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  • Andrés Gorzycki

Así fue el comienzo del fin de todo lo que conocíamos


Estabamos lxs dos sentadxs en el sillón, ellx apoyade en mi rodilla y yo con mi cabeza en el respaldo. Era un día de verano y solo queríamos estar tiradxs. Pasamos un rato así y después me di cuenta que estaba medio fastidiado del calor y necesitaba estar un rato solx. Cuando salí de la casa a dar una vuelta al parque, el sol estaba bajando pero seguía pegando fuerte. Aunque estaba cansado, camine derecho hasta el parque con ganas de ver los patos en el lago.


Estaba caminando distraído mirando el piso y me llamó la atención un cascote que estaba tirado en el suelo. Lo agarré y entraba justo en el puño de mi mano. Lo llevé conmigo un par de cuadras hasta que vi un cajón en el medio de la calle. Lo venía mirando desde lejos cuando veo que una señora pasa por al lado y apoya algo arriba del cajón. Apenas deja ese objeto sigue caminando como si nada. No parecía ser basura lo que dejó apoyado arriba del cajón por eso me dio intriga y me acerqué de a poco para ver que había dejado.


Cuando llego al cajón, veo que lo que había arriba era un cisne de porcelana pintado con algunas pinceladas rosas y celestes. Los ojos tenían las pestañas largas y hermosas y su cuello estaba estirado mirando hacia el frente. En la espalda tenía un agujero donde se podían guardar cosas, como caramelos, unas llaves, papeles viejos o cosas que necesitan un lugar pero nunca saben donde ubicarse. En mi mano todavía tenia la piedra y se me ocurrió medirla para ver si entraba adentro del cisne. No encajaba muy bien pero me gustaba la imagen del cisne con la piedra en la espalda. Así me sentía yo en ese momento. Me quedé mirando la situación unos segundos y seguí mi camino para el lago. Lo único que quería hacer era llegar a los patos.


Me compré unas medialunas en el camino y pensé si a los animales les gustará tanto las harinas como a mí. Llegué al lago y les compartí una medialuna a los patos, que la comieron contentos de un bocado.


Después de comer todo lo que había traído y de mirar al cielo un rato, me aburrí y decidí que quería volver a casa a tirarme al piso para sentir el fresco de la madera. Con el cuerpo en modo automático, volví a hacer el mismo camino de vuelta a casa. Es la inercia de ir siempre por el mismo lugar. En un momento llego al cajón con el cisne donde había dejado la piedra y para mi sorpresa ¡La escena había cambiado! Habían varias piedras más pero ahora el cisne estaba arriba de ellas y adentro de su espalda tenía dos ramas. Las piedras de abajo parecían una laguna donde el cisne flotaba. No entendí que hacían esas ramas ahí pero me gustaron y decidí meter la mano en el bolsillo para ver si tenía algo más para contribuir a la escena. Tenía mi celular, mi billetera, unos pañuelos descartables usados, un pin de una carita feliz que me regaló une amigue y las llaves con el llavero de San Jorge. Decidí sacar los pañuelos usados y se los metí en la espalda del cisne para tapar el hueco. Le saqué una foto con el celular y se lo mandé a mi hermanx porque a ellx le gustan mucho los cisnes. Llegué a casa y estaba vacía, entonces me tiré al piso y me dormí una siesta.


Soñé con una lluvia de piedras muy chiquitas pero que no lastimaban, solo daban impresión. La gente corría con miedo pero si dejabas que te toquen se derretían y te daban una linda sensación.


Cuando me desperté pensé en el cisne y en las personas que le sacaron la piedra de la espalda para dejarle regalos más amables. Me daba intriga saber qué había pasado con el cisne. Como no tenía nada mejor que hacer salí de nuevo y me fui a ver el cajón. Salí a la calle y de a momentos corría un poco por la excitación, pero cuando me daba cuenta que estaba corriendo para ver un cisne de cerámica me parecía una boludez, frenaba un poco y me reía de mi mismx.


Pero cuando llegué al lugar del cajón me encontré con algo que me excitó mucho más, porque la escena había cambiado otra vez. Ahora tenía dos pinos, uno seco y uno vivo, cada uno en su maceta, al lado del cajón. Arriba de las piedras ahora había un muñeco de Spiderman con las piernas dobladas y los brazos levantados. Me moría de ganas de saber quien había llevado hasta ahí esas cosas. Estaban en la calle, ocupando el lugar que un auto podría ocupar si estacionaba. Pensaba en si llegaba a venir alguien apurado en su auto y corría todo a un costado para poder estacionar, hubiese destruido eso que estaba naciendo.


En ese momento veo a la distancia que pasa unx chicx y deja algo en el altar. ¡Me emocioné! Vi en vivo a alguien que también era parte de eso. Él no me vio pero con la euforia de ese momento decidí ir a buscar por las veredas cosas para agregar al cajón. Así me encontré un portarretratos de plástico dorado con algunos detalles símil lujo y una foto de una palmera. ¡Era una joya para seguir adornando eso que estaba pasando! Me acerqué de nuevo al cajón con la joya nueva y fue increíble lo que me encontré. Las plantas se habían multiplicado, a los pinos le siguieron dos plantas con flores que no se el nombre y unos cactus chiquitos. También apareció una caja de cartón de unas zapatillas marca Topper. Dejé el portarretratos arriba de la caja y decidí dejar también mi llavero de San Jorge. Sentí que ese era su lugar. Lo metí en el medio de las piedras confiando en que él iba a proteger esto que estaba pasando. Me quedé un rato más pero no pasó nadie por la vereda. Ya era de noche y la gente parecía haberse ido a dormir.


Volví a casa y lo primero que hice fue contarle todo esto a ellx. Estaba emocionadx, sentía que estaba pasando algo importante, algo que podría tener consecuencias que no podía imaginar. Le conté todo con tanto entusiasmo que me propuso llevar algo importante de la casa a “eso”. Hacer una ofrenda entre lxs dos. Me dijo de llevar la cámara para sacarle unas buenas fotos que registren lo que estaba pasando.


Salimos juntxs de la casa y fuimos hablando de todo lo que podía ser eso que estaba pasando. Nos estábamos poniendo de acuerdo con desconocidxs para crear una realidad compartida. Era un momento hermoso, lleno de esperanzas. Podía ser el inicio de una nueva etapa en las vidas de todxs lxs involucradxs.


Llegamos al lugar y no lo podíamos creer. Seguían apareciendo objetos, algunos grandes como una silla de madera y otros más chicos como un libro en miniatura. Ya ocupaban el espacio de un auto entero. Correr todo eso iba a costar más que pagar un estacionamiento. Nos miramos sin poder creer lo que veíamos. Cuando controlamos la euforia nos acordamos del acordeón que habíamos llevado desde casa. Era un acordeón que su tío Mario le había regalado cuando tenía cuatro años y que estaba un poco roto, entonces ya no sonaba más pero lo guardaba de recuerdo. Decidió entregárselo a esta construcción, a este bicho que iba creciendo con cada objeto.


En ese momento llega alguien y nos mira con complicidad. ¡Por primera vez nos encontrábamos con unx secuaz! Y esto era recién el principio. Charlamos varios minutos sobre todas las interpretaciones que teníamos de esta instalación, de eso que estaba pasando. Nuestrx secuaz nos contó que había llevado un ramo de flores que había comprado para regalarle a su sobrina por haber terminado la universidad, pero cuando vio eso lo único que pudo hacer fue abrir el ramo y repartir las flores en distintos lugares. Una fue a la espalda del cisne, otra fue a la punta del pino, otra la puso en un florero de metal y así fue repartiendo las veinte flores por distintos lugares. Después de charlar cada unx volvió a su casa, esperando que mañana haya otrxs que quieran seguir la construcción.


Fuimos a dormir esperando despertarnos muy rápido. Los sueños estuvieron llenos de imágenes, una vorágine de colores que no pude memorizar, solo sentir la emoción de ese momento.


Nos despertamos al otro día y decidimos preparar un mate para llevarlo con nosotrxs a la construcción. Buscamos entre las cosas de la casa y decidimos llevar una olla vieja que nos había regalado mi mama cuando nos mudamos juntxs. Llevamos el mate y la olla hasta “el altar” y cuando llegamos era una fiesta. Habían reunidas por lo menos veinte personas y el altar ya cubría la calle de lado a lado. Se había armado la primer barricada. Los objetos se relacionaban uno con el otro y armaban un escenario de este mundo paralelo. Muñecos, trapos, telas, cajas, plantas, tierra, arena, escombros, basura, comida, ollas, guantes. Era difícil describir todo lo que había. Ya había una carpa, la primera de todas, instalada al lado del primer cajón, en la vereda. En la carpa estaba un chico con una lata de aerosol pintando la vereda. Una vecina se acerco y lo felicito por lo que estaba haciendo. Él estaba pintando un ramo de rosas y a la vecina le encantaban las rosas. Todo satisfacía a todxs. La señora después trajo una estatua de un perro y la puso al lado de una silla y un bowl para comida de mascotas que estaba en el lado izquierdo de la calle. Nos contó que su perro anterior siempre comía al lado de ella, entonces quiso armar ese altar a la memoria de él.


Cada persona que pasaba sacaba una foto de la situación y frenaba con curiosidad para preguntarnos qué estábamos haciendo. En un momento llegó una pareja con una carpa, cada una con su mochila y una bolsa de dormir. Eran vecinas del lugar y les parecía importante unirse a esto que estaba pasando. Nadie quería ponerle un nombre, solo queríamos seguir sumando cosas.


Pasaron unas horas y la cuadra entera estaba llena de objetos. Habían lavarropas, pinturas, mesas de roble, un sofá, unxs vecinxs tomando mate en ese sofá, animales, una pecera. Estaba lleno de vida. El calor acompañaba la fiesta.


Fuimos a comprar unas cosas al supermercado para compartir con lxs ocupantes. En la caja atendía un joven con rasgos asiáticos y nos preguntó que pasaba a la vuelta. Le contamos todo muy entusiasmadxs y él nos regaló un chocolate, prometiéndonos que iba a pasar a ver. Cuando volvimos a la calle nos encontramos que habían hecho una fogata con diarios personales, cartas, souvenirs y otras cosas. En un momento alguien tiró los primeros cien pesos al fuego. Ese momento fue muy importante para todxs. Un señor miraba emocionado desde su balcón.


Varixs nos sacamos las remeras porque el fuego era terrible y unas chicas trajeron unas guitarras y unas flautas que empezaron a tocar. Bailamos alrededor del fuego y no podíamos creer que eso estaba pasando en el medio de la ciudad. Fuimos hasta la esquina y vimos que un grupo de adolescentes estaba rapeando unas canciones y una señora barría la vereda para que puedan poner unas lonas para bailar. Algunxs decían que todxs lxs vecinxs de la cuadra ya estaban en la calle con nosotrxs y que se estaban mandando mensajes con sus conocidxs para que se sumen a lo que estaba pasando.


Desde la esquina vimos que en la otra cuadra había otra fogata y los autos ya no podían pasar. La calle estaba completamente tapada. Las cosas que se veían no se podían creer. Una vecina nos contó que sacó afuera toda su ropa, hace tiempo encerrada en su placard. Cosas que tenían tantos recuerdos que no le hacían bien y decidió sacar todo. También se sacó la remera y después el corpiño, después el short hasta quedar desnuda en el medio de la calle. Se la veía feliz. Fue directo a la fogata a bailar con lxs chicxs que cantaban rap. Con ella se unieron dos chicxs que también se desnudaron. Después se sumó el portero de uno de los edificios y otra vecina. Cuando nos dimos cuenta eran muchas personas desnudas bailando cerca del fuego. Fue una escena totalmente inesperada. Estaban pasando cosas que antes nadie se hubiese imaginado. Todxs lo estábamos sintiendo. Las cosas se seguían acumulando, los autos frenaban y bloqueaban las calles pero no importaba.


Lxs automovilistas se bajaban y se unían a la fiesta. Algunxs sacaban lo que tenían guardado en las guanteras para avivar el fuego. En unas horas los autos eran pequeñas montañas llenas de objetos alrededor. Hubo un auto en la cuarta cuadra que estaba completamente cubierto de plantas, había flores, plantas mas grandes, arbustos, un ficus. El primer bosque. Una vecina regaba esas plantas desde su balcón, tirando agua desde una manguera. Mojaba un poco la fogata pero como había tanto combustible, el fuego seguía sin parar y la gente agradecía el agua que caía. Un vecino de un primer piso decidió dejar varias mangueras prendidas que tiraban agua desde su balcón. Alguien la llamó “La cascada del primero” y después todxs la conocíamos por ese nombre.


De pronto la ciudad se volvió una selva. Salían los bichos del verano, los mosquitos nos picaban a todxs por igual, había mariposas, unas palomas se unían a la fiesta, los perros ladraban, algunos corrían a los gatos. Una chica regaló toda su biblioteca y fue dando un libro a cada persona. Decía que el libro que te tocaba te iba a decir algo sobre vos. A mi me tocó un tomo de una enciclopedia.


La visión era increíble, todxs nos compartíamos fotos de lo que pasaba en las distintas partes de la ciudad. Todxs estaban viniendo con sus cosas, sacaban sus electrodomésticos, hacían banderas de colores, la ropa volaba por los aires, el fuego se multiplicaba, en una esquina quemaron un auto y cuando explotó todos aplaudimos de la emoción. Era un espectáculo increíble, ver ese auto prendido fuego en el medio de la calle y todxs aplaudiendo felices con eso. La dueña del auto intuía que no lo iba a volver a usar. ¿Alguna vez íbamos a extrañar todos estos objetos?


Todxs vimos que teníamos tesoros en nuestras casas y que los podíamos compartir. Incluso los malos recuerdos servían para alimentar el fuego, para que siga creciendo, para que todxs podamos seguir bailando. Las calles ya no se veían, el asfalto estaba totalmente cubierto de objetos. Había sogas que bajaban desde las terrazas hasta la calle, cables entre balcones, todxs queríamos que todo estuviese conectado. Cada unx festejaba lo que se le ocurría a lx otrx porque confiábamos en que todxs queríamos lo mismo.


Nos fuimos a caminar y todas las cuadras estaban repletas. Ya nada era como nos acordábamos. Las rejas de metal de los baldíos se tiraron abajo y se convirtieron en plazas comunitarias, donde algunxs llevaron las plantas de sus balcones y las plantaron ahí para que tengan una mejor vida.


Unxs policías vinieron, se sacaron sus uniformes, dejaron sus armas arriba de los autos y se unieron a la fiesta. La cara les rebosaba de alegría. Vinieron personas que nunca hubiese imaginado que existían, personas que habían estado encerradas en sus casas por mucho tiempo. Estábamos todxs afuera, armando algo juntxs, algo que realmente nos hacía felices. Un grupo de chicos repartían galletas y tortas, unos abuelos cocinaban en una olla grande, había cajones de frutas por todos lados.


Esto estaba pasando en toda la ciudad, en cualquier momento se iba a hacer de noche y las hogueras ya comenzaban a iluminar todo. Algunas cuadras apagaron la electricidad y solo se iluminaban con el fuego. Habían rumores de partes enteras de la ciudad sin luz donde se podían ver las estrellas. También se decía que habían tirado abajo todas las rejas de las plazas. Los autos ya no circulaban por la ciudad, cada unx se quedaba cerca de donde vivía, se juntaba con amigxs o familia.


En un momento nos desnudamos y nos pusimos a bailar con unos tambores que sonaban, entre otra gente de todas las edades. Bailamos sin parar hasta que nos cansamos tanto que decidimos dormir en uno de los colchones de la calle. Dormimos ahí, abrazadxs, en el medio de la calle, con mucho cansancio y mucho placer.


Nos despertamos al otro día y todo seguía como lo habíamos dejado a la noche, ya no había vuelta atrás. Así fue el comienzo del fin de todo lo que conocíamos.

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