Enséñame a vivir

Vi la obra de Nati en una fiesta a mediados del 2018. Yo no salía mucho, la noche no me parecía interesante; pero para ese entonces, probé el MD con amigos por primera vez y empecé a incursionar más en la vida nocturna.

Galel se había comprado una especie de galpón gigante para vivir al que llamó Rosas por la calle en la que está ubicado y decidió hacer fiestas para bancar la remodelación.

Hay dos fiestas que recuerdo especialmente, las “Enséñame a vivir” que organizaron Feli, Rami y Caiu: celebraciones de gente joven tomando MD. Al principio de la noche ese lugar clandestino explotaba de gente, pero con el correr de las horas íbamos quedando menos, sólo los que más nos queríamos. A causa del MD o a causa del cariño había muchos besos no tan sexuales sino más bien del cariño, de querer tanto a un amigo que le das un beso. Besos de dos, besos de tres, besos multitudinarios. Besos.

Rosas tenía una pared de durlock azul grisácea, con puntos y ray

as blancas. Sobre la pared estaba la obra de Nati, un paisaje costero con palmeras pintadas al frente de un cielo brumoso que ocultaba unas colinas en la orilla opuesta, pintado al óleo sobre un bastidor de 120 x 70 cm, que en la noche me parecían enormes. Su clima de amanecer/atardecer en la playa me hacían sentir en verano, sea la estación que fuere.

Ver una obra en una fiesta con luces de colores intermitentes es difícil, pero no hacía falta contemplarla como en un espacio artístico. Esto era mejor: medio mareada de alcohol y sustancias a veces la veía de reojo, o me tildaba o nada pero estaba ahí, acompañándome siempre. Además, era una obra que la podía ver con distintas luces, primero a oscuras y luces láser, para finalmente y a medida que amanecía, apreciarla con luz natural.

Me encantan que los espacios que habito tengan obras de arte y que las obras de arte no estén solo en galerías, museos, etc. Que puedan estar en una casa, en una fiesta, en una baranda… En donde quieran estar.

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Recuerdos de MD sobre la obra de Natalia Cristófano