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  • Juan Laxagueborde

Sergio De Loof: Sergio De Loof


Es este un texto sobre Sergio de Loof, el interés está puesto en que todo contribuya a imaginar a Sergio de Loof. El colorinche que propuso al mundo de la vida durante toda su vida es más grotesco que lisérgico. Nadie sabe qué es, no podríamos definirlo. Es el único excéntrico porque vive fuera de todo, incluso de sí. Su dios es el dinero, pero para agotarlo y volver a empezar. De Loof es un hombre que siempre empezó a partir de él, su raíz es su propio nombre. Para quien quiera saber más está la historia o la ciudad, que son lo mismo. Hay tanto para mirar atrás, tantos tesoros…

El poeta chileno Enrique Lihn escribió alguna vez un poema que se llama “Porque escribí” y que termina así, ardiendo en la vida que se le escapa:

Porque escribí no estuve en casa del verdugo ni me dejé llevar por el amor a Dios ni acepté que los hombres fueran dioses ni me hice desear como escribiente ni la pobreza me pareció atroz ni el poder una cosa deseable ni me lavé ni me ensucié las manos ni fueron vírgenes mis mejores amigas ni tuve como amigo a un fariseo ni a pesar de la cólera quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta, porque escribí porque escribí estoy vivo.

La vida, la obra y la actitud ante esa vida y esa obra de Sergio de Loof se espeja con este poema, pero de Loof no escribe, ¿O sí? ¿Qué es lo que hace? ¿Cómo que no escribe? Finalmente de Loof parece tener en la mano una varita que es también una fusta y un lápiz, porque su rol degenerado en la cultura porteña, que pasó de los ochenta a los noventa como por un tubo barroco, es el de dotar al glamour de realidad o a la pavada de brillo. Esto incluye organizar desfiles, inventar espacios de sociabilidad, decorar con lo que a nadie se le había ocurrido, putear, mandonear, editar revistas, chantar su nombre como si fuese un heraldo, tomarse hasta el agua de los floreros, reventar por amor al arte y amar por ilusionarse con el mundo.

Todo su activismo parece hoy por hoy en estado de letanía. No se sabe para dónde va a salir -si eso pasa- la maquinita de Loof, pero si lo hace va a arrastrar toda la mitología que se encargó de acumular en quienes experimentaron lo que hizo, pero también en quienes vamos siguiendo su autobiografía en construcción, que todos los días lo hace tambalear a él mismo y al lector de Facebook hace ya más de seis años con cosas como estas:

“Llamé hasta a los que odio”, “me quiero quejar y no me dejan” “TENES QUE TENER "BUEN GUSTO"!!!!!!!!!!!!!!!!!” “Basta de la vanguardia a la sombra!!” “PARA MI ES SIMPLE SI DECIS QUE ME QUERES Y TENES PLATA DAMELA !!!!!!!!!! DAME TRABAJO NO ESPERES QUE ME MUERA PARA HABLAR BIEN DE MI”

Este tipo de expresiones a boca de jarro ya deben sumar más de mil, lo que vuelve imposible el trabajo alguna vez imaginado de recopilarlas en formato libro. ¿Para qué? Lo particular de este giro posconfesional de de Loof es que su vida se enmaraña y vuelve a emerger, escribiendo desde la cama, como un líder carismático dándose manija y dándoles manija a los que lo quieren, lo admiran, lo odian o no lo quieren ver más. Comparte con Guillermo Iuso la puesta en práctica del patetismo vital, un poco juguetón, para encontrar las verdades que otros buscan en el psicoanálisis caro o en el narcisismo aburrido. de Loof y Iuso son artistas porque dicen la verdad tan de frente que terminan en la paradoja. Dice Iuso en Fallado y Usado: “todo pendiente y no es así”.

