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  • Bob Lagomarsino

Secretario de Kultura



Ganó Milei con el 55% de votantes hartos de la casta. Sin embargo, la casta sigue siendo un concepto bastante abstracto que nadie termina de entender. ¿Qué es? ¿Dónde está? ¿Quién es? La casta parece funcionar como un significante vacío, algo capaz de reunir una serie de demandas insatisfechas como la inseguridad, la inflación, la pobreza, la corrupción y la desigualdad que en principio no estarían directamente relacionadas pero se revelan equivalentes frente a esa entelequia que absorbe todos los males de la Argentina. La casta se trata de una operación dicotómica típica de la ortodoxia semiológica que busca como resultado erigir la figura de Javier Milei al grito de “¡viva la libertad carajo!” como la única salvación posible.


Esto no sería algo muy nuevo en términos discursivos. Por el contrario, se trata de una construcción retórica muy popular en los regímenes fascistas, al menos desde Benito Mussolini hasta nuestros días. Una retórica que supo ser adecuadamente traducida a nuestro contexto cultural por Ernesto Laclau bajo el nombre de teoría populista. En términos retóricos, la única novedad de “La Libertad Avanza” quizás sea la efectividad a la hora de construir una militancia digital que tomó por asalto el ciberespacio para luego filtrarse en el Estado Nacional. Teniendo esto en consideración, Milei tiene tanto para aprender del éxito de Mauricio Macri para capturar las nuevas demandas insatisfechas de la sociedad como de su incapacidad para resolverlas. Del exito de la Cámpora para introducir a la juventud en la política como de su posterior fracaso electoral.


Si en la militancia de la Cámpora había una primacía de la escucha por sobre la visión, si era más religiosa que filosófica, la militancia digital libertaria parece ser lo contrario y la gente cree tener una voz. El problema de Milei es similar al de un domador de circo, solo resta saber cómo reaccionará cuando se de cuenta que sus leones aún no han sido domados. Ese evento puede comenzar de la forma menos esperada, con algo chiquito, como pisarle la cola a uno de esos animalitos. Tomemos como ejemplo un caso en apariencia muy poco relevante, la designación del próximo Secretario de Kultura.


Si bien Milei supo encarnar con destreza la batalla cultural, no puede hacerse cargo del degradado puesto de Secretario de Cultura, el poder legislativo no puede darle más poder al presidente del que ya tiene establecido en la Constitución. Esa quizás sea la principal debilidad de este nuevo “gobierno” que comenzará lentamente a perder la batalla cultural. Milei, con la responsabilidad de hacer frente a las demandas insatisfechas potencialmente infinitas ya no podrá seguir utilizando la estrategia retórica que lo llevó al sillón de Rivadavia.


Ahora vayamos al grano, el autoproclamado nuevo Secretario de Kultura sería Leonardo Cifelli, que apresuradamente ha salido a manifestarse en La Nación, como si sus declaraciones contribuyeran a abrochar una futura hipotética designación. En este punto es razonable que muchos se estén preguntando quién es y de dónde salió. Sería difícil encontrar algún tipo de argumentación basada en las ideas filosóficas del gobierno que promueven el cambio, la meritocracia y un odio virulento a la casta ya que Cifelli es un funcionario con algunas horas culo de burocracia en el gobierno de la ciudad que supo militar en las filas del Kirchnerismo y no parece contar con más méritos que tener su nombre escrito en la desprolija libreta de una Karina Milei que no se caracteriza por tener muchos amigos.


Si la casta es un sistema de jerarquías, se podría decir que él ocupaba alguno de los últimos escalones, algo así como una cuarta línea del kirchnerismo que oportunamente puede cambiar de signo político en busca de un cargo sin que nadie se de cuenta.


Lxs artistas, que se encuentran en estado de movilización y atentos a la próxima batalla de la guerra cultural empiezan a celebrar por lo bajo esa futura, posible, hipotética, designación. Recordemos que hace muy poco cunado Javier Milei fue al Teatro Colón los empleados públicos de la orquesta lo recibieron al son de la marcha peronista. Hoy, esos mismos trabajadores comienzan a sentirse empoderados al ver a uno de ellos al mando de la burocracia cultural libertaria.


La designación de Leonardo Cifelli como Secretario de Kultura causa sorpresa, A diferencia de lo que afirma su presidente, Cifelli confirmó que “El presupuesto para Cultura no será recortado” también, en dirección opuesta a lo expresado por el presidente electo, informó que continuarán con las obras públicas para la “finalización y puesta en valor del Palais de Glace y de espacios culturales que hace años tienen sus obras de restauración frenadas” y quizás lo más llamativo fue que lejos de expresar una vocación de cambio manifestó su decisión de continuar con las actuales políticas públicas “El CCK me parece que está muy bien, no sirve para nada el nombre, no se lo voy a cambiar, y me parece que está muy bien su programación”.


Volviendo a los méritos, lejos de ser algo así como un sistema de legitimación basado en las competencias que, en el mejor de los casos, puede llegar a tener en consideración la igualdad de oportunidades. La meritocracia de los Milei parece indistinguible del hecho de tener dinero. Los méritos son aquello que la plata permite comprar. Mucho se ha hablado de la compra de cargos y demás aberración anarcocapitalistas, lo que sorprende acá no es tanto la particular lógica de pensamiento que profesa el presidente sino su absoluta incongruencia a la hora de aplicarla.


Afortunadamente Leonardo Cifelli es amigo de Karina Milei y ha sabido operar para ganarse el puesto por sobre otros que carecen de experiencia política como el ex galerista Daniel Abate, compinche de Victoria Villarruel en la Fundación Oíd Mortales, que seguirá llevándola de paseo a visitar exposiciones. El que parece que tendrá mucho trabajo con esta nueva gestión, que no promete ningún cambio, es el exitoso empresario Alec Oxenford, abiertamente antikirchnerista, que hace varios años viene desarrollando iniciativas desde el sector privado incluso más exitosas que las políticas públicas del aparato estatal y parece decidido a dilapidar su capital social apoyando un experimento adolescente que no solo parece autoritario, sino también incompetente.


La primera sensación es que la casta está en orden. El poder lejos de formalizarse, se irá diluyendo. Milei no encontrará tantas trabas en las calles como en sus propias competencias.


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