La realidad de la enfermedad
Es la década del 90, ellos bailan música electrónica y se besan en un recinto oscuro de París. Durante el día se habían metido a las oficinas de un laboratorio médico que investigaba los avances en torno a los tratamientos del sida. Habían tirado bombas de sangre falsa contra las paredes prístinas de la institución al grito de asesinos, estuvieron detenidos algunas horas, ahora festejan.
Así es la vida de el grupo activista ACT UP Paris, o al menos esa es la visión de ellos que Robin Campillo decidió imprimir en la ganadora del Gran Prix de la última edición del Festival de Cannes, 120 battements par minute. Aunque ellos es un nosotros en realidad, ya que Campillo mismo fue militante del grupo, lo cual puede asegurarnos cierto grado de fidedignidad, o al menos de compromiso, no obstante nunca puede asegurarnos una visión poética y potente que trascienda el propio relato de los hechos. Esta trascendencia está lograda.
Con la exquisita actuación de Nahuel Pérez Biscayart en un protagónico devastador, esta película logra derribar algunas fronteras claras del cine que retrata relaciones no heterosexuales: el eje dramático no está puesto sobre el hecho de que los protagonistas pertenezcan a la comunidad gay, sino en torno a las dificultades políticas que implica padecer una enfermedad que intenta ser invisibilizada por el estado, y de la cual no se da información, poniendo en riesgo a la totalidad de la población a través de la perpetuación de la ignorancia, y por ende, de una demonización de todo un grupo humano.
No es una película donde la dificultad sea ser gay -como puede ser el caso de Brokeback Mountain (Secreto en la montaña)-, 120 Battements par minute es una película donde el problema es el rol del estado y cómo eso interactúa con una comunidad determinada (comunidad que, vale la pena aclarar, no son solo homosexuales, sino que lo integran lesbianas, hemofílicos, presos, prostitutas y drogadictos, entre otros infectados).
Ser gay es algo más, pero no es algo menos. Y ahí radica el segundo punto de quiebre respecto de narrativas hegemónicas sobre la homosexualidad, en las cuales se retrata de un modo en el cual no “incomode”, sobre todo, al varón heterosexual. En una película que puede pensarse en dos partes, una colectiva y una íntima, nos trasladamos del fresco de la militancia, a la relación particular de Sean (Nahuel Pérez Biscayart) y Nathan (Arnaud Valois). El modo en el que está retratado el crecimiento del vínculo y, en particular, el sexo entre ellos, es realista, intenso, estético, pero estético por sincero. Este tratamiento pone en ojos del espectador un vínculo amoroso, carente de estereotipos, donde lo que importa es el cuidado mutuo.
Es interesante que las estrategias discursivas del cine mainstream, muchas veces sean las de absorber “minorías” (esta palabra siempre resulta impropia) con fines económicos, de modo de mantener tranquilas a las disidencias pero siempre bajando algún tipo de línea que se ajusta a la normativa hegemónica. No es casual que en general las películas que retratan relaciones sexuales disidentes en el marco del cine mainstream, en ellas el tema de la película sea la relación disidente en sí. En general son dramas con moraleja, poniendo siempre en relevancia la dificultad, incluso la imposibilidad de vivir plena y públicamente la vida que uno quiere.
En 120 pulsaciones por minuto nunca entra en tela de juicio si está bien o mal ser gay, si “se puede”. No pide permiso, el punto de vista de la película nos deja inmersos en una realidad donde eso ya no necesita ser puesto en cuestionamiento, la realidad es la realidad de la enfermedad como potencia, como motor político y la urgencia por la búsqueda de justicia atada a la urgencia de la vida de cada individuo.
Otro aspecto muy importante es que la película no sacraliza la enfermedad, poniéndola en un estado prístino, y elevado, asexualizar al enfermo revelaría una intención moral, donde enfermedad y sexo se separarían. Poner una escena de sexo en el hospital donde Sean se halla convaleciente es un acto de amor, no sólo porque la escena es, ante todo una escena de amor. Poner en pantalla una paja hecha en un hospital es un modo de reivindicación del derecho individual al deseo. Asexualizar al convalesciente, en cierto punto, se ajustaría a una moral cristiana que terminaría por “perdonar” al enfermo porque ahora es puro y ya no tiene sexo con hombres.
Disfruté mucho el momento de escuchar a una señora gritar “esto es demasiado para mí” y levantarse del cine haciendo un escándalo, porque, si bien, es evidente que la película no tiene ánimos específicos de provocar por provocar, tampoco intenta ser condescendiente con un público que sólo puede aceptar que se hablen de algunos temas si se hace del modo que ellos quieren. Para esta señora hubiera sido más lindo que Sean se muera olvidando su apetito sexual, porque para ella el apetito sexual, en especial el “torcido”, es lo que lo llevó a su tragedia en primera instancia, este es uno de los modos arquetípicos de la narrativa cinematográfica, independientemente de la moral cristiana. Modos que enlazan causas y efectos pavlovianamente y que a fin de cuentas sólo condenan las acciones de los personajes, estereotipados, entre malas o buenas, al tiempo que terminan imprimiendo las mismas categorías en los espectadores.
Sobre el film 120 battements par minute de Robin Campillo. Stars: Nahuel Pérez Biscayart, Arnaud Valois, Adèle Haenel