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  • Elisa Palacio

Poesía Rural


El cuarto Festival Rural de Poesía de Lobos fue el pasado 9 de noviembre en Zapiola, partido de Lobos, en el almacén de Tito y Alejandra que queda justo enfrente a la estación de tren de esa localidad. Al igual que los años anteriores la organización fue difícil. En aquellas ocasiones habíamos contratado un colectivo que salía del cine Gaumont e iba hasta el paraje o pueblo donde se realizaría el festival. Esta vez elegimos Zapiola justamente por el tren, en épocas de crisis es lo más seguro y lo más barato, o eso creíamos.

En las semanas previas a la fecha de esta cuarta edición, el tren Sarmiento, ramal Merlo-Lobos, dejó de hacer el recorrido completo (creo que hablar sobre el abandono de los trenes en la Argentina es indispensable pero requiere otra nota). A nivel gestión fueron días de consultar precios de colectivos (muy caros para el bolsillo del poeta) y pensar posponer el festival. Era una decisión complicada ya que teníamos invitades de otras provincias con pasajes confirmados, entre otras cosas. Finalmente, el tren Sarmiento, gracias a la demanda que es real, puso un “horario de emergencia” hasta Lobos, y no nos quedó otra que fijar la hora del encuentro en Once para ir al festival a las 8.30 am del Sábado 9 de noviembre.

A pesar de cierto escepticismo, tanto nuestro como ajeno, sobre la concurrencia a esa hora sumado a un pronóstico poco alentador, les poetas se presentaron puntuales en Once para la cita, y el festival, que ya tiene vida propia, sorprendió con público desconocido en el hall de la estación preguntando por la gente que iba a Zapiola, Lobos, para el festival de poesía.

El viaje tuvo más amagues de complicaciones que, por suerte, no llegaron a efectuarse. Por ejemplo, al llegar a Merlo nos dijeron que el tren de emergencia tampoco llegaría a Lobos, sino a Las Heras, y de hecho no llegó, pero sí lo hizo hasta Zapiola, nuestro destino. Creemos que su recorrido tuvo que ver con el extenso grupo de poetas y el reclamo de les organizadores, pero eso puede quedar como mito.

Al principio viajamos con llovizna pero a medida que el conurbano se hacía más bajo y el paisaje cada vez más rural, el cielo se fue despejando. Mates, charlas, conocerse, ponerse al día, cantar Shakira y mirar el campo desde el estribo fue lo más representativo del traslado en tren hasta Zapiola.

*

Hay algo que nos mueve y es formar parte de una comunidad. Hacer cosas con un fin, que es el que nos une. Ese fin es la poesía. Así como otres tienen editoriales, talleres o espacios de encuentro. Todes escribimos, muches somos amigues y casi todes conocides. A veces, conversando en tertulias, nos quejamos de lo poco, nada, o de la dudosa calidad de lo que estamos escribiendo, pero al final esa falta o esa actividad es lo que hace a nuestra identidad.

El festival surgió cuando una amiga se quedó embarazada y nos la imaginamos leyendo su propio poema que narraba un futuro en una pradera acompañada por alguien. Pensamos en ese alguien que estaba por venir, su hijita Sara, y pensamos en la chacra de mi tía, en Lobos, con sus margaritas silvestres como esa pradera o ese campo donde ella podría decir en voz alta esos versos de libertad y amor.

Desde entonces fantaseamos con eso, con una imagen, como un poema que surge de ahí, pero performeandolo. Llevar a nuestra comunidad, a nuestres ídoles u otres poetas a formar parte de esa imagen.

Cuando lo vimos como una posibilidad real nos dimos cuenta de que era factible pero era un poco cuesta arriba. Entonces decidimos llamarlo “Festival” para darle una entidad que justifique el esfuerzo y también algo de un sello, algo que nos inste a sostenerlo en el tiempo, como un compromiso con nosotros y nuestra amistad.

