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Candela Benetti

Un perrito no es un monumento


Hoy me pasó algo muy triste, voy a contarlo antes de que el escrache me saque las fuerzas para expresar mi punto de vista. No creo que comparta esto en ningún lado, porque las fuerzas de contarlo en público se me fueron primero. Fui a caminar por la plaza Congreso, desde hace unos días tengo conciencia de una nueva relación con este espacio; me compré un café y dos medialunas. Era llamativo: ¿Por qué me sentía tan feliz estando ahí? No tenía vergüenza y ni siquiera necesitaba la merienda como excusa para caminar en círculos y mirar a lxs otrxs. Pensé que la plaza estaba más linda que nunca, que con la pandemia habían aparecido grupos nuevos, como los bailarines de folclore, un grupo del que se puede ser parte incluso si une está cansado, porque basta con aplaudir un poco para seguir en comunión.


Empecé a sentir que se delineaba una nueva terapia para repartir entre todes el trauma de ya sabemos qué, con los grupos clásicos de sufrientes y apasionados, los que se reunían desde antes, como evangelistas o gitanos, que serían los padrinos y las madrinas. Hoy fui más allá, pensé que más que un espacio terapéutico la plaza entera era un ser vivo ¿Cómo puede ser si no que siguiera tan solitaria, y contenta? Me costó mucho encontrar esta sensación de compañía, necesitaba algunos árboles en los que apoyarme ¡Estuve tanto tiempo dando vueltas para ir, por ejemplo, al cine sola! Después lo logré y fui a ver una película de tres horas, entonces Dios me premió y me mandó un novio, y al año y meses vino la pandemia.


¿Dios me habrá castigado hoy? Antes del episodio del día había empezado a hacer algo irrespetuoso, inventé un juego: encontrar un dealer, encontrar a alguien enamorade, encontrar a alguien arrepentide, encontrar une niñe malcriade, encontrar una abuela amorosa, encontrar una injusticia, encontrar un pájaro que parezca otra cosa. Por ejemplo les xadres del niñe malcriade e incluso le niñe podrían sentirse muy mal, si se enteraban... pero yo creí que éramos lo suficientemente fuertes y que el placer de este feriado arrasaría con todo y nos guiaría para pensar con desapego.


La Pachamama de Congreso me decía lo propio:

Ríete, ríete con tu estilo no llorón, ese es el que necesitas, has estado atormentada por ser una muchacha buena y con susto, dí cosas un poco pícaras y recoge corrientes vitales dentro de ti misma.

Entonces me senté en un banco y vi lo más hermoso que un ser humano en Buenos Aires puede ver: un perrito vestido, con un traje de polar imitación leopardo, subido a un cochecito por unos instantes. Saqué el celular de mi riñonera e hice zoom para sacarle una foto. Entonces vino una señora: A ver la foto que le sacaste al perrito. Se la mostré fingiendo que el único problema que percibía era que no había enfocado bien (sentí que ella estaba enojada y quería proponerle con mi tono un mundo más ingenuo y compasivo). Pero ella quería darme una lección contundente, tenía opiniones sobre la justicia y quería que me ponga a mi misma y a mi hijo imaginario en el lugar del perrito. Un perrito no es un monumento, me dijo. Y yo encontré que además de ser una hinchapelotas justiciera de internet amaba mucho a su perrito (un típico caso de cuanto más odio a la gente más amo a los perros). Quizás algo tan importante como la historia de los derechos o el mismísimo Dios o el pulso de esta plaza -si es que esta también juzgaba- le daban la razón algún día; por todo eso la miré a los ojos y le dije Mil disculpas, no lo había pensado.


Ella me sacó una foto a mi, para fijar la enseñanza. Debo haber salido con el ceño fruncido y mis ojos habrán expresado que mi alma estaba lejos, a los tumbos por distintos estadíos, tratando de encontrar un poco de dignidad para mantenerse firme... Disculpas, señora, en serio. Hoy es un lindo día... (yo, mucho más acomplejada también, quería sacarle el jugo a esta experiencia y trataba de agregar unos matices para seguir conversando). Horas después pude fantasear con un mundo donde solo haya fotos de monumentos y donde tengamos que esperar a que se alejen las palomas posadas en ellos para fotografiarlos.


Soy un ser humano desagradable, muy ansioso por poseer la belleza. Pero esa foto del perro está llena de amor y es tierna como intento de retener el mundo que se está terminando. Cuando quise volver a mi casa, humillada, pasó la señora otra vez a mi lado mientras esperaba el cambio de semáforo. Sólo veía su campera de costado, ya no sabía dónde estaba esa mancha vivaz que era el famoso perrito.


Me tiré en la cama y lloré y lloré. Preparé una defensa ante el escrache que ya se debe haber viralizado. Ahora se acerca el horario de la prohibición de circular, y me gusta imaginarme la plaza llena de perros sueltos. La plaza Congreso me seguirá recibiendo, así como recibe a le niñe malcriade que casi me da un pelotazo.



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