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  • Catalina Arzani

Flow nocturno


Salgo a caminar pero en realidad a fumar a la luz del alumbrado público. Escucho música y me siento en un banco de plaza. En mis auriculares suena una lista que titulé “cumpleaño”, con esos sonidos pum pum, con bajos, movidos, remixes, mucho flow, mucho funk.

Hasta que a mitad del cigarrillo aparece un señor en moto del que escondo mi celular sin que lo note (por la paranoia social contagiosa), y me dice “salí por esa salida”, a lo que respondo “¿y si salgo por la entrada?”. Con la seriedad más seria, de quien recibe un sueldo mucho menor al que debería, me responde con un gesto de desaprobación y una escupida de garzo (para mi suerte, en dirección al pasto).

Porque cierran las plazas de noche obligándome a salir por la única vía posible, sin antes comentarme que a partir de las 22.00hs es cuando solo se puede salir y ya no más entrar. Y ni siquiera es plural, es una: la salida.

Al salir de la plaza me dirijo al circuito deportivo. Lo llamo así porque es el recinto de la manzana monopolizado por los corredores. Camino a un ritmo elevado, la música también sube y el cigarrillo sigue prendido. Hasta que un señor de una calvicie, que deviene de haber nacido hace unos 54 años aprox, me toca el brazo y me da un leve empujón. Pego un salto del susto, me saco los auriculares de un tirón. El calvo se ríe un poco y sigue corriendo, así como si nada y como si nadie.

Miro a mi alrededor, están todos transpirados, en shorts, remeras de fútbol y de handball, corren con los pelos recogidos y en sus auriculares escuchan unas músicas bien flow, pum pum, remixes. En los míos suenan Drake y Rihanna, me siento a tono.

Mientras canto “work work work” pienso que el señor calvo me dio un empujón para que me una a su recinto de corredores. Para que mi paso lento se vuelva más saltado, al trote, y del trote al galope. Entonces acelero un poco el ritmo sin dejar el cigarrillo. Hasta que siento un toque de brazo, otra vez. Giro mi cuerpo, y ahí está Calvo, que, mirándome con cólera, me empuja con toda la fuerza que sus manos parecen tener. Aterrizo directo en el piso, en las baldosas de piedra, y de las baldosas a la lija del cemento negro y áspero, donde me raspo la cara, el brazo, la pierna y todo mi lado derecho del cuerpo.

Desparramada, noto mi piel con rayas irregulares de las que empieza a reflotar un líquido espeso, de color extraño: del rosa suave al fucsia, y del fucsia al bordeaux. Y por mi cuerpo corre un frío helado hasta la punta de cada extremidad. Acto seguido, llega el dolor, y con él la sensación de que Calvo puso un rayador de queso sobre el cemento donde caí para convertir mi piel suave en un reggianito grumoso y cuajado. Pero miro el piso y está todo rojo, un charco, rojo, todo, en el piso, ... un char.. roj.. en.. u. .. r.. . .. . …

Despierto en una sala blanca, muy blanca. Es mi cumpleaños. En la mesa de luz hay torta que no me animo a probar. La luz es de tubo, me gusta, achica mis ojos. Me pregunto dónde estoy. Decido dejar de fumar y no volver por recintos monopolizados. Y la luz fría y rasante me adormece, otra vez.

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