top of page
  • Fabi Pacheco

Meterle swing (folletín ciudadano), #2


En Villa Sarita para dar apoyo escolar se usa la colección de cuentos clásicos de una revista infantil que hace mucho dejó de publicarse. También hay una voz que viene desde afuera de la prefabricada y que repite lo que se lee en el cartel con letras hechas en cartulina: Copa de Leche. Dos repisas forman el proyecto de biblioteca; libros y revistas para colorear completan (sin que cuadre este verbo) los estantes. Está muy bien, pienso; nada más falta el piso y las paredes tienen aberturas. (No estoy hablando necesariamente de ventanas.). ¿Dónde está Yolanda?

Me recuerda un compañero, mientras llena de datos elocuentes una planilla, que Yolanda fue a reunirse con una concejal...

Afuera armaron el ropero comunitario: los caballetes y las tablas sobre las que se apoyan las clasificadas prendas parecen tambalear: para organizar eso se requirió paciencia, manos ágiles e incluso molestar el descanso de una gata negra que, ahora acomodada más lejos, no ronronea, ronca: dos nenes se ríen a carcajadas. Entre los dos hay un poco más de un metro de estatura y ambos tienen el pelo lacio, negro y largo. Les pregunto sin son gemelos y ellos simulan interesarse solo por lo que pasa alrededor: muchas mujeres de variadas edades eligen y eligen; de fondo suena un tema movido, demasiado nuevo y demasiado remixado. Las banderas colgadas de la agrupación, de tela tafeta, contrastan incomparablemente con el color del machimbre.

Hay un alambrado al principio. La calle de tierra se corta donde abundantes piedras disimulan la profundidad de un pozo. Tomo y convido mate mirando cómo las casas parecen flotar sobre una superficie formada por matas de pasto y tierra seca. Más cerca está estacionada una camioneta cuyo ploteado la identifica con una Subsecretaría municipal. En un misterioso instante, uno de los chicos, inquieto, tropieza con una protuberante raíz de un árbol y vuelca el vaso descartable con leche chocolatada sobre el baúl abierto de par en par.

Al rato el viento taña una hoja y se larga a llover torrencialmente. Juntamos las cosas: sogas, cámaras fotográficas, stencils, lapiceras. Estuvimos más de seis horas, oscurece rápido.

Mientras tanto Dalmiro, delegado de la escuela técnica Nº 1, parece descontrolado con los infinitas historias de instagram y snapchat que comparte a todos sus contactos, historias amorosas, historias irónicas, historias graciosas, historias barderas, historias bondadosas, todo tipo de historias. Los demás agarran los abrigos para salir. Dalmiro está sentado solo, le digo que se sume al grupo, que ya nos vamos, que nos despidamos de los vecinos, lo abrazo.

"""

Tras una durísima derrota electoral que todavía no se asimila del todo, ¿quedan agotadas las metodologías y estrategias de construcción de poder popular utilizadas hasta entonces? Probablemente si. ¿Estamos en un momento de transición? ¿Hacia dónde?. Lo cierto es que nosotros, ante la necesidad de bancar los trapos, nos vemos arrojados a la realidad, siempre en contacto descarnado y frágil con una pluralidad de sensibilidades, todas sin excepción lastimadas; tratamos de estar de buen humor, cada vez que abordamos a los otros, como minimo un par de horas al día, siempre.. Parece una pavada pero es clave. “Nada grande se hace con la tristeza” decía Don Arturo Jauretche…Compartimos esa idea pero nos va a tener que disculpar el maestro, a esta altura esa vieja liturgia nacional y popular un poco nos aburre, ya no la releemos, en cambio sí volvemos una y otra vez a Spinoza; es fundamental la reflexión y la discusión del Baruch y cómo los metabolizamos en la práctica. Sobre todo la parte de las pasiones alegres. En el contexto de las luchas políticas y las reivindicaciones sociales se suele decir que a las ideas hay que ponerles el cuerpo, algo que es un cliché pero no por eso falso. Y sí las reflexiones del Baruch sobre el cuerpo en relación a los otros cuerpos y sus modos, el poder de afectar y ser afectado, resultan a menudo pertinentes de cara a los desafíos diarios. ¿Cómo hablar con un pibe que participa de un centro cultural de Trujuy perteneciente al Programa Envión de la Pcia sobre “Terrorismo de Estado”, “Batalla Cultural”, “Ley de Medios y derecho a la expresión”, etc., de tal manera que eso que de algún modo el guachín reconoce no le resulte algo lejano o peor, ajeno? Antes de entrar en esas cristalizaciones ideológicas, en el mano a mano, en el cuerpo a cuerpo, lo que vale, lo que nos acerca, es el ejercicio de la empatía spinoziana. O como nos gusta decir a nosotros: meterle swing.

"""

Cuando salimos, alguien le presta una campera cangurito a Antonella, la locutora del programa de radio del centro de estudiantes de la escuela media Nº 1 porque notan que comenzó a estornudar. Empezamos a caminar despacio, apretados, por el medio de la calle. Lupe y yo los acompañamos. Nunca nos sentimos cómodos con el mote de “responsables adultos” pero ya estamos acostumbrados a acompañarlos de regreso a casa al jovencísimo frente de secundarios, todos menores de edad, desde luego, mientras los demás, los mayores, suelen retirarse de las actividades disparados hacia las seis localidades y desentenderse disimuladamente, de modo que somos nosotros los que volvemos con los más chicos.

Enseguida vimos un grupo de pibes venir de lejos, le pegan en la cabeza al más petiso y así parecen divertirse. Veo el cielo muy negro, tanto que las estrellas brillan intensamente; sobresale una luna color amarillo seda como si alguien la hubiese pintado. Vemos la basura tirada al costado de la vereda y a los perros olfatear las bolsas rotas. El asfalto es un mejorado con baches en las esquinas, pozos molestos donde se acumula agua. La luz de la esquina se prende y se apaga caprichosamente. De repente alguien nos grita desde atrás. Nos asustamos tanto que una de las chicas pega un grito y cuando nos damos vuelta venía trotando Ramiro con cara de bobo, se había quedado retrasado y se reía a carcajadas.

Luego vemos pasar a doña Aurora, toda emponchada, llevando pedazos de cartón y arrastrando un carrito. Señora, usted no tiene necesidad. Como adivinándome el pensamiento Antonella me dice al oído: es ciruja de vocación, y nos reímos mientras mirámos cómo se nos va el 21 de la monopólica línea La Perlita. A Antonella se le forman pocitos al lado de la comisura de los labios cada vez que se ríe. La panadería de la esquina no para en toda la noche; por la puerta lateral, metálica, compramos pan calentito, recién horneado y lo disfrutamos mientras esperamos el próximo bondi, el último.

Al fin viene y subimos. No viajan más de diez personas. Las parejas acurrucadas, y desde el fondo un sonido deteriorado de un celular: bachata a máximo volumen. Las ventanillas no están limpias y el colectivero, excedido de peso, mira de reojo por el espejo cuando alguien baja por atrás.

Al volver el colectivo da muchas vueltas, zigzaguea las cuadras; si lo viéramos desde arriba con imagen satelital pensaríamos que escapa de una persecución policial. Al subir completamos su capacidad; pese a ser un día sábado va repleto de pasajeros. Yo voy parado haciendo equilibrio con las piernas en "v" para no caerme sobre uno hombre bastante irritado. Le pregunto cómo la pasó a una de las chicas nuevas, la Neófita, asi la bautizó Lupe. Mueve los labios y sin mirarme a la cara, como si buscara algo en el asiento de adelante autografiado con liquid paper, responde sonriendo pero el bullicio de los demás no me deja escucharla. La ventanilla, aunque le falta mucho para estar limpia, deja ver las nubes cargadas. Aprieto los dientes. Mesurado, reteniendo emociones, dejo que aflore con levedad un dato duro: en este distrito hay cincuenta tomas de tierras en total.

Bajamos casi en la plaza San Martín. Se ve la estatua del General, que parece ridículamente meditabundo.

-¿Y nosotros a dónde vamos despues, Lupe?

-Deambulemos y despues al bar...

RECENT POST
bottom of page