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  • Helena Pérez Bellas

Un caníbal



Corren tiempos difíciles para hablar de ciertas cosas, la vida es irónica y la política dicen da revancha y las mujeres vienen avanzando, pero el avance parece ser como el de La Matanza, al abismo.


Los violadores han cobrado la entidad de criatura fantástica, se transforman según su origen, clase social y gusto por el deporte. Si son rugbiers entonces el problema es que el rugby es un deporte de derecha, perteneciente a las élites de este país y es casi una cuestión de predisposición genética que en el rugby se pegue, viole o mate. Si el violador en cambio es un chico que no encuentra el shampoo hace unos meses, anduvo de mochilero por ahí, está a favor de todas las reivindicaciones del progresismo, atención que la cosa cambia: la culpa es de una sociedad que le enseña a violar y matar. Como dicen algunas trasnochadas el problema parece ser un tecnicismo de la lengua, tenemos que modificar el lenguaje para que los varones cambien. Ese pensamiento de universitarios que no conocen colectivos de tres números o se ríen entre cuchicheos de no saber qué hay después de Nazca y Rivadavia, es de enorme utilidad para las mujeres que se organizan en grupos para tomar los colectivos de las zonas más picantes de la ciudad o el Gran Buenos Aires y se van acompañando codo con codo para al menos aparentar que la unión hace la fuerza. Algunas universitarias incluso las conocen, les limpian la casa.


No conozco mujer que no esté harta. Pero no están hartas de los hombres nada más, están hartas de las mujeres. Pero ojo, algunas mujeres no todas las mujeres. Algunas llevan años comprando libros sobre feminismo, fueron a talleres y por todo eso pagaron desde ya. Otras se la jugaron pensando que internet es un cuerpo real y dijeron sus verdades para terminar entendiendo que el “yo estoy” solo existe físicamente. A los bits se los lleva el viento. Es fácil hablar con el diario del lunes y es poco elegante decir yo te avise. Pero exactamente cuántos años necesitan las mujeres, así como un colectivo inventado a la fuerza, un poco como categoría política para generar puestos, otro poco para que la minería de datos para colocar objetos sea precisa, para darse cuenta que no va más. Porque un año está bien. Dos vaya y pase. Pero años y años sin resultados, con un ministerio reventado de guita y un grupo importante de minas con sueldos de cinco ceros, mientras para la porteña promedio comprar yerba La Merced es un acto económico de heroísmo, no parece ser la vida que prometió el feminismo y el partido político en donde anidan sus sueños y deseos. Que les pagamos todas vale decir, porque a esta altura hay que decirlo. Las mujeres entramos al mercado laboral para emanciparnos, no para ver con impotencia, bronca y consternación como la guita que nosotras también ponemos y aportamos, se revienta en políticas que no nos sirven para nada y llena de alegría, ¿a quién no le gusta la plata?, a otras.


Las cuentas en Argentina ya no cierran. Un país con un 50% de gente en situación de pobreza es un país que está muerto y el feminismo, el del establishment porque otro no parece hacerse presente, se presenta como un caníbal que cuando tiene ganas nos revolea un tampón gratis y cuando se siente acorralado agarra fuerza y con el poder de los followers juntados a base de encantamientos varios, toman la autopista de la victimización y tratan a quien no acuerde de desagradecida o de misógina. Cuando ven que del otro lado no se afloja te dicen hace algo vos. Te torean, imitando un poco ese lugar que le daban los hombres a las mujeres, de inútiles, de buenas para nada. Es que el feminismo hace rato se convirtió en una pantomima de los comportamientos de los hombres a la hora de generar poder o sostenerlo. Se cae a pedazos todo eso, que está construido sobre barro y laburo ajeno, que ahora se mete con el lenguaje porque la realidad le es totalmente ajena.


Cada mujer hace su vida. Todos los días, desde el primero hasta el último. Yo ví morir a mi vieja después de hacer una vida que muchas veces me pregunte si fue feliz, en el Durand después de luchar con PAMI durante semanas, meses. La última atención médica que recibió mi mamá de parte de PAMI fue un diagnóstico de resfrío y a las 12 horas estaba muerta. Estoy viendo morir a las madres y abuelas de mis amigos, conocidos y compañeros de trabajo de la misma manera, en clínicas que son morideros, con el mismo protocolo dantesco de la paranoia del 2020 y sin poder estar ahí todas las horas que una madre necesita a su hijo. Y yo pienso, en todos los años de aporte, trabajo, crianza, vida de esas mujeres y lo que implica morir en Argentina sin plata para una obra social que cualquiera de las aventureras del feminismo oficial puede pagar cómodamente. Y pregunto, ya que estamos acá escribiendo un texto que quizás lea alguien o quizás no. ¿Nosotras vamos a ser la generación que permita que nos pase exactamente lo mismo? ¿Nosotras vamos a ser la generación, la última quizás que aporte plata seria a este país, para que estas mujeres que territorializan bien una “política” nos muestren por instagram que les va más que bien? Porque no se trata nada más de un hecho delictivo tipificado en el código penal, aunque algunas que ya parecen un poco asustadas quieran negarlo. Se trata también de nosotras. No solo de cómo queremos vivir, y estamos viviendo mal por si alguien no se enteró, también de cómo queremos morir. Así de picante está la cosa, eh.


La mayoría de las mujeres de este país somos minas, que laburamos en condiciones precarias algunas, en buenos trabajos otras, en fábricas, oficinas, en casa, con hijos o sin hijos, con emprendimientos para hacer uñas o vender ropa o libros o lo que sea, freelanceando las que se permiten el verbo en inglés y haciendo changas las que no. Y creo, me parece a mi, vinimos a este mundo a hacer algo mucho mejor que sostener día tras día esta pequeña y mediana empresa que es el feminismo. Vendría siendo hora de cortarla porque con un banco rojo no nos alcanza, una copa menstrual en precios cuidados tampoco, un hashtag para la indignación menos.


La determinación para vivir la tiene cada mujer en su corazón. Hora de usarla, sin pedir perdón, menos que menos permiso.


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