Como su nombre lo indica, el festival sucede en el partido de Lobos pero no en el centro, ni en la chacra de mi tía. El festival se lleva a cabo en almacenes rurales, que algunas veces ni siquiera son en pueblos, sino en parajes. Por ejemplo, el festival del 2018: una esquina de campo, ladrillo a la vista, donde la ochava, que es el bar, mira hacia un horizonte pampeano. Al costado, como parte de la misma edificación, hay una panadería, un almacén y una pollería. No hay urbanización, sólo eso. Alrededor, hay chacras o campos más grandes y quizás alguna casita rural. Quiero decir que no hay un centro con una una plaza, y un edificio municipal, educativo o eclesiástico.

En lo de mi tía decidimos no lo hacerlo para no molestarla y porque nos interesa pensar en el espacio público, o ese híbrido que son algunos lugares de encuentro como los almacenes, clubes o bares. Tampoco lo hemos hecho en Lobos centro. Y esto no está completamente blanqueado con mis colegas y amigues lobenses con quienes hacemos el festival: Ana Inés López, Alejandro Jorge y María Lucesole, pero creo que tiene que ver con con algo que me dijo un poeta una vez cuando recién comenzaba a escribir, y es que: “la poesía es lo que está al costado de lo que queremos decir”.

La poesía siempre está al costado. Como dice una serie hermosa de poemas del libro Evelyn del mexicano Inti García Santamaría, de la que citaré sólo uno pero valen la pena todos: Recorrí las librerías con atención/ Miré las novedades/ Hojeé el libro ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes/ Únicamente al salir sin comprar nada/ Estuve cerca de la poesía. O como dice este hermoso poema de la argentina Fernanda Laguna: Escribir poesía es estar donde vos no estás./ Es no estar haciendo lo que desearía hacer./ Tal vez algún día,/ Esta poesía esté donde yo no./ Y yo esté sentada en otro lado/ donde sí quería estar cuando la escribo./ Estoy haciendo todo lo que no quiero/ pero es la manera de estar lo más cerca de lo que quiero./ Es así,/ el arte nunca está donde yo quiero estar./ Cuando estoy donde quiero/ él está lejos,/ guardado.

En las librerías cuando quiero encontrar la sección poesía siempre me tengo que agachar mucho, y eso que soy petisa. La poesía no tiene casi best sellers y le interesa a pocxs, de esa manera funciona. Por eso creo que hacemos el festival en lugares remotos pero también propios.

Un poco el espíritu que cultivamos desde el comienzo, y que nos hace reír en momentos de tensión, es el de Fitzcarraldo, la película de Herzog. Hay algo de su romanticismo (alemán tardío) en el proyecto; el campo como escenario para la poesía, una fascinación por el paisaje y por la cultura. Sin embargo no nos identificamos con un loco alemán extranjero en un amazonas virgen, primitivo y romantizado. El festival busca un encuentro real entre este lugar elegido como “escenario”, las personas que viven allí y lo que llevamos como curaduría. Hay un diálogo fluído con les dueñes de los almacenes donde se llevan a cabo los festivales, ya que hacemos varias visitas previas. Ahí tomamos cerveza en la barra o una mesita, conversamos, contamos la idea y vemos si hay una respuesta afín. Lo pensamos como un intercambio cultural y también como un apoyo a los espacios pequeños atendidos por sus dueñes. Es decir, nos importa que les vaya bien, que no haya ningún disturbio, que ese día vendan mucho y quedemos contentes y conectades. Asimismo, como invitamos poetas locales, además de poetas de distintos lugares (han venido de distintas provincias del país, así como poetas de Perú, México, EEUU y de Chile), se genera esa mezcla graciosa y amable con la naturaleza, la diversidad y el localismo, tanto en la escucha de los poemas, como en la charla y el baile.

