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Bob Lagomarsino

Amor al arte (100% Barrani)


Desde que empezó la cuarentena los tristes debates que giran en torno a la economía del arte cobraron un protagonismo desmedido. Habría que preguntarse por qué tanta necesidad de hablar sobre este tema con un mercado que, sumando todas las transacciones declaradas en el año, no llega a equiparar el valor de un dos ambientes contrafrente en el barrio de retiro.


¡Hay que encontrar mejores formas de redistribuir! ¡Necesitamos utilizar otro sistema monetario! ¡Debemos crear un organismo de control para que regule la actividad! ¡Fijemos los precios! ¡Honorarios de $5.000 para los artistas! ¡caché de $100.000 por exposición! ¡Pongamos impuestos! ¡Hagamos un tarifario!... Esas son solo algunas de las exóticas propuestas que proliferan como hongos. Llama profundamente la atención que a nadie se le haya ocurrido que la mejor opción sea laburar 100% barrani. Deberíamos tener un poco de cuidado con nuestros reclamos, porque con el loteo de las áreas de gobierno siempre se corre el riesgo de que se designe a un Óscar Ivanissevich contemporáneo que aproveche la situación para combatir el "arte morboso".


Pero, más allá de la pobreza, las aberraciones económicas y las misteriosas motivaciones ideológicas que disparan estas ideas, algo parece estar oliendo bastante feo y tiene el poder de despertar a mi anarquista interior. Todo esto de las reglas, las normas y los organismos de control se parece bastante a la Maldita Policía.


Es llamativo que les artistas autoconvocades y algunos trasnochados estudiantes de posgrado, en su gran mayoría extrañamente autopercibidos como peronistas, no conozcan —en absoluto— su propia doctrina. Si hay algo que un peronista debería saber es que las obras de arte son mercancías muy extrañas y parecen regirse más por la brujería que por la economía ¿quien en su sano juicio se atrevería a regular las prácticas de las brujas? Bueno, existió la inquisición y dejó como resultado un salvaje exterminio.


Resumiendo injustamente cientos de años de evolución que guiaron a estos pensamientos, la historia dice así: hay una cuestión fundamentalmente técnica, que ni el mismísimo Carlos Saúl Menem pudo actualizar de forma exitosa. La economía peronista se basa en la teoría objetiva del valor-trabajo. Por eso, no es descabellado que los peronistas encuentren buenos interlocutores entre los marxistas y los liberales clásicos y no entre los socialdemócratas y los neoliberales; que consideran a la formación de precios un asunto subjetivo determinado por la competencia y las leyes de la oferta y la demanda. No es una cuestión exclusivamente ideológica es, ante todo, un problema lógico-técnico.


¡La economía peronista es clásica! los precios de las mercancías tienen una relación objetiva con la materia prima y el trabajo —no en vano solo se considera con el estatuto de persona a los trabajadores—, gracias a esto, el precio de las cosas se puede calcular de acuerdo a los costos de su producción y el margen de ganancias se puede fijar de una forma justa para equiparar las desigualdades del mercado.


Todo eso parece funcionar perfecto, como sucedía con la teoría de la relatividad de Einstein, pero hay un tipo de mercancía extraña que no responde a esa lógica objetiva: el arte. Y aún no ha nacido un Maldacena capaz de crear alguna ecuación similar a la correspondencia entre los espacios anti-de sitter y la teoría de campos conformes, para poder traducir los precios objetivos y subjetivos de la economía.


Supongamos que nadie hace caso a estos problemas —ni a los problemas ontológicos y epistemológicos que conlleva considerar algo como arte— y actúa como si el precio de las obras fuera algo racional, con la finalidad de emprender la tarea delirante de planificar la economía del arte. Para eso se debería empezar a calcular los costos, como se hacía en el renacimiento, que se pactaba a través de contratos la cantidad de azul y de oro que llevarían las pinturas.


Esa visión arcaica de la economía hoy moviliza a todos los sectores del arte a idear proyectos que en el mejor de los casos —y siendo muy optimistas— recuerdan a la Secretaría de Comercio de Guillermo Moreno, un tipo muy sabio que se ocupó de planificar todos los precios de la economía salvo, por supuesto, los del arte ¿quien tendría hoy el poder de conducción para llevar adelante esa tarea? ¿La cámara de galerías, que desde sus inicios estuvo interesada en la formación de precios y la construcción de un sistema de impuestos que recaiga sobre los artistas?... si bien algunas de sus ideas pueden ser interesantes en la teoría, la economía es una cuestión fundamentalmente práctica y… ¿Quién se imagina al Director de una galería negociando con un revólver arriba de su escritorio? parece un delirio… y lo es.


Todes deberíamos aprender algo del peronismo: intentar regular el arte supone que uno no lo comprende. Y, para finalizar, no olvidarnos que en última instancia toda la doctrina peronista, incluso su adscripción a la teoría del valor-trabajo, está sustentada en otro sistema de valores tan subjetivo como el arte y que nadie se atrevería a regular: el amor.



Las imágenes que acompañan esta nota son de la artista Mia Superstar y fueron utilizadas sin su consentimiento.

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