Escribir para prenderse fuego
“Experimentar la intensidad es no saber cómo terminarán las cosas”, escribe Chris Kraus en I Love Dick. Una frase-gema dentro de un libro donde lo primordial es el impulso de escribir: escribir en el piso, en la cama, en la ruta mientras se maneja hacia cualquier lugar. Chris es la autora y la que escribe todos los días cartas a modo de diario para un conocido intelectual norteamericano (con nombre y apellido) del cual se enamora perdidamente (no correspondida). Son cartas en las que se confiesa, se expone, abre su corazón pero también su intelecto y comparte abiertamente sus impresiones sobre el mundo. Le confiesa su amor mil veces y también narra con lujo de detalles las idas y vueltas con su marido (real). El libro es casi sadomasoquista (porque es loca pero filosa): exponerse, saltar los tapones de la ficción para hacer estallar todo, ese es su motor. Ella se muestra en carne viva y al leerla todo el tiempo se está adentro de sus pensamientos, pero más aún adentro de su corazón; y ese es para mí uno de los triunfos de la literatura escrita por mujeres. ¿Cómo relacionar la escritura con la sinceridad? Ahí pareciera regir solo una ley: la de las emociones, y es en ese lugar donde la moral y la bondad pierden sentido. Lo pierden porque es necesario; porque la literatura tensa la contradicción entre el bien y el mal hasta hacerlo estallar. “Sólo intento ser sincera, te había confesado esa mañana, y qué débil había sonado. Todo avance que haga alguien hacia la sinceridad, dijo David Rattray esa mañana, entraña no solo autoconocimiento sino conocimiento de lo que otros no ven. Ser real y absolutamente sincero es ser casi profético, volcar la cesta de los huevos.” Porque si escribir es siempre inventar otro espacio, no importa si la voz tiene el mismo nombre que quien firma el libro. Esa palabra casi absurda, sinceridad, es el motor que nos hace escribir, y tenemos con ella una relación de amor-odio. Para mí expresa un lugar inalcanzable pero no irreal, un lugar que como una bandera se agita todo el tiempo diciendo: “no tenés escape, estás acá desnuda ante algo de lo que no te podés ocultar”. No puedo ser buena, entonces voy a ser yo misma, es decir mala y buena, ángel y demonio. Lo que viene a enseñarnos Chris es que en su (el) mundo, desde siempre cercado conceptualmente por hombres, las mujeres tenemos ese lugar incómodo pero seguro, desde el cual todo puede ser dicho. Y ése lugar supone la posibilidad de ser juzgada, abucheada, pisoteada, abandonada; adjetivos que sólo reafirman el poder que tienen las mujeres para nombrar lo que el universo masculino heterosexual ni por asomo es capaz. Y una vez que se afirman en ese poder es que logran transformar. Porque exponer la humillación, la miseria, lo peor de sí, es tomar posición y poder de esos estados para hacerlos florecer. Agostina Luz López lleva esta inquietud al extremo; como Chris, decide traerla hacia ella, hacia su propio cuerpo. WeiWei es un experimento vivo, una novela que es muchísimas cosas: a veces el tono es de diario íntimo, otras de diario de viaje. También es un capítulo compuesto por relatos donde habla de la vida de amigas cercanas, para saltar a otro donde se camufla en la tercera persona para observar y estudiar su historia familiar.
Lo que interplea hoy es la presencia de la voz, y a la literatura no le importa quién sos en la vida real. Es entonces cuando irrumpe la sinceridad como un vómito que se expulsa para limpiar. Al principio de la novela, la narradora confiesa: “El descubrió este papel y con este papel, muchos papeles. Se enojó porque me dijo que no era escritora, sino alguien que transcribía la vida de los demás. No me pareció tan mala la apreciación, pensé en ser un médium entre las historias de la gente cercana a mí y el mundo. Me conté a mí misma el deseo de usar estos relatos para sanar a mis conocidos.” La voz masculina descree del poder de la autora, de su misión de pensar y hacer literatura, porque es un riesgo apropiarse de las historias ajenas pero también es un modo de hablar de una misma arriesgándose desde lo formal. Esta es la nueva forma de escribir, lo que Agostina llama “la escritura prematura”, que nace antes de tiempo y para ser leída necesita que el lector se despoje de todos los juicios con los que se formó, para leer desde cero. Escribir y leer desde cero. Ese es el corazón de la sinceridad, un llamamiento a todos los que escriben pero también a todos los que piensan. Sería que todos entremos en comunión con el misterio imposible de resolver: la literatura no tiene un fin, y tiene que pertenecer siempre al lugar de lo incómodo, tanto para los que la hacen como para los que la consumen. Estos dos libros escritos por mujeres vienen a reafirmar que tenemos mucho por aprender, y eso es volver a pensar los modos de creación. La escritura prematura invoca al vocabulario médico para ponerlo en duda: cuándo es que un libro está “listo” para salir a la luz?