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  • Catalina Berarducci

Como carmelitas descalzas


Leer, leo a solas. Aunque vaya en el colectivo, o en el tren, estoy sola. Me escapo. Entiendo las palabras que me tienen los ojos como por hilos invisibles que van de derecha a izquierda y se repiten. Como una marioneta pierdo mi vida en el libro, me ahuyento de mí misma por suerte, por un ratito. Los libros que leo los puedo contar pero vive en mí el secreto de la verdadera impresión, lo que causa el libro adentro mío. Hay formas de leer como hay personas. Las entonaciones, los ritmos, el sentido del humor, las palabras que conocemos, las que no conocemos, las que confundimos, cómo nos confundimos. No se puede decir que hay una sola forma de leer. Nadie sabe cómo lee el otro, si en su cama, si en un sillón determinado, si tirado en el suelo, si en el patio desnudo, si mientras cocina, si fumando cigarrillos, si se viste para la ocasión, si tiene un ritual específico y especial. Se lee en la intimidad, por lo general.

Hace cuatro meses que una vez por mes leo acompañada, como en una ceremonia de lectura. Empezamos a hacer, entre varixs amigxs, unos encuentros que llamamos Libros Completos, donde leemos un libro, que elegimos entre todxs unos días antes debatiendo en un grupo de whatsapp. Lo leemos entero, de pe a pa, sin descanso, en ronda, sin luces más que una linterna que gira con el libro que gira hasta la última página. También hay vino que gira o ananá frizz, entre otras cosas. Hay quienes aguantamos todo el rato escuchando, hay quienes prefieren ir a tomar un poco de aire y volver. Se lee en voz alta, el libro suena de todas las maneras posibles en ese momento, contando la gente que va y tiene ganas de leer. Es un ritual. Como una invocación.

Leímos por primera vez a Dorothea Lasky (Pájaro de Trueno), después leímos Control o no Control de Fernanda Laguna, seguimos con Lampiño y Ministerio de Desarrollo Social de Martín Rodríguez y el mes pasado leímos Rosa Mística, de Marosa di Giorgio. Las primeras tres veces leímos en un lugar que es precioso y se llama Convoi, una galería de foto y escuela también. La última lectura la hicimos en el patio de los naranjos en el Centro Cultural Recoleta, en el marco de TripleX un espacio que pensaron una membrane de artistas que funciona como una sede dónde suceden talleres, bingos, encuentros, hechizos y bailes.

La experiencia es simple y ahí recae toda su belleza. Sentarse en ronda, hacer girar el libro, leer. Hay algo en lo íntimo hecho de manera colectiva que es muy emocionante y te vuelve vulnerable. Encontrarte con otra persona en un gesto de máxima intensidad porque lo que estas leyendo o escuchando (aunque en realidad podríamos decir solo leyendo, leyendo juntxs) te está pegando igual que a la persona que tenés al lado. Nos rendimos como carmelitas descalzas pero sin violencia al rito que nos conecta con algo que no estaba ahí pero que invocamos, como la Sema sufí, giramos con las palabras que sonamos hasta descifrar el poema. O creer que lo desciframos. Un acto de fe. Creemos en la poesía porque entre más es mejor. La pasión compartida que culmina en baile. Una fiesta rara, de las mejores que fui estos últimos tiempos. Apolinea y Dionisíaca, para que no falte nada.

Creo además, que la poesía como la música está para ser cantada. Como esos souvenirs de lugares fríos, que tienen forma de bola de cristal con miniaturas adentro, que parecen un pisapapeles hasta que los sacudís y ves la magia. Algo de eso hay en la poesía en voz alta, en agitar al poema para que sacuda la magia. Fabricamos nuestra propia liturgia, una ceremonia pública que media el más acá con el más allá, porque como dice Cecilia Pavón: “la poesía no está hecha de palabras” ¿entonces de qué?

Cuando leímos a Marosa algo de brujería estuvo en mi más presente, quizás porque fue la primera muerta que leímos, o quizás porque fue la más mística o un poco de las dos cosas. Se fueron tejiendo sentimientos colectivos que cobraron cuerpos de intensidades sensibles que estallaron al final, y nos dejaron febriles. Hubo quién lloró en silencio. Bailamos las emociones, hicimos catarsis felices. Sensibles.

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