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Pilar Alfaro

Perdonar



En este breve texto, me dispongo a sumar tímidamente a la escritura derramada de Vir Cano en Borrador para un abecedario del desacato, libro que me compré a fines de 2021. Leerlo fue un mimo, un manto de calor sobre mi cansada mente y cuerpo a esas alturas del año. Sus páginas teñidas de letras resultan una invitación abierta a seguir borroneando los significados que se disparan en nuestra cabeza y, como visiones, nos transportan a rincones de nuestra mente plagados de sensaciones.


Perdonar: estrategia para transitar con el tiempo. No pienso este termino como la forma cristiana donde se expía al cuerpo de toda maldad para devolverlo “puro y limpio” (adjetivos que, ya sabemos, no sirven de nada; aquí abrazamos la mugre debajo de la uña), sino que se trata de dar la bienvenida al empaste y la mancha de nuestro pasado, y dejar que dibuje nuestra cartografía. Perdonar no como el acto de olvidar y arrojar al precipicio, sino como el gesto de mirar la experiencia transcurrida y atesorarla.


Esta palabra está íntimamente relacionada con el “recordar” de Vir Cano “…como una manera de suturar y reparar el tejido siempre abierto de transcurrir, como un modo de recuperación creativa de lo que-ha-sido y aún así no-cesa-de-ser”[1]. Entonces, el perdón brota como otra de las formas de sanar el corte profundo. Perdonar(nos) como un mimo y ungüento sobre la carne sangrante y abierta, reconociendo y abrazando al órgano lacerado. Hacerse un mimo en el pecho, sentir el calor de la propia mano en la piel.


Perdonar esas noches en las que la lengua fue floja por el whisky. Asumir que la perfección no existe ni en los objetos, perdonar para interferir ese mandato a la monotonía, al estado inmutable. Admirar la torcida línea y verla como un trazado libre.


El perdón describe una forma de aprendizaje, en la que nos enseñamos a usar la herramienta sabiendo que vamos a tener que volver a usarla.


Perdonar también actúa como la revisión de un archivo almacenado en la computadora, escrito así nomás un martes a las tres de la mañana. Hoy vemos esos párrafos irreconocibles redactados a los tropezones, pero con la firmeza de retocarlos, retorcerlos, borronearlos. Al igual que con nuestros pasados, presentes y futuros, es la acción que posibilita asombrarse frente al manchón, antes de correr a buscar el Ciff para limpiarlo y evitar que el pegote se seque y ya no pueda limpiarse.

[1]Vir Cano, “Borrador para un abecedario del desacato”, Madreselva editorial, Buenos Aires, 2021, p. 61.

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