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Volver a creer en el romance. Carta-Respuesta a Flor Bruno.

Tania Vitale


Si tuviera que hablar del Romance, empezaría por traer a la conversación a Nostalgia y Melancolía. He tenido más de un encuentro con cada una de ellas. Suelen visitarme por la madrugada, sin pedir permiso y cuando más ansiosa me reconocen. Enciendo un incienso de mis favoritos, prendo algunas velas y les ofrezco un poco del vino que estoy tomando. Lejos de aceptarlo, arrebatan lo que queda de mi calma y me señalan abruptamente el consumo de la vela y el incienso que encendí hace ya un rato, sumándose mi bebida a esta carrera, que aún le queda un tramo por recorrer. Los tres juegan a medirse, pareciera que a propósito se esperan para terminarse sincronizadamente. Mi neurosis me hace recordar que pronto este disfrute acabará, entonces me obligo a angustiarme de antemano por reconocer en mi inquieta conciencia el carácter efímero de los momentos realmente plenos. Solo queda un absurdo deseo de que lo breve se vuelva eterno.


“Creo que la melancolía es un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto. De allí que ese afuera contemplado desde el adentro melancólico resulte absurdo e irreal y constituya “la farsa que todos tenemos que representar”. Pero por un instante – sea por una música salvaje, o alguna droga, o el acto sexual en su máxima violencia-, el ritmo lentísimo del melancólico no solo llega a acordarse con el mundo externo, sino que lo sobrepasa con una desmesura indeciblemente dichosa; y el yo vibra animado por energías delirantes”.1


Es desde esta confluencia interna-externa que observo la dulce y tan necesaria propuesta atemporal de volver a apostar en el romance. Siento la compañía de la energía delirante de la fantasía punk&pink, de la melancolía angustiante de ensueño rosa-dark, del blureado propio de la brillante mirada de quien se encuentra enamorado y tiñe todo a su paso de una paleta a tono pastel. Respiro la ambivalencia de un ritmo trastornado: por momentos cute, por momentos creepy, pero manteniéndose siempre en un coherente código fantasy. El mundo interior-hogar y exterior-galllery danzan entre la fría búsqueda del imposible cubo blanco y la calidez íntima necesaria para el romance.


Una muestra-casa-gallery, que juega a seducirme a cada rincón, y que es sin dudas una suspensión del transcurrir habitable, pero sin perder toda la carga afectiva que nos brinda el concepto de hogar. A la identidad que la muestra propone, la acompaña la cercanía propia de un espacio en donde esperan ansiosas por recibirnos las obras de Emilia Tessi, Ailin Macia, Marco Pimentel, Juan Tarraf, Antonella Agesta, Renata Di Paolo, Federico Roldan Vukonich, Belen Boeris, Carlos Cima y Florencia Bruno.


Creo en lo doméstico no tan doméstico, creo en la domesticación de la galería, y en la galerización del hogar. A la decisión de respetar el rigor del espacio expositivo de la sala, le encuentro algunos sutiles gestos en los espacios “paralelos” que me hacen notar la contradictoria belleza en este hacer. Por ejemplo, la incorporación de los repasadores serigrafiados de Emilia Tessi colgando del horno y la planta que se funde posada sobre del dibujo enmarcado de Federico Roldan apoyado sobre la mesada de la cocina.


La sala principal entonces se mantiene solemne, mientras que, en la trastienda, sobre su cama cuelga una obra de gran formato de Florencia Bruno. Pienso en Virginia Woolf y en su cuarto propio, una referencia muy acertada que me acercaron hace unos días: Una mujer escritora necesita un cuarto propio para poder escribir. Una mujer galerista, necesita de un cuarto/taller/oficina/trastienda propia para poder ponerse a disposición del arte, entregando todo de sí, incluidas las paredes de su propio hogar. La autogestión resiste. Y es posible gracias a las redes de afectos, porque son ellos los que plantan el germen para que esto suceda.


Por fortuna, esta muestra sobre la cual estoy escribiendo no trata de mi íntimo estado nostálgico, sino, del romance que emerge de nuestros vínculos. Por fortuna también, Florencia Bruno entendió como otorgarle la seriedad que esto merece desde una mirada mucho más esperanzadora que la mía. Tal vez estos sean los primeros pasos para la construcción de los espacios que sí queremos habitar. Y tal vez, ahora sí, sea un buen momento para volver a creer en el romance.




1 Pizarnik, Alejandra. (1976). La condesa sangrienta. López Crespo Editor.




Sobre "Creo en el romance" de Belen Boeris, Carlos Cima, Marco Pimentel, Federico Roldan Vukonich, Antonella Agesta, Emilia Tessi, Juan Tarraf, Renata di Paolo, Ailin Macia y Florencia Bruno.

 

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