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Juan Gabriel Miño

Ojos sin rostro



Este texto acompañó la exhibición individual de Mariano Martínez, Un diablo en mi zapato en la Sociedad Francesa de Tucumán. Y la fotografía de la obra de Mariano que se ubica en la parte alta de esta página, formó parte de Monumentos que crecen hacia dentro, exposición final del Programa de artistas XIV de UTDT. Alguien dijo, alguna vez, que quizás escribir es volverse legible para todos y, para sí mismo, indescifrable: La imposibilidad de descubrir un

significado oculto o expuesto. Por eso dejamos registro del texto y de la muestra, para que estas dos facultades antagónicas, que trae la escritura, hagan eco.


Piense en una persona sola, parada en este cuarto. Intente que el silencio aparezca aunque eso no suceda. No piense en las demás personas. Piense en la persona sola, en este cuarto. Esa persona mira un pedazo de papel que cuelga de una de las paredes y no existe nada más. Las venas de esa persona se pasan al papel, como las suyas a este. Los ojos recorren un manuscrito privado, une signos que nadie más puede ver. Esa persona ve algo así como un goteo, o quizás la sierra naciendo de un suelo. Piensa, tal vez, en una matria, el lado B de la patria, algo que habita una punta, la arista de una montaña. La persona ve en el papel la oscura materia animada por sus propias manos que arañan y dicen ¡ZAS!. Ve rostros que todos juntos se pegotean en cuerpos como clones de clones. Serán mis hijos, piensa la persona. Mis hijos que viven en una ultra fauna sufriente presos de sí. La persona, silente, ve faunos con pupo y cabello puntiagudo. Animales y plantas que se desplazan como hombres. Una criatura brota y un portal nace. La persona funciona ahora entre espectros y dioses. Ve la luz del recinto más interno del cielo que golpea contra el vacío y el fulgor. La persona es por un tiempo un espíritu circundando en un aura pantanoso. Se olvida de unos y de otros, se olvida de sí misma. Hay un estado de conciencia árido de pieles sin un fondo que permite que existan todos los fondos alienados y en simultáneo, en una misma estampida. La persona se sumerge en un monte, en las huellas de una catástrofe antiquísima, al inicio y al fin. La persona mira a alguien y feliz miedito le va diciendo. ¿Comiste, lobo?, le pregunta y no hay figura ni respuesta, y sí un hombre sin forma, sin ojos que observa sus propias manitas. ¿Cuántas manitas más hay? ¿Cuántas manitas más tiene?. Una mujer muestra los dientes, transmitiendo ternura, riéndose. Mientras cae un goteo, un pico, una sierra, una matria que mata al nivel del terreno, pasa entrando por la ventana una mano manota. La madrugada sobrepasa. A esas manos ya las ha visto, con las uñas como garras. Manos uñas con los dedos chinchudos. La mujer se oprime el rostro y grita AR DER, y el cuerpo del hombre inmortal grita frenético profesando su amor por los fantasmas. Hoy la materia oscura animada por mi mano soy yo, piensa la persona, y hace un gesto tan íntimo y exacto como su propio silencio.





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