En esta reciente edición les invitades fueron: Anayvelyse Allen-Mossman (Estados Unidos), Osvaldo Baigorria (Buenos Aires), Julieta Blanco (La Pampa), Juan Pablo Correa (Buenos Aires/Zapiola), Luisina Dor (Chaco), Daiana Henderson (Entre Ríos), Milton López (Bahía Blanca), Soledad Manin (Lobos), Cristhian Monti (Santa Fe), Fernanda Mugica (Mar del Plata) Antolín Olgiatti (Salta), Ana Pedernera (Lobos), Pablo Petkovsek (Buenos Aires), Dúo Pando (Colombia), José Villa (Buenos Aires), Luciana Villella (Ituzaingó), El asesino del romance (Tucumán) y DJ Luki la puti (Buenos Aires).

Decía baile más arriba y termino la lista de invitades con Luki la puti a quien no puedo dejar de reconocer como responsable de uno de los momentos más hermosos de esta cuarta edición. En el segundo intervalo de lecturas, que fueron todas extraordinarias, propusimos una caminata, antes de que caiga el sol, por el pueblo de Zapiola. Como ya comenté, el almacén queda justo enfrente a la estación de tren, sobre la calle principal, que corre paralela a las vías. Es un pueblo peculiar, ya que esta calle, hace las veces de centro, sin embargo, desde el jardín trasero del almacén de Alejandra y Tito, donde sucedieron las lecturas, se llega a campotraviesa a la plaza del pueblo. En realidad hay campo y después un camino de tierra que lo conduce. La plaza es grande y tiene una iglesia muy antigua enfrente, algunas pocas casitas alrededor y más y más campo a partir del primer anillo conurbano zapiolense.

Hubo una gran peregrinación de público y poetas hacia allí. Un descanso de la escucha y una adentrada más profunda en el espacio rural, un recreo. Algunos se hamacaron en la plaza, jugaron al fútbol o se aventuraron por caminos más desolados, sacaron fotos y acariciaron perros. Otros, como el DJ, se quedaron en la locación festivalera.

Luki la puti pasó música todos los intervalos, pero en este se lució. Varies se quedaron bailando al ritmo de su playlist y les que fuimos a caminar nos sumamos al volver. De pronto un ritual copioso de cuerpos agitándose se apoderó del centro del festival. Luki animó con micrófono como buena fiesta interior y nos llevó de viaje por el latino bailantero que empezó temprano con folklore boliviano, luego argentino, y terminó con cumbia.

Algunes poetas célebres de la última ronda se preocuparon por cómo retomar las lecturas luego de semejante jolgorio, pero la verdad es que no hubo ningún problema ya que había muchas ganas de volver a escuchar poesía. Lo que quedaba era prometedor y el silencio se hizo total cuando retomó con el micrófono Juan Pablo Correa. Le siguieron las maravillosas Daiana Henderson y Luisina Dor y terminó Osvaldo Baigorria con un poema conmovedor sobre su padre que hizo que no volara ni una mosca sobre el campo. En la hora mágica tocó El asesino del romance llegando al súmmum épico de la jornada y, ya bajo las estrellas y con menos personas, un paisaje sonoro psicodélico de Pando nos hizo flashar para cerrar livianos y modernos con un DJ local, el lobense Carli Palazzesi.

Conmovieron todos los poetas y, a modo personal, lo hicieron Anayvelyse, Fernanda Mugica, y Antolín con poemas minimalistas y dulces en el primer caso, más intelectuales y barrocos en el segundo y confesionales en el tercero.

Algunes colegas y público fiel del festival afirmaron que este último fue el mejor de los 4 y nos alegra. Que la gestión, sin dinero, y sólo con el deseo, pueda suceder es casi un milagro. Muchas situaciones son precarias: las ferroviarias, las económicas, a veces también las personales y emocionales y las políticas, no sólo a nivel local, sino regional y mundial.

Ese mismo día, mientras estábamos sin señal en el almacén de Zapiola se gestaba el golpe de estado en Bolivia lo que no nos permitió tener un domingo de pleno disfrute post festival, pero creemos que el arte es también un lugar desde donde nombrar, manifestarnos, unirnos y eso es política y es resistencia.

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