De Loof tiene algo enloquecedor, una manera de pensar siempre más allá, aunque la inercia a veces lo vuelva melancólico –qué mejor método de creación- o anacrónico –qué mejor método de reflexión–. Puede recordar que él “en una época vivía con Luca Prodan pero ya escuchaba Madonna”, tildando con ese ya la marca de su ansiedad por la alegría; pero también puede recordar todos los estilos que existieron, todas las corrientes estéticas que se acumulan atrás nuestro, y lo importante de reencontrarlas en desmedro de los youtubers.

De Loof tiene las marcas de alguien autoconciente. Puede afirmar esta hipótesis antropológica al pasar: “Con el bar Bolivia le ganamos al Parakultural porque le dimos de comer a la gente”. Es que los bares son batallas por imponer propuestas para que la gente deje de ser gente y pase a ser individuos compuestos por libertad y sed de venganza. En el Parakultural se vomitaba todo el hollín del terror y en Bolivia se bailaban carnavalitos con bombo en negras.

Después de hacer de todo, de Loof está de nuevo donde empezó: en posición fetal, suburbano, tratando de decir su nombre. La revolución es, etimológicamente, la vuelta al origen. De Loof era pobre y morirá pobre porque no le interesó nunca enriquecer sus arcas sino disputar el botín a los tilingos. De Loof es lo contrario a la tilinguería porque trabaja con unas ganas que vienen de su condición de paria estético.

Cualquier cosa de las que componen lo que hay no tiene una explicación final. En el fondo del fondo está lo arbitrario de las definiciones, lo impuesto, lo patético de los nombres o las identidades. La tautología se tienta con la revelación fácil. La tautología es la expresión que explica algo con ese algo. Por ejemplo: "Y, qué querés, el peronismo es el peronismo". La tautología, dijo muy bien el más fino de los eruditos, el más sensual de los pensadores que pensaron realmente, Roland Barthes, "es la pereza promovida al rango de rigor". Ejercer la tautología es no querer pensar, cuando pensar no significa otra cosa que aceptar el movimiento de los conceptos y de cualquier materia. Los tautólogos tienen fiaca, odian los retruécanos del que se pregunta siempre una vez más por algo y condenan la reflexividad por considerarla "aburrida", cuando nadie obliga a que todo en el mundo sea divertido. Nada más fácil para el habla tautológica que definir con ejemplos y nada más difícil para un ejemplo que sostener el concepto que lo acecha. El ensayo, por caso, es el género por excelencia que se para de manos ante la tautología, al ensayo lo define el matiz y no la seguridad. Estas ideas también son de Barthes pero son de todos los que queremos aprender un poco sobre cualquier cosa.

La relación entre la tautología y de Loof es de quiebre. Hace unos días escribió debajo de su nombre en Facebook, su nombre en Facebook. Hizo algo interesante con la tautología. Se terminó de chocar con los seguidores para decirles que él era él: Sergio de Loof. En ese gesto al pasar, con algo de desesperación y un poco de despreocupación, podemos pensar su vida y su obra, que prácticamente son lo mismo. Podemos arriesgar que de Loof tiene el ánimo de hacer cosas con las personas, con los nombres, que son palabras fijas pero que están compuestos de represión. De Loof cree en el nombre pero no en la identidad, afirma el nombre para destruir las identidades, desatar “ira santa” en él mismo y, si se puede, en los que anden por ahí. La cantidad de billetes que cuesta un nombre no tiene equivalentes simbólicos. Nunca alcanza para pagar un nombre porque de Loof aún cree en el honor. La plata que se paga por un nombre es siempre poca pero supo hacer algo con ella: gastarla, quemarla, negociar mal. Lo que no se negocia es la marquesina del nombre (“lo que se cifra en el nombre”, decía Borges). Hay cosas que no se pueden comprar y hay cosas que podemos comprar en la calle Lavalle o en el cotolengo Don Orione, que alcanzan para licuar todo lo que tenemos de artificial y ser otros. De lo que nunca vamos a poder salir es de nuestro nombre. Explicar Sergio de Loof con Sergio de Loof no es entonces tautología sino la manera más genial de que nada importe.

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