Todo tiene que ver con todo
La muestra Infieles gira en torno a un tema que felizmente y un poco de casualidad viene siendo algo que ronda mi cabeza hace ya un par de años, y que tiene que ver con la relación entre pintura y poesía. No digo que esto en mi caso sea una obsesión dedicada, para la cual tengo hipótesis graves que compartir ni lecturas inéditas, es más bien una manía neurótica, un prisma a través del cual veo todo.
En Infieles esta relación podríamos decir que aparece dada desde la persona y sus oficios, algo de eso se dice en el mismo texto de sala y con algunas tantas personas ha sido tema de discusión espesa, recomiendo particularmente visitar en esta misma plataforma el ensayo de Sibila Gálvez Sanchez respecto a la muestra, “Ni infieles ni poliamorosos”. Ahí Sibila se mete de lleno con esta idea de la cabeza del artista como una “olla a presión”, el artista que todo lo que toca lo convierte en arte.
Como un Rey Midas pero menos trágico, porque en realidad esa no termina de ser del todo la propuesta de la exhibición. Acá la necesidad de expresión se concentra en disciplinas sin duda legitimadas como formas de hacer arte. La exhibición no muestra la escoba de Bizzio o la máquina de afeitar de Mujica Lainez, se muestra Obra en la mayoría de los casos, y en otros algo que quedará a juicio del espectador clasificar como Obra o garabato.
Decía entonces que acá se ha elegido poner de manifiesto la relación entre pintura y poesía de una manera que realza la figura del artista, en el sentido de su quehacer, no su biografía. A veces resulta sorpresivo, en ese sentido me gusta mucho el texto de Malena Low que está en el catálogo, y que reflexiona sobre esta sorpresa al enterarnos que tal pinta o tal escribe, y corta tajante este asombro con la frase “todo tiene que ver con todo”. Pero no es un todo tiene que ver con todo holístico y espiritual, sino casi autoevidente. No hay necesidad de sorprendernos cuando comprendemos que las condiciones están dadas para que los artistas desarrollen sus prácticas de esta manera.
En otros casos, a nadie puede sorprender la presencia de ciertos artistas, que son tan conocidos por pintar como por escribir.
La relación entre pintura y poesía no es un tema en sí mismo novedoso, sino todo lo contrario, es bien histórico. El origen está en el mismo que la civilización occidental, y puede arriesgarse que su renovación se ubica en el contexto parisino decimonónico. Es ahí donde se le da una vuelta de tuerca, y si bien la gran mayoría de los artistas visuales desde siempre se han inspirado en textos escritos para tematizar y plantear sus obras; en el siglo XIX sucede su contrario, y abundante poesía empieza a ser escrita a partir de la visión de cuadros contemporáneos.
Sin pretender empezar a historizar el asunto de esta relación Ut pictura poesis o de la escritura ecfrástica, sí menciono esto porque me parece que tiene un poco que ver con esta idea de Malena.. del “todo tiene que ver con todo”. Es realmente así, y de nuevo, no es esotérico, sino que puede ser explicado, especialmente desde la sociabilidad de los artistas, sus modos de relacionarse, los espacios y las instituciones, los intercambios. Entonces, aunque el tema pintura y poesía no sea noticia, lo que sí será siempre interesante es pensar la configuración que toma esa relación en cada momento y lugar.
Y pensarlo es, por lo menos, complejo… con varias aristas desde donde agarrarse… En mi caso, desde esta obsesión personal en la que me veo sumergida hace un tiempo, no puedo dejar de ver esta relación entre las obras y las dos disciplinas como una de lo más vital, encantadoramente dependientes entre ellas. Me las imagino así, aunque no resista el menor análisis, es mi fantasía, que sin la otra pierden entidad. El texto no puede existir sin la imagen, pero la imagen cobra un sentido nuevo desde las palabras que avanzan hacia ella.
Se habla como una cualidad positiva de las obras que se sostengan por sí mismas, que un cuadro no necesite un choclo de texto al lado que la explique habla bien de la obra. Pero acá en esta fantasía mía nada es autoportante, ni autosuficiente, sino que las obras son absolutamente vulnerables y se necesitan entre ellas.
Así se generan diálogos entre las obras, diálogos infinitos entre dos presencias, y ese diálogo les da entidad, ya no son dos cosas, sino todas las cosas posibles, en ese sentido hablo de vitalidad… las obras que empiezan a charlar entre ellas y sus límites dejan de ser claros, se vuelven demasiado útiles para terminarse.
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