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  • Por Matías Pablo Alé

En defensa de la cultura troll

Quizás sea difícil encontrar algún resquicio positivo en la figura del troll. Frente a décadas de demonización en Internet y a la reciente profesionalización del ejército de agitadores virtuales dirigidos por Marcos Peña, ¿quién saldría al amparo de este inhumano personaje?

No voy a desarrollar una historia, ni una tipología exhaustiva del troll pero sí me interesa detallar algunas cualidades que pueden ser tomadas prestadas de esta mítica y despreciable figura. Quizás debería hacer alguna distinción entre tipos de trolls, de manera similar a cuando Pekka Himanen diferenció entre crackers y hackers. Pero no lo voy a formular aquí.

Adoptar el rol de un troll da la posibilidad, en primer lugar, de publicar textos bajo el anonimato y tiene como ventaja la sensación de desinhibición. Arrojarse a la masa descentrada de Internet sin el temor de ser señalado. El ejercicio de esta escritura consiste en perder la vergüenza y el miedo para desencadenar una prosa inesperada que alcance a socavar nuestras propias convicciones. Esta ruptura nos lleva hacia una postura no sólo crítica sino autocrítica. El procedimiento es simple: asumir un personaje, una máscara y escribir de forma desvergonzada. De esta manera se desatarían los pensamientos ocultos, impensables, aquello que no sólo no se puede decir, sino también aquello que nunca imaginaríamos decir. Despojarse de las normas de nuestro grupo social y de los parámetros de nuestra subjetividad para ser poseídos por los fantasmas sociales que nacen de los mitos del odio y el terror. Hay que ser valiente para entregarse a lo monstruoso. Para jugar al mal, ser el Diablo.

Podría acusarse de cobardes a quienes aplican este procedimiento. Pero este método es familiar a aquellos en los que se experimenta con la materia onírica e incluso con las drogas. Alterar la conciencia en su estado fluctuante y dividido, parecida a un cristal. La idea es romper las rigideces y petrificaciones de nuestras propias convicciones.

Asumir una máscara es buscar imágenes al inconsciente, una mímesis que precede a la conciencia que se tiene de lo imitado. La imitación es una conciencia actuando sobre otra. La conciencia que se alcanza imitando es una conciencia temporal, es una conciencia que se vuelve conciencia de imagen. Es la disposición de interpretar todo como una imitación.

La imitación emplea unos signos que son comprendidos por el espectador. A diferencia de un retrato, una imitación es un modelo vuelto a pensar, reducido a recetas y esquemas. Todo esto oculta al escritor detrás de la pantalla para no ser alcanzado.

Sin embargo, cuando se ve lo imitado también hay signos que pueden dejar entrever al intérprete. Pero el espectador se entrega a lo imitado y suspende por momentos la búsqueda de la verdad. Se entrega a la ilusión, como en un music hall, como en un teatro, como en una novela de ficción.

En la imitación se da una síntesis. La síntesis imaginada está acompañada por una conciencia espontánea, por un acto de libertad. La imitación es un estado híbrido entre la percepción y la imagen. La relación de la materia con la imitación es una relación de posesión. Un imitado es un poseído, como aquel que participa en las danzas rituales y en las orgías que describe Bataille.

Un breve análisis de literatura comparada sobre las formas de representar la realidad nos puede arrojar algunas ideas a tener en cuenta. Según Eric Auerbach, el mundo de los relatos bíblicos no se contenta con una realidad histórica, sino que pretende ser el único mundo verdadero, destinado al dominio exclusivo. En cambio los textos de Homero nos halagan a fin de agradarnos y embelesarnos, más allá de la alteración de datos y acontecimientos históricos. Homero intenta hacernos olvidar nuestra propia realidad. Podríamos agregar que la escritura troll, en el sentido que estamos pensando, no intenta decir la verdad ni dominar, tampoco agradar ni embelesar. Es una escritura del rechazo, de lo revulsivo, del shock: la inducción deliberada de alguna forma de estado de choque simbólico.

La escritura troll es una escritura del caos, delirante, excesiva, multilineal, extravagante, provocadora y patética. Los ritmos, las asonancias y las consonancias que abordan temas sensibles condimentados con la basura, los miedos, los mitos y los fantasmas. Este tipo de escritura es familiar en estilo a la de Osvaldo Lamborghini, plagada de abuso, caricatura, humor, una escritura del continuo en la que es imposible establecer dónde termina la metáfora y dónde empieza la literalidad.

Sacudir al espectador es uno de los principios de las vanguardias por antonomasia. Las vanguardias del siglo XX se originaron a partir de textos y performances que buscaban desacomodar las visiones y las costumbres del público de arte. Por lo general, las performances eran escandalosas: el actor Firmin Gémier en el Théâtre de l'Oeuvre le dijo a la audiencia una sola palabra: 'Merdre' en el estreno de Úbu Rey de Alfred Jarry, la ruidosa orquesta de Marinetti aturdía a la audiencia, el striptease de Arthur Cravan en Nueva York escandalizó a hombres y mujeres, Oskar Kokoschka roía huesos de buey crudos ante el público, Apollinaire en Les mamelles de Tirésias provocaba con temas relacionados con el género sexual, los rituales dionisíacos de Albert Vidal o Jean-Jacques Lebel, y la fascinación por lo obsceno y la basura de Antonin Artaud.

El troll provoca al lector,le desordena los sentidos. Son criaturas empeñadas en hacer travesuras y malicias. Los trolls ejecutan a través de la violencia y desencadenan problemas en un ambiente. Desean ponerlo en duda, en funcionamiento, cuando algo está cristalizado. Desean promocionar emociones de indignación. Atentan contra el sentido común y la moral.

La aplicación del modelo troll puede quitar de la época el carácter cerrado, de lo devenido historia, de sacar a luz los fantasmas del orden dominante y sus luchas internas y subordinaciones. La escritura troll es la crítica a la crítica. Es un ser sin convicciones que puede sacar a luz los fantasmas y los miedos de las clases medias progresistas y bien cultivadas.

El procedimiento troll es similar a la toma de ayahuasca. Cuando vomitamos en una sesión de ayahuasca nos desprendemos de emociones y bloqueos psicológicos, que por lo general son contenidos psico-emocionales negativos. Los sujetos suelen imaginar que vomitan objetos o animales. En el caso de la escritura troll se vomitan los fantasmas sociales más oscuros. En ambos casos es “devolver” aquello que está en exceso, lo que nos hace daño, en un caso como individuos en el otro como sociedad.

El troll sabe que la violencia es ilusoria porque hay un olvido original precisamente que la violencia es un lugar en el que estamos siempre por anticipado. El troll cree como Johann Gottlieb Fichte que quien tiene derecho a un fin también tiene derecho a los medios que conducen a él. Quizás el trolleo pueda sobrepasar sus límites históricos llegando a alcanzar el presente. Quizás pueda ejercerse una nueva manera de ser troll.

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