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Catalina Arzani

El mundo... es un chuño


El chuño es una papa que se cosecha en el altiplano de Bolivia, me cuenta Maximiliano aka Max. Y me explica que se diferencia del resto porque es una papa muy chica pero que condensa en el centro, en sí misma, todo el agua que puede. Mientras lo hace, grafica con su mano el proceso y tamaño de la papa: cierra su mano derecha y con la izquierda hace un movimiento por encima del puño para recrear el agua que llega a la papa en forma de oleaje o de una lluvia incipiente. También dice que es riquísima y que “el mundo es un chuño” es la expresión que para nosotros “el mundo es un pañuelo”. Es que tenemos mucha gente en común de lugares muy distintos y todo eso.

Max es uno de los galeristas de 67 ludlow, galería a la que fui el viernes pasado al cierre de la muestra BUENOS AIRES curada por Aimé Iglesias Lukin de la que formaron parte Nani Lamarque y Veronica Madanes. Aimé me cuenta que acá en Nueva York se mira poco el cielo porque hay poco tiempo para hacerlo... para hacer todo. Le respondo que sí y que yo tengo la costumbre de mirar el cielo todos los días, es algo que hago, tal vez, ¿por ser de Buenos Aires también? ahora que lo escribo lo afirmo y el signo de pregunta pasa a ser de exclamación. Mientras hablamos y tomamos una birra prende el ventilador que me pega directo en la cara el cuerpo todo. Me vuela el pelo hacia atrás y hacia un costado, cierro los ojos unos minutos o capaz es solo un pestañeo que se siente muy largo y también me cuenta que el cielo, ese cielo amplio y azul que hay en Buenos Aires, es muy Buenos Aires. Le respondo que sí. Asiento. Lo siento. Siento el cielo arriba mío mientras escribo esto porque lo miro por la ventana de mi cuarto, hoy es celeste y las nubes parecen telgopor, así como estáticas con circulitos, planas, sintéticas.

Hay dos pantallas con las proyecciones en la galería y atrás de una de ellas una nena que se llama Carla baila con el uniforme de lo que parece un colegio. Mientras lo hace forma unas sombras en ese cielo. Improvisa, se trepa a un caño, da giros, levanta los brazos, los baja, los vuelve a levantar. Nos deja a todos boquiabiertos. Su mamá responde que sí, que empezó clases de baile porque claramente es su pasión.

Aimé me dice que la galería es un sótano de donde para salir hay que mirar al cielo con el cuello inclinado hacia atrás. Hago la prueba y como es de noche cuando salgo veo todo negro y estrellas no hay solo luces muchas luces y al hacerlo también agacho un poco la cabeza para no golpearme con el techo (imposible que me golpee con un techo con mi metro y medio de altura, solo es un acto reflejo). Y mientras camino hacia afuera y hacia arriba pateo varias zapatillas nike muy curtidas que están tiradas ahí por toda la escalera. Me pasa lo mismo cada vez que abro la puerta de mi cuarto, me cuesta hacerlo porque tiro las zapatillas en la entrada atrás de la puerta para marcar territorio como afirmando “acá estoy yo, esto es mío, cuidado el que entra” y esas frases de los carteles puber que tenía pegados en la puerta de mi cuarto en la casa de mis viejos.

Extrañaba esta frescura de cada cosa y todo y el conjunto y el idioma y saludar con besos y abrazos a desconocidos conocidos y el uniforme de colegio y el baile improvisado y las birras semifrías semicalientes que me hacen acordar a casa. Nani, Vero, Aimé: gracias por traer un pedazo de casa, un pedazo de cielo y aire fresco al norte del mismo continente que nos une y nos separa, un pedazo de Buenos Aires a este sótano de Manhattan.

Hace mucho no como papas, ni fritas ni en puré ni al horno ni con crema ni papas rejilla ni papines. Me pregunto cómo se dirá papa rejilla en inglés. Lo busco como papas cuadriculadas y aparece una foto de un ama de casa explicando cómo chequear la cocción de un pescado al horno envuelto en papel metálico.

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