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  • Juan Laxagueborde

Verdad y Pintura


No se miente si se cree en lo que se dice, aun cuando sea falso Jacques Derrida, Historia de la mentira

En este libro extraño y preciso, Celina Eceiza pinta y cuenta en lenguaje neutro. Todas las obras de las que habla no se parecen y es ella quien las hace aparecer para que se parezcan en acuarelas de colores terrosos. Todo esto lo hace su alter ego, un criminal detallista.

El libro se llama El falsificador y lo editó Tammy Metzler. Le hace decir a un señor de 72 años todo lo que robó e hizo fuera de la ley en muchos países y en detrimento de muchas instituciones laicas, teológicas, privadas y públicas. Le hace pintar el recuerdo de lo robado con un lenguaje especial, que hace que todas las imágenes, desde un Cezanne a un Brueghel el joven, o de La Gioconda a un Tiziano, se asemejen. Dice el señor: “Todo lo que está en los museos es robado o expoliado". Y claro, el anarquismo nació en el siglo XIX diciendo eso, que toda propiedad es un robo.

Se precipita en el lector algo: lo falso es artificial y sus luces se encienden en lo que le pasa a las personas cuando se paran frente a ello. Pero con lo verdadero pasa lo mismo. Mejor sería distinguir entre lo genial y lo general. Ahorrarse, de paso, la discusión entre talento y trabajo.

Se precipita en el lector del texto de Derrida y de este a la vez, esto: pseudos, en griego, quiere decir mentira, pero también falsedad, pero también astucia. Pero también quiere decir invención poética. La verdad como construcción desde la mentira vuelta estilo.

El propio narrador saca el tema del posmodernismo desde el inicio del relato y se precipita en el lector esto otro: el ideal, el modelo, la referencia primera de las palabras y las cosas, se pierde en el cielo del posmodernismo, que describe la vida como si fuera una malla protectora que oculta lo esencial. El posmodernismo no cree en el origen pero tampoco en el encanto. Cree en la igualación de las cosas, en la enumeración transparente de lo que pasa. Miente de otra forma. Porque la belleza miente. El poder miente. Las promesas mienten. ¿Pero no miente también el que expresa la verdad del mundo desde la arrogancia de no creer en ninguna verdad en el mundo?

El Falsificador es la realización del "accidente-cliché" -como le dice el protagonista. Lo que implica volver a un lugar. Volver al lugar de los hechos, como le pasa a nuestro personaje, es la calamidad del criminal pero es también su propia redención en un mundo de criminales. Es menos culpable el que se excede, el que vuelve al lugar de los hechos es un desaforado. Algo pretende: quizá que lo vean, quizá que lo entiendan o que lo azoten.

Un falsificador es un estratega al viento. Porque no le importa el resultado de la estrategia sino el proceso de llevarla a cabo. Lo realizado del sueño del estratega falsificador es algo que no tiene nombre, la obra de arte sin aura. O el aura del crimen que no se nota, por lo tanto no existe.

Nuestro hombre se roba una porción significativa de lo importante de todo lo que se hizo en siglos bajo la idea de arte. La Historia del arte es entendida por Celina Eceiza como la comedia de la acumulación de sentido, una estantería al borde del desastre. El ladrón de guante blanco de los museos blancos, de las instituciones puras de la narración estética universal, celebra esa acumulación y se deleita. La historia del arte es caprichosa y una pieza menos no la afecta. Ya llegarán los refuerzos para que la estructura, el embrujo cuenta cuentos del mundo plástico, renueve su función. Será el mismo mito pero con otras obras como protagonistas.

¿Es un falsificador o un ladrón clásico? Las dos cosas. Queda decantado de esto, de que sea las dos cosas, esto: cada obra es única aunque se la falsifique. Así que cada robo es un sacramento. Todo objeto no técnico es único, es una obra, porque no hay copia, no hay cover perfecto, siempre hay interpretación y matiz. Entonces roba pero le cuesta vender. Porque todos conocen lo robado. Esto es típico. Roba y funde ornamentos eclesiásticos de plata. La plata se funde, la pintura no.

Este hombre habla y habla como un loco. De tanto contar ya no sabe por qué delinquía. Se deduce que por desesperación y nervios: para estar tranquilo. El impostor conoce más que nadie lo original de la obra. La encarna y la devuelve reproducida. Este libro es una historia del arte robado y una manera poco sacra, arrebatada, de "darle voz" al que no tiene voz en el arte.

Descolgar un cuadro para llevarlo a otro lugar bajo la pulsión del delito, no es robar sino cambiar de lugar un destello. Robar tiene más que ver con someter a otro a su culpa de clase, transformarlo en culpable. Volver a las víctimas victimarios. La burguesía tiene miedo porque tiene culpa. Siempre hay un ladrón para alguien que tenga un poco más que él. Es la metáfora de la servidumbre voluntaria al revés. Nos dejamos robar porque siempre podemos robarle a alguien que esté por sobre nuestro estatus. Nos dejamos gobernar para gobernar a alguien. Toda civilización es a la vez una manera del sadismo.

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