Viaje de ida
“Muchas cosas interesantes se han puesto en cajas a través de los años (...)” Los Simpson. [05x12]
Al llegar a La Paternal me encontré con una caja de cartón corrugado llena de dibujos. Sabía de antemano lo de la caja y que habían seleccionado unos 500 en total para esta muestra. Hace unas semanas también, Leber estuvo vendiendo su muestra como ¡28 años de dibujos dentro de una caja!
Siendo honestos, Leber tiene muchos más dibujos, muchos que quedaron afuera. Y sigue produciendo e incitando a otros a que dibujen. (Este sábado inauguró la primera cumbre cósmica de dibujo) De cualquier modo, al principio le creí. Leber nació en 1988, y me mostré convencida de que allí pudiera estar dibujado todo su derrotero vital. Creí que era efectivamente posible que en esa caja existieran dibujos de cuando tenía un año. Cosa imposible dirán, pero a mí no me sorprendería saber que su abuela Tonki le puso una birome en la mano desde tan chiquito. Ya en 1991 estaba dibujando de manera excelsa a los grandes maestros italianos: las tortugas ninjas. La abuela Tonki guardó todos sus dibujos y un día se los dio. Leber le sumó los que guarda desde la escuela y los que produjo ya como artista. Esta caja/vórtice condensa una línea de tiempo esencialmente asistemática pero abarcable; temporalmente dispersa pero espacialmente concentrada lo que facilita el recorrido, el viaje de ida. Al principio puede parecer complejo, pero algunas anotaciones de Tonki y de Leber - que de vez en cuando ponen fechas o textos- nos orientan. Sin embargo, no es posible salir del torbellino. Siempre que Leber me muestra sus dibujos me quedo pensando sin resolver nada. No hago otra cosa que preguntarme ¿Qué habrá en la cabeza de Daniel Leber? Y lo digo citando o robándome esta frase de alguno de sus dibujos, (o varios) en donde es él el que se pregunta por las cosas que hay en la mente de otras personas, de un señor que lee en un bar, o de un alguien que se chorrea moribundo por la cama de un hospital y que queda inmortalizado con sus lapiceras y fibras.
Después de ver esa caja de cartón corrugado puedo arriesgar algunas posibles respuestas a esa pregunta sin ser del todo concluyente. La hipótesis estipula que, y ahora sabemos que desde niño, en Leber se perfilan muchos o diría casi todos los tipos de viajes que pueda conjugar como acepción. Viaje entendido como tal y viaje como el viaje de un porrito. Como un mal viaje. O uno muy bueno. Viaje como los que enfrentan sus nuevos hombres xul solarianos hacia el cosmos. Viaje como el de un pintor viajero del S. XIX que hoy, cual peronista aristotélico, parece que grita “¡La única verdad es la realidad!” Viaje como aprendizaje en su sentido más grandilocuente a lo Grand Tour y viaje como caravana de sustancia surrealista en el que después de unas cuantas birras nos encontramos con dos empanadas hablando de ¿política? ¿amor? ¿rock and roll? ¡o repulgues posibles!
No es un dato menor, pensar que las dos últimas exposiciones de Leber a las que fui la idea de viajar era explícita. La primera involucró literalmente un viaje en tren, una caravana de muchachos y muchachitas ávidos de aventura que se juntaron en Retiro rumbo a Polvorines.
No es menos cierto que el viaje fue parte de su obra. Sin embargo, no vengo a declarar acá que Leber es de vanguardia. No vengo a hablar de sus giros neoconceptuales. Tampoco vengo a establecer que un viaje en tren es una obra de arte sólo para adherir a la estética relacional tan manoseada. No me importa declarar su originalidad porque sé que cada vez que agarra algo para dibujar todas sus experiencias, dudas, deseos, inventos, sus confusiones en torre de babel, lo que lee, lo que mira con atención se configuran de tal modo que el cliché que estipula que los viajes te transforman de una vez y para siempre se cumple inevitablemente. Incluso cuando tu medio de transporte es una caja de cartón.
Viaje de ida - Daniel Leber Curaduría: Emmanuel Franco La paternal espacio proyecto Espinoza 2672. CABA