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Catalina Arzani

Un chicle gigante y dorado pegado en la pared


Susan pidió que entremos con ella a un negocio de ropa de baile donde se probó nueve mallas de ballet en colores distintos. Lo que le gusta es la idea de probar y usar algo de una especificidad y profesión a la que no se dedica. Solo lo hace para sentir cómo la tela se ajusta a su cuerpo.

La misma noche de anoche, Susan y Roberto durmieron juntos en un hotel. Antes de eso fuimos a la inauguración de la muestra de Jo Coupe en Workplace Gallery.

Roberto hablaba con un crítico cuando Susan y yo llegamos. Primero recorrimos la galería y después nos acercamos a Roberto y a Robert con una copas de vino blanco en mano (el segundo Robert es el crítico). Susan se sumó a la conversación solo en cuerpo, no en palabras. Hablaron una hora de la Bienal de Venecia: los destacados, lo que la gente más compartió en las redes y la performance de Anne Imhof del pabellón alemán.

Susan nunca fue a Venecia. Tampoco cree que pueda ir este año ni le interesa ni tampoco iría a la edición siguiente. Dice que preferiría ir a Galápagos.

En la inauguración también hablamos con una pareja de amigas (68 y 71 años) que van mucho a inauguraciones, les gusta el escabio y las charlas oportunas con desconocidos. A Roberto le dijeron que sus pantalones se veían muy desalineados y que deberían ser azules. Él dijo que no, que los prefiere negros y que los azules le dan una sensación de obviedad que lo deprimen.

Roberto es artista. Se apellida Harris. Susan no sabe muy bien qué ni quién es. Dice que ella es solo Susan. Tampoco usa su apellido.

También hablamos con Jo. Ella sentada en una silla del cansancio. Pensé que era por el peso del collar de madera que cargaba en el cuello. Se veía de unos 2 kilos. Dijo que era solo cansancio del armado de toda la muestra, el desgaste emocional y físico que todo esto requiere.

Le dijimos que lo que más nos gustó fueron los tamaños y materiales de las obras (yo), los espacios y silencios que la forman (Roberto), la disposición en sí, toda (Susan). Eso nos gustó. Menos la instalación de las escaleras de la que salían unos hilos de colores flúor tensionados y amarrados a la pared con un campo magnético entre medio que los hacía mover. No teníamos ni la menor idea de qué trataba, ni cómo tratarla (a la obra). Por cordialidad, solo pensamos y compartimos este pensamiento al salir de la galería entre Susan, Roberto y yo, y después se sumó Robert quien dijo que la obra de Jo le recordaba a la de Stano Filko que vio en el 2014 en Nápoles, Italia. Lo único en común: las escaleras.

La obra preferida de Susan era la pieza de oro que se asemejaba a las raíces de alguna planta (le gustaba por estar en la ultima sala, por su cercanía a la barra que encima era autoservicio). La preferida de Roberto era una de las obras colgadas en la primera sala con dibujos de flores, plantas y animales en papel, como una impresión al estilo de las figuritas del siglo pasado, de cuando nuestras abuelas eran solo hijas. La mía era la que vi a lo lejos como un chicle gigante y dorado pegado en la pared, justo arriba del círculo de conversación entre Roberto, Susan y Robert. La de Robert era la misma que la de Susan, es que le recordaba a la performance de Joseph Beuys en la que se baña la cara de oro. Lo único en común: el oro.

Susan no se compró ninguna malla en ese lugar de baile al que nos hizo entrar. Dice que el negocio usa telas de muy mala calidad, mucho porcentaje sintético en la composición, y que por esta razón las tetas se le caen y en la parte de atrás le aprieta mucho el culo.

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