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Marcos Cabobianco

Surrealismo y virginidad


En un texto póstumo titulado El Surrealismo Día tras Día leí como Georges Bataille se lamentaba, a propósito de una carta que le había mandado Antonin Artaud años atrás, de la siguiente manera: “Verdaderamente, me sorprendería haber deformado su relato, pero la memoria, aun cuando su objeto es impactante, siempre es un poco móvil y un poco huidiza.”

En el único texto asociado a Objeto móvil recomendado a las familias, la muestra curada por Santiago Villanueva en Fundación Osde, leí a propósito de la conjunción de artistas que se remonta a integrantes del grupo surrealista argentino Orión (nacido en 1939 y pronto disuelto), pasa por los 60’ y sigue hasta nuestros días, lo siguiente: “Esta reunión de obras respeta una memoria inestable del surrealismo, o el superrealismo, en Argentina.”

Por culpa de las drogas y la ebriedad tal vez no me acuerde con precisión del cuadro de Leónidas Gambartes situado al lado del de Fernanda Laguna. O quizás sí. Afortunadamente, ciertos metales colocados en ángulos con el suelo de la sala para oponerse simétricos a los haces de luz pintados en el cielo del cuadro de Laguna, colaboran en sostener mi recuerdo huidizo. De hecho, los metales participan en el concilio de tiempos que acontece en el primer piso de la Fundación OSDE. En otro lugar, más “central”, hay estructuras que incorporan madera: son una obra de Mariana Telleria. Eso me dio a pensar que el montaje de Osías Yanov representa paradójicos andamios a posteriori, aunque también podría ser un insidioso diseño de trampas para cosas que nunca existieron. El que mira también puede ser atrapado. Corre el riesgo de dejarse situar por los conectores sólidos y prácticos de la matriz que pensó el objeto teórico. La metáfora de que el objeto teórico se construye tiene aquí un aspecto bien concreto. Detecto el deseo y la necesidad de fijar de alguna manera la “memoria inestable del surrealismo”.

En la mitología griega Orión es el mejor cazador de monstruos. Paradójicamente hubo un tiempo en el que tuvo que confiar en un niño subido a sus hombros para seguir su camino y recuperar la vista. Su ceguera quedó asociada al castigo divino por un deseo irrefrenable. Sin embargo Orión mereció elevarse al cielo de ambos hemisferios. Sus estrellas son brillantes, la constelación puede identificarse con facilidad. Aquí conocemos su cinto como las Tres Marías.

En la mitología contemporánea, el curador es un cazador sutil. Esta vez Villanueva pone en juego al cazador de monstruos. En el relato que propone, el gigante surrealista recibe ayuda a través de los “momentos de investigación adolescente” de artistas argentinos de distintas épocas. Esos tiempos se vuelven espacio. Los artistas han sido montados al mito. Son parte crucial de la cacería en familia. Y el mito es verdad. Sobre todo si se experimenta como arquetipo vivo. En situaciones de intervención como ésta, en vez de ser una hipótesis de trabajo, el mito toma el lugar de una narrativa compacta conectada a un ámbito trascendente o por lo menos a un espacio de algún modo inasible. Aquí el surrealismo puede concebirse como un relato querido y creído con fuerza, un relato que otorga sentido a ciertos impulsos vitales y espontáneos. Así lo veían Bataille y algunos otros devotos a la religión surrealista. Desde esta perspectiva pienso que al ver esta muestra participé de una única familia de ojos atentos a la elusiva hazaña del grupo Orión y sus continuadores del no-tiempo. Cada ojo de la familia siguió algún objeto móvil y se armó una adolescencia donde el surrealismo sobrevive como gesto en el instante. Ojalá a partir de ahora cada vez “(…) que se mezcle una actitud rupturista con una seguridad en las formas, un momento de indecisión y dudas volcados en una mecánica inesperada” recordemos la emoción de la primera y única cacería: la cacería primigenia.

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