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  • Catalina Berarducci

Un besito para todas las terrícolas


Antes de conocer a Maruki, me hablaron de Maruki. Me contaron que era polaca, que hacía cosas con telas y ropa, que sus obras eran especiales o espaciales, esa parte siempre me la confundo. Cuando al fin la conocí tenía un tocado de peluche en la cabeza, un osito cariñosito. Charlamos un poquito y mientras ella hablaba yo me sentía extraña, como sometida a una fuerza invisible y dulce que me narcotizaba. La voz de Maruki me envolvía y despegaba mis pies del suelo. Trataba de encontrar algún rastro de acento polaco pero no pude, tampoco pude decidir su edad, podría tener entre veinte y treinta y pico, podría ser de acá, pero también podría ser extranjera ¿pero de dónde?

El enigma de Maruki persiste como un magnetismo inexplicable que me conecta con el deseo de saber qué va a hacer Maruki, cuál será su próximo movimiento, a dónde se dirige su pensamiento.

El sábado fui a ver “Soñé que me rapaba me convertía en varón y desfilaba con un papel entre los dientes”, es el último movimiento de Nowaki y lo presenta en el living de su casa o en UV que es una galería que queda enfrente de la cancha de Atlanta, de las dos canchas, la nueva y la ruinosa.

Los objetos dispuestos en el espacio penden de hilos invisibles que los hacen parecer más quietos que algo quieto, como suspendidos, como si alguien les hubiese puesto pausa o como si en realidad no estuvieran ahí. Hologramas informativos que nos traen un mensaje de otra parte. Un sueño hecho realidad es una mano tendida sobre la cal, entre membranas de épocas y costumbres, entre membranas de tiempo y espacio. Un mano tendida también es un espécimen en una pecera, un gesto humano y tierno para mostrarle a los extraterrestres, un camino de cristales que nos guía a la mirilla de la puerta, para ver qué hay del otro lado. Del otro lado se ve todo negro, como si estuviéramos en una caja flotando en el espacio. El traje naranja de reina es un misterio. Flota sobre polvo de estrellas esperando el calce perfecto. Además de un misterio, el traje es un mensaje, como todo. ¿Será Maruki un mensaje? Como esos mensajes perdidos que emiten señales tenues, que cuentan las cosas que quedan de lado cuando se escribe la historia universal. Un traje de organdí con columna vertebral, que quizás para mi es un traje pero para Maruki es un prototipo. “Soñé…” es un sueño, pero también es una muestra antropológica de una civilización que no existe, o no existe todavía. Quizás también puede ser una visión de nosotras mismas cuando todo el mundo sea una gran ruina. ¿Qué quedará? ¿Cómo serán los museos de antropología en el futuro lejano? ¿Cómo serán los trajes que nos vestirán?

Mi sospecha aumentó cuando Maruki sacó de una bolsa negra un alfajor Capitán del Espacio y me lo regaló. Justo ese, pensé, qué casualidad ¿no?.

La miré a los ojos y creo haber sentido una mirada cómplice y cálida, un destello de esperanza o algo así. Recorrí el resto de las salas, me encontré con una versión gigante de un amigo, lo miré un rato, me hizo reír, quería tirarme y descansar sobre su panza gigante pero me dio vergüenza. Seguí, bajé unas escaleras, me encontré con una pintura extraña, un poema en cuero, olor a vaca y figuras dulces, al lado unos guantes gigantes ¿serán de mi amigo gigante que está arriba?

Salí a la calle, miré las ruinas de la cancha de fútbol, al lado de otra cancha de fútbol. ¿Esto somos? ¿Una cosa al lado de otra cosa y así hasta el infinito? ¿Qué mensajes podremos dejar con nuestros objetos? ¿Para quién?

Cerré los ojos y canté para adentro una canción de amor que dice:

El mundo se va a acabar

El mundo se va a acabar

Si un día me has de querer

Te debes apresurar

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