metros, esperando por mi, su mejor amiga.




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