Vivir de la alegría
¿Quién no jugó alguna vez a poner en marcha un auto sin saber manejar? Algo de esa sensación, mezcla de poder inagotable, vértigo, cancherismo y fantasía, aparece cuando se ven de golpe, a través de la vidriera y desde la avenida, las obras que integran Alegría de vivir, muestra grupal de Máximo Pedraza, Mariano Ullua y Guido Contrafatti en la galería Mite.
Entro a la sala como si visitara una casa de familia, obedeciendo con torpeza sus códigos internos. A la derecha, siete pinturas en formato chico, que Ullua parece haber pintado recién, dan una bienvenida de luces de pista de aterrizaje, un saludo medio a los gritos, afectuoso, sacado, titilante, salpicado. El temblequeo del Fiat 147 de alambre que el mismo artista montó en el centro de la sala rutila nervioso en los márgenes de mi campo visual; sin conductor ni destino está a punto de arrancar. Afuera la vereda recibe el cotilleo que arman adentro entre sí los objetos.
Es difícil encontrar en los tres artistas un nudo ordenador; en todo caso, lo importante de ese nudo (si es que existe) es su capacidad de hacer todo lo contrario: desorganizar y saltar por los aires cualquier gesto de ensamblaje. Digo, si hay nudo, ese nudo es el misterio, el rumor que flota sobre la superficie sin dejarse atrapar, lo irrecuperable del presente cuya forma se diluye en nuestras manos. Puestas juntas estas obras elevan los relieves de una atmósfera contemporánea que se tensa por el exceso, las formas de matar el aburrimiento, el curioseo, el goce permanente y sutil de la amistad, y la ansiedad por lo inminente como temas.
Estos cabos en principio sueltos se van atando en una clave geográfica que va del barrio a la llanura. Porque el jangueo de la esquina y la contemplación de la calle que en las pinturas y los dibujos de Ullua tienen el tono y el tiempo de una diversión frugal (que igual no cansa nunca), en las acuarelas de Pedraza se aflojan y se desarman como una fuga: un viaje hacia adentro y hacia atrás en el que la presencia abrumadora del paisaje termina dejando en evidencia el titubeo de unos varoncitos que no saben bien cómo lidiar con el drama o con la desesperación. Hombres que, en la mesa del bar y con el alcohol subido al cerebro, desagotan su desconsuelo o le dan rienda suelta a la farra.
Entonces, esa clave geográfica admite, en primera instancia, que las obras de los tres artistas e incluso la relación entre ellas pueda pensarse en términos de distancia. En línea con la afirmación -que, en el texto de la muestra, hace Facundo René Torres- de que los motivos del bar y del barrio, aunque lindantes, están ahí señalando un adentro y un afuera, me interesa la pregunta sobre si es posible pensar el conjunto de las obras como una manera de hacer coextensivos ese adentro y ese afuera. La distancia, la lejanía y la cercanía, vendrían a colaborar en esa copresencia: en definitiva, se trata de puntos de vista.
Y es por eso que las pinturas de Contrafatti, que por el efecto del aerógrafo subrayan la facilidad con la que nuestra visión puede confundirse, completan esas nociones esbozadas en Pedraza y Ullua. Esa curva se completa así con el éxtasis cristalizado de unos primeros planos que emergen de la humedad, la modorra de esos cuerpos rosados envueltos por una atmósfera encapotada y la resaca decadente del banquete dionisíaco.
Mientras camino por la sala, salgo a la avenida y vuelvo a entrar, pienso que es importante lo que pasa cuando el arte nos tira un lazo directo y se clava en nuestra sensibilidad cotidiana. Una chispa de chapa contra la pared del garaje, un error o un corrimiento que nos despabila. Las obras de Alegría de vivir engendran la necesidad y la búsqueda de invertir esa fórmula y lograr, en realidad, vivir de la alegría. Pedraza, Ullua y Contrafatti toman caminos distintos para llegar, seguramente sin buscarlo, al mismo lugar: esa zona blanda que funciona como muelle entre la quietud terrenal y el crujido frenético de lo que está por venir.
Sobre la exhibición Alegría de Vivir, de Guido Contrafatti, Máximo Pedraza y Mariano Ullua en galería Mite.
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