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por Pablo Schanton

La luz no es luz


“I'm not seeing what I'm meant to believe in” (“Mirage”, Siouxsie and The Banshees, 1978)

Recordaremos cuando se invente la aplicación realmente efectiva para transcribir una entrevista, que alguna vez quienes trabajamos en periodismo nos entrenamos en eso de desgrabar tipeando automáticamente dichos ajenos. Si alguna vez lo hiciste, listo, te queda el tic. Ahora con la abundancia de audios de Whatsapp (¿quién no tiembla ante la flechita de play, el punto en la línea, el avatar con micrófono?), se me da por pasar a escrito las palabras que se graban, porque prefiero después leer un testimonio que escucharlo. Días atrás, nada serio: le mandé a Ariel una foto de desayuno con libro, el Vacío y Plenitud, ése verde agua y azul verde que editó Siruela. Le preguntaba con un solo signo de pregunta “¿Vacío o plenitud?”, simplemente para saber cómo andaba con el montaje de la muestra en la galería, eso nomás. Y se ve que la mañana legañosa (voz de recién despertado), o la preocupación de que yo cite al chino ése, o lo que sea, lo hizo entrar a “modo interviú” y empecé a recibir audios y audios. Desgrabo y tipeo, obviando los Ehs dubitativos: “No es que llegás, y ya te encontrás con la cosa para verla, te vas a tener que mover o accionar vos. Al principio puede ser que te parezca que hay vacío, porque no ves nada, o porque no cumple las expectativas que tenías, pero cuando prestás más atención…”; salteo titubeos hasta que llega la conclusión: “Si hay algo que tienen las obras mías es que todo aparenta ser otra cosa”. Un rato antes había asomado una frase para destacar: “La luz no es luz”. De ahí viene el título que puse arriba.

A propósito, varios nombres le había propuesto para la expo, pero el que más me gustaba era “Refractario”. Bueno, sí, se me ocurrió por cómo se comporta él ante las instituciones, el mercado y el discurso del arte, y obviamente, por alusión a uno de sus materiales-fetiche, la cinta/tela refractaria. A un diario colombiano que se llama La Patria, en oportunidad de su intervención con cinta refractante en el parque central del departamento de Salamina, Ariel le había explicado (siempre hay que explicar ante la prensa): "Lo interesante del material es que da la posibilidad de hacer una pieza que está presente y puede desaparecer…”. El parque “intervenido por el Arte Contemporáneo” (eso se lee en La Patria) en plena noche sin luz se puede chequear googleando “Salamina”, “Mora”, “Surja Vibrante” (nombre de la pieza).

También me parecía que la galería quedaba convertida en un “Refractario”, un espacio donde sólo la refracción, que produce la caminata y la detención de los observadores, activa efectos especiales. Pero Ariel no quiso ponerle ningún nombre. Me contó que el (no) músico Daniel Melero lo felicitó porque sus obras no llevaban título, que eso era lo que más le gustaba. El lo debe haber tomado como un elogio (yo no estaría tan seguro), y al “Refractario” me lo bochó.

Después, ya jugando, pensamos en “Ghosting”, cuando comíamos fainá parados en Imperio. Lo de la casa encantada está, ¿o no? La “casa fantasma”. Cuando aparece una nueva galería porteña en un PH reciclado, pienso en que en Argentina se ha tomado literalmente aquello de que “El arte no empieza con la carne, sino con la casa”, o mejor, de que “El arte… empieza con el animal que delimita un territorio y hace una casa”. Ariel hace mucha casa, toma casas, cambia casas, cambia de casa, busca casa: por eso Moria le queda tan bien. Más que construir una cosa para ubicar en el living, habría que hacer una casa donde habitar. Alto Refugio, UV, Isla Flotante, Moria: casas que se vuelven galerías. Ahí es donde realmente se cocinan las nuevas normas y los nuevos valores del A.C.A. (Arte Contemporáneo Argentino). Si algo enseñó Belleza y Felicidad es eso: primero la casa, después la obra. La casa en obra. Total, ya el arte del siglo XX dejó claro que con el marco basta. Y Ariel se subió a ese motto: cómo será que le encantan los marcos, que los encanta. Bien rectangulares.

Me acuerdo de otro título que salió gracias al alcohol: “Le Parc de la Moria”. ¿Qué pasa cuando el Op tiene que olvidar los ideales ascéticos del minimalismo por falta de súperproducción? Se vuelve Povera; argentino, digamos. Esa reversibilidad Op/Povera –que me señaló Aldo Benítez– se apoderó de esta casa, donde abundan los espejismos y los Trompe-l'œil. Ariel ama los espejitos de colores, los vidrios de colores: sus traslucideces superpuestas. Y según aseguró el psicoanálisis, todo efecto del anamorfismo tanto depende del punto de vista, que cuando uno ve lo mismo desde otro lado, la magia se termina. Ariel quería aumentar la luz, dejar las lámparas prendidas, boicotear la “visión”. Que se noten los errores. Que se hicieran presentes el telgopor, la madera de pino, la cinta plateada que se compra en librerías. Pero la penumbra suma: aporta FX. Además, basta sacar una foto con flash para que se revele el más instagrameable de los simulacros. Prueben; aquí está más que permitido el uso del Smartphone, y del flash, ni hablar (estas piezas sí que son flasheras). Del hiperrealismo Povera al Ilusionismo Op, y viceversa, la casa está encantada de que sus huéspedes disfruten de cómo engañan las apariencias. Acá nadie tiene que mentir, ni disimular nada. Todo brilla por su ausencia.

Ariel Mora en Moria Galería

Apolinario Figueroa 134, CABA

Mayo-Junio de 2018

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