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Tobias Mao

Preguntas al templo


Muchas palabras amparan bajo ellas múltiples usos; formas de decir en las que el mismo conjunto de letras puede tener significaciones distintas. Derivaciones que se dan por el propio uso del lenguaje a lo largo del tiempo, charlas y charlas sedimentadas hasta que en algún momento una palabra empieza a funcionar, también, en otro sentido.


La palabra contemplación es un ejemplo que disfruta de esta extensión de significaciones. Un primer sentido podría ser aquel vinculado al acto de ver. Ese “detenerse a mirar”, algo que es percibido y nos invita a detenernos, porque entendemos -o lo que vemos nos hace entender- que es preciso destinar un tipo de atención más intensa. Al igual que la amplia vista de un paisaje suele hacer que quien maneja pare el auto y se baje a mirar, la muestra de Belén Boeris parece conducirnos al inevitable destino de la contemplación.


En Ajenjo Belén no esconde su intención de armar un templo. Al entrar en Casa Proyecto, una capilla lateral de una iglesia de creencias misteriosas parece abrirse ante nosotrxs. La pregunta queda suspendida ¿En qué creen en este lugar? El montaje nos obliga a torcer nuestro cuello y mirar hacia arriba. Las pinturas nos someten a recorrerlas; tan gigantes y con tantos detalles, nos hacen acercarnos, alejarnos, verla toda, ver las partes. Con cada mirada vamos descubriendo nuevos bichitos, hasta entender que todos tienen un par de opuestos con el que interactuar. Cada hueso con su perro, cada bruja con su escoba. Habiendo mucho para mirar, Belén logra encantarnos y depositarnos en este estado contemplativo, un estado que hermana el acto de ver con lo religioso.


Otra forma de uso de la palabra contemplar, podría asociarse con una especie de “tener en cuenta”. En este uso, la palabra parece acercarse más directamente a esa templanza que contiene -Templar con- Algo así como un yo, junto con las otras partes involucradas, intenta llegar a una fusión, una integración que tenga a todos en cuenta, una especie de punto medio que no necesariamente está en el medio.


Quizás este otro uso también nos ayude a entender aquel relacionado al acto de ver. De algún modo, allí el observador y lo observado se templan, se integran de tal forma que cada uno contiene algo del otro, pero sin dejar de ser, sin mezclarse, sin perder su lugar. Algo parecido sucede en Ajenjo con la unión del piso alfombrado de la sala y la pared, cuando se funden uno sobre el otro templando sus fronteras. Lo mismo podría decir de la gran pintura central, que está montada sobre el techo y baja hacia la pared formando una curva tipo rampa de skate. Acá también las uniones del espacio parecen haber sido contempladas y templadas.


Por eso arriesgaría que la contemplación es un término ineludible para esta muestra. Una palabra que se presenta por lo menos en dos de sus sentidos. Una contemplación que de algún modo nos es exigida a los visitantes, deteniéndonos a mirar, debido a que a su vez hemos sido contemplados, es decir, tenidos especialmente en cuenta en este vaivén de situaciones visuales y espaciales propuestos por la artista.


Casi todo parecía contemplado en mi visita a Casa Proyecto, incluso el frio invernal fue disipado por un rico te de la casa. Había, sin embargo, un motivo por el cual me costaba arriesgar hipótesis. Observé dos fuertes polos marcados: por un lado, el ambiente cuasi sacral-religioso que propone la muestra, y por el otro, el gesto infantil, liviano y entretenido de los dibujos a pastel óleo sobre tela.


Tuve la suerte de poder preguntarle a la artista, de dónde creía que habían surgido en ella las preguntas o inquietudes de orden espiritual/religioso. En ese momento, pareció desempolvar un recuerdo que no visitaba hacía mucho y que -a riesgo de equivocarme- diría que ofrece un camino para juntar ambos polos; una pista para intuir donde radica la Fe de este templo.


Belu contó entonces que su semilla espiritual podría venir de algo que solía hacer de chica. Cruzaba al lote baldío en frente de su casa en Ramallo, Provincia de Buenos Aires, cuando caían las noches de verano. Ahí en la oscuridad, con un frasco de vidrio en la mano y el pasto por los hombros, se veía rodeada por cientos de bichitos de luz que se encendían y apagaban. Ella atrapaba a los que podía en el frasco y los llevaba a su casa. Al día siguiente, cuando despertaba, el frasco no contenía más bichitos; todos ellos habían transmutado en hermosas monedas.



Sobre AJENJO de Belén Boeris en Casa Proyecto

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