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Roberto Amigo

CARLOS ASIAIN




Carlos Asiaín mira a la cámara, a veces con los ojos nublados por algún recuerdo. La cabeza es de emperador romano, como si fuera tallada en mármol, trabajada la cabellera blanca con delicadeza de trépano. Habla con la calma del que domina el tiempo y sabe de los silencios. Con nostalgia menciona la elegancia, perdida desde el avance del mundo industrial y la tecnología.


El conjunto presente de obras tempranas –principalmente tintas- permite entender esa elegancia como deseo de estilo, donde predomine el cómo decir como parte del argumento (quizá pueda señalarse en esta característica la temprana influencia de Manuel Mújica Laínez durante su estadía juvenil en Buenos Aires). El arte, parecen subrayar estos dibujos, debe permitir la evasión, pero como afirmación de que ese evadir debe ser parte integrante de la realidad. No se trata de una huida sino de entender que existe una continuidad del mundo espiritual más allá de los progresos que tratan de confundirse con la civilización.


Eximio dibujante, las tintas de fines de los sesenta transitan una figuración contemporánea que comprende tanto las derivas del pop (por ejemplo, en Los jueces) como los registros naturalistas de los sujetos del pueblo (Esta laucha se irá al cielo, Sábado a la tarde) marcados por el humor sencillo de los cuentos. Sin dejar de lado la escena narrativa con cierta extrañeza como en Mirando al cielo, donde las figuras parecen pertenecer a un paisaje sin tiempo. Asiaín puede optar por las líneas vibrantes y entrecruzadas de diversas longitudes, armando tramas de densidades o, siempre desde un dominio pleno de la técnica, por extensos planos negros que juegan espacialmente con los blancos.


Los dibujos datados en 1971 señalan una lúdica mirada al modernismo esteticista del inglés Aubrey Beardsley y a la ilustración art nouveau, atravesada por la cultura del diseño del cartel de la psicodelia y la cultura alternativa del hipismo de fines de los sesenta, que tuvo su comunidad en Bajada Grande, en las afueras de Paraná. Otros dibujos y pinturas dan cuenta de la estrecha relación entre el mundo del vestuario y la escenografía teatral con la cultura queer. Tienen por la exacta mirada a los detalles, sin que estos dominen la representación, la difícil capacidad de lograr una narrativa, desde la presencia de una figura: alcanza con la vestimenta, el gesto de una mano, la dirección de la mirada, la curva del cuerpo, la belleza andrógina. Perdura así la admiración constante por las obras prerrafaelistas entrelazada permanentemente por una cultura literaria y musical, todo ello conforma una convicción sobre la utilidad de la belleza, de la elegancia (no en términos de clase, sino de una manera de estar en el mundo con los otros).


Este último punto debe considerarse para su defensa e impulso de la artesanía popular y campesina, programa de su gestión pública en cultura, que dejó huella en algunos de sus objetos. Se torna de este modo en un creador complejo que puede aunar lo que para otros son los extremos de la cultura burguesa europea hasta el siglo XIX y del hacer popular latinoamericano. Sin embargo, se encuentra aquí la clave común de ambas: la necesidad de superar el dominio de la industrialización sobre la humanidad. El deseo abierto de reflejarse en el espejo de Oscar Wilde a las orillas del Paraná.




MUESTRA PUENTE

Fondo Nacional de las Artes, Noviembre 2021.

Curadora: Manuela López Anaya

Textos de sala: Roberto Amigo

LA PORTLAND es una plataforma de arte contemporáneo entrerriano.

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