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  • Catalina Berarducci

El gaucho soy yo


El libro está compuesto de relatos breves que parecen no tener un orden o un sentido total. Son entradas, pero no como si fuera un diario o un blog, si no algo todavía más inclasificable. Son como entradas y salidas a la materia gris, al pensamiento en general. Leerlo es parecido a entrar en un río correntoso y pensar que lo mejor que se puede hacer, es dejarse llevar, porque nadar en contra de la corriente significaría un agotamiento absurdo y quizás la muerte. Esta lectura atenta contra el sentido llevando la explicación de todo al paroxismo. “Explicar todo hasta que no se entienda nada” rezo como un mantra desde que leí El Caballo y El Gaucho, el último libro de Pablo Katchadjian. La cosa se va poniendo interesante cuando leemos en la retiración de portada que la imagen del caballo que muestra la tapa es de un libro de medicina de caballos del 1200, árabe. Las capas de sentido se van enroscando, tenemos una editorial independiente y joven, tenemos un título tradicionalísimo y un caballo antiquísimo y de origen árabe (como todos los caballos en realidad). Una de las cosas que continúa este libro es el estilo katchadjianiano del delirio y la velocidad, que no te da tiempo para reflexionar, si no que te lleva, te agarra de la muñeca y te mete en un vórtice que te succiona y te imprime sensaciones, te ofrece fábulas que no tienen enseñanza, chistes sin remate, situaciones dramáticas con desenlaces tranquilísimos, te pone a dios en una fiesta, te hace creer que estás entendiendo algo y te saca la silla para que te caigas al piso y te rías. Te enseña a golpes, es una prosa brusca, parece que galopa a pelo en un caballo salvaje. Ahora intentaré dibujar mi teoría del título: el caballo es la literatura, el caballo es el anti sentido que se teje, el torrente de palabras que intentan llegar al centro del repollo, que buscan. Buscar en este libro es igual a inventar. Entonces el libro inventa. Y el gaucho…bueno… el gaucho es él. El gaucho contempla la llanura y siente, porque no hay mucho para ver pero toda la extensión se le mete adentro y abre reflexiones profundísimas, inefables. Siempre pensé en lo curioso de este país en ese sentido; es decir, otros países latinoamericanos, como México por ejemplo que tiene todavía en pie las construcciones mayas y aztecas y de un montón más y que la cultura rebalsa por una superposición de épocas que parece que nunca dejaron de ser, aunque sí, pero al mismo tiempo está todo ahí, y en las calles la gente se parece a la gente del pasado lejano como un recordatorio de cierto origen, como una constatación continua de una identidad. Y acá no. Acá no hay nada en la pampa, todo plano, y nadie se parece a nada, es como si no tuviéramos origen, como si no tuviéramos herencia (estoy hablando siempre de un tiempo lejanísimo). Creo que la figura del gaucho es la del que observa y atraviesa el paisaje, llevado por su caballo, y entonces inventa porque no sabe y nadie le dice cómo es la realidad (en este libro en realidad no hay gauchos, solo en el título). Y quizás hable también un poco en general de la literatura argentina que supo inventar tantas cosas, como sacadas de una galera. Como si no tuvieran antes, como si fueran un huevo encontrado en el medio de lo llano. Hay también algo de medievalesco en Katchadjian y acá se ve no sólo en las referencias a las historias que parafrasea y de las que se apropia, si no también en una especie de visión de la literatura para explicar TODO. Hay algo de anónimo en cada entrada, ya que no se sabe de dónde vienen ni a dónde van. “Y lo que quiero decir ahora, ya está formado…y lo voy a conocer de la siguiente manera” y con necesaria impunidad trae a la superficie leyendas arquetípicas que deshace y vuelve a formar a su manera, personajes olvidados de la historia para ponerlos en órbita dentro de su teoría del todo, revelaciones, por ejemplo una que le es dada a alguien en algún momento y dice que se llama “'Caballo de Bosta', lo que probablemente quiere decir que somos un caballo que se forma con lo mismo que el caballo deja atrás”. En el medioevo la literatura era muy importante: porque en ella estaba todo, lo religioso, lo pagano, lo intermedio, los romances, los tratados. Pero hubo un cambio muy fuerte, que tiene el nombre de emprendre un roman y que significa crear un romance. Esto sucede cuando la literatura medieval deja de ocuparse en traducir los textos clásicos latinos y se concentra en inventar historias. En El caballo y el gaucho hay muchas transcripciones, traducciones, remakes, de historias, informaciones y datos, y también hay inventos de todo tipo y también hay impresiones, romances, percances, aventuras y también hay nadas. Todo el libro está en la superficie, y para mí no hay movimiento más noble que ese, es algo anti-trascendental, como si la enseñanza total fuera no aprender nada. Solo leer. A modo de posdata pienso: ¿no se le podrá ocurrir algo a alguien para hacerle una contra-demanda a Kodama inventando un argumento disparatado pero posible? Algo como que si Borges estuviera vivo leería Katchadjian o montar una sesión espiritista y preguntarle qué piensa él realmente o que todos los escritores y escritoras re escribamos toda la obra de Borges al mismo tiempo y la publiquemos para que Kodama se sature y se rinda de una vez por todas. Vieja ridícula. Yo voy a empezar, transcribiendo un poema que me se a medias, completando lo que falta como se me canta:

De fierro, de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche / para que no la desbanden ni la desfonden/las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto / las duras cosas que insoportablemente la pueblan / en vagones de largos ferrocarriles / en el filo mellado de los suburbios / en una quinta de estatuas húmedas / a María Kodama solo le interesa la plata / en un asado de hombres que se cagan a piñas / el universo de esta noche tiene la vastedad del olvido y la precisión de la fiebre / María Kodama en un charco de aceite / lo que hacés es en vano / la circulación de la sangre y los planetas / dejáte de joder no entendés nada / sos la aborrecible centinela de las colocaciones inútiles.

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