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Juan Rocchi

De lo universal a lo municipal - Sobre el Festival Americano de Poesía en Hurlingham



Durante el 3 y 4 de septiembre sucedió el Festival Americano de Poesía en Hurlingham, abreviado un día a causa del intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Este texto es una crónica parcial de lo que ahí se leyó y se dijo.



Lo primero que hay que notar es que el festival condensó una serie de experiencias y expectativas dispersas, gestadas durante los últimos años. Como conjunto no tienen un origen demasiado claro, pero podemos definirlo fijándonos un poco en los asistentes, entre los que se contaron poetas, lectores, feriantes, editores, entusiastas, y gente que reúne dos o más de esas condiciones. Y podemos decir que se trató de un hito transgerenacional, y que logró expresar gran parte de lo que hay de interesante en la poesía contemporánea argentina.


Porque si bien el festival es americano, tiene la particularidad de ser una versión de América gestionada en Hurlingham, con lo que solo ese municipio es capaz de reunir. Lxs invitadxs americanxs –argentinxs y no argentinxs– no fueron grandes estrellas, sino simplemente poetas por su oficio. Gente seleccionada después de años de discusión, crítica y producción. Y a partir de ahí se siguió literalmente la premisa de D.G. Helder: se reemplazó lo abstracto por lo concreto, lo universal por lo municipal.


Decir que un festival de estas características solo es posible en Hurlingham no es un gesto de inspiración romántica. Es afirmar un fenómeno con causas materiales como: la existencia de una generación de poetas –la de los ‘90– con un programa poético propio; la persistencia de un grupo –el de la revista Rapallo– que edita y selecciona poemas y ensayos actuales; el precedente de una revista de crítica literaria –Planta– intransigente en sus análisis y con una profunda vocación pedagógica; la existencia de un intendente –Damián Selci– ex-crítico literario y ex-novelista; el desarrollo de una generación –la nuestra– semicontenida, receptiva y productiva (o como dice Selci resumiendo, una generación no diezmada); la percepción de que algo de todo eso es importante; la necesidad de condensarlo en un solo lugar para que se vuelva una experiencia verdadera.



Los asistentes queríamos presenciar, cuando se inaugurara el evento, la última aparición pública de Selci como crítico literario. El festival organizado bajo su gestión parecía hacerlo propicio. La situación política del presente y el atentado a la vicepresidenta lo hicieron imposible. Cuando llegó, avisó: “yo soy ex-crítico literario”. Obviamente ya lo era, y algunos somos demasiado grupies como para aceptarlo.


Una de las definiciones importantes que dio, fue la del núcleo del festival: “el FAPH reúne dos corrientes distintas: la de la militancia política, representada por varios de los asistentes de Hurlingham, y la de la poesía política, representada por la revista Rapallo”. En el medio hay gente que pertence a ambas corrientes, y en los márgenes hermosas rarezas.


Pero volvamos a las experiencias dispersas y los orígenes falsos. Según Selci, el origen mítico de este festival nos encuentra en el bar porteño San Bernardo, donde se juntaban con Alejandro Rubio, Martín Gambarotta, Violeta Kesselman y Nicolás Vilela, entre otros, a hablar de poesía y política. Pero nada de eso existiría sin la 18 whiskys, Belleza y felicidad y todo lo que fue la generación del ‘90. Nada sin los textos de Leónidas Lamborghini. O sin la lectura de Ezra Pound. O sin los talleres que fueron empujando cada una de esas cosas en el tiempo, hacia adelante, hasta hoy.


