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Alejandro Jorge

A diez años de 27 poemas, a diez años de Triana


Conocí­ a Cecilia en su casa, en el 2006, el primer dí­a que fui a su taller. Un taller al que iba junto a dos poetas de Lobos, y dos poetas de Capital. Aún sin terminar de coincidir en un principio con la poética de lo que veíamos, seguí­ yendo, junto a las mismas cinco personas, con las que construimos relaciones afectivas y de productividad que continúan hasta hoy. Con el desarrollo fuimos incorporando nuevos textos, hasta que un día, hacia el final del año, leyendo un cuento de Cecilia en casa, completé el rompecabezas, y apareció ante mí un mundo nuevo, abierto y flotante. Entré en lo que llamábamos una zona de poesía pura, donde nos iniciamos en la pregunta por lo poético; la sensibilidad, la libertad y la multiplicación estéticas era lo que compartíamos cada mañana en la que nos reuníamos en su departamento en busca del estado artístico permanente.

No sabía de la fuerza de lo simbólico que representaba Cecilia hasta que para la segunda tirada de libros quisimos publicar poetas de una corriente a la que yo estaba previamente ligado, de sentido lineal, directa y confrontativa; esa poesía había sido otra de las puertas de entrada. Poetas que declamaban, demarcaban, delimitaban la geografía y decían, eran nuestra referencia también, pero se negaron a participar porque en nuestra primera tirada de libros estaba ella, y no querían estar en una editorial que la tuviera como inicio.

Y aunque nuestra tarea es avanzar hacia posiciones futuras, en ese momento donde tu identidad se está formando, donde estás averiguando quién sos, si hay quienes se oponen a eso, a vos, a lo que te forma, a lo que estás conformando,­ no hay más opciones que afirmarte o ceder. Desde ahí en adelante Cecilia terminó de delinearse como una de las referencias de nuestro mundo, como afirmación ante lo contrapuesto.

La editorial y su grupo de trabajo avanzó y un tiempo después surgió la propuesta de dar un taller de poesía. Nos propusimos dar una mirada sobre las escrituras de provincia, haciendo un pequeño repaso previo por algunos textos puntuales que nos gustaban. Para esto volvimos a intentar comunicarnos con poetas de aquella línea demarcatoria, quienes nos contestaban que no querían representarse con “inocencia, alegría ni simpleza” y que nuestra poética “transitaba la senda del fluir de lo bobo” -como había dicho Arturo Carrera-, y que esto se desprendía de todas, y solamente, las mujeres del catálogo de la editorial, nombrándolas una por una. Su contacto con la literatura iba por otro camino diferente, enfatizaban, porque no eran funcionales e iban a contrapelo de las tendencias actuales, fundándose en el “no me gusta”, mientras que la nuestra era “literatura tontipop”.

Poetas que bajo los velos de la rigidez, la intransigencia y la sabidurí­a fomentan la misoginia, el fascismo, la idolatrí­a y la adulación; que señalan la mala poesía para construir el aura que les facilite señalar cuál es la buena; y que así moldean poetas que repiten sus indicaciones como verdades, cuando nada hay más alejado de la verdad de la poesía que la verdad.

Nadie es culpable de sentir resentimiento, aunque sí de generar esa espiral de verdades y violencia que es el fascismo, algo que tenemos que combatir todo el tiempo si es que queremos un mundo mejor, porque también es lo que somos, y lo que nos pasa. Triana es nuestra manera de enfrentar eso que siempre parece pasado y nunca quiere morir. Lo enfrentamos generando múltiples sentidos e interpretaciones, con un criterio de construcción constante y por medio de un espíritu autonomista. A diez años de haber comenzado, queríamos recordar esto, porque contra eso combaten poetas como Cecilia desde al menos los noventas hasta hoy, y mucha de la libertad y los espacios que hoy aparecen como naturales derivan de ese camino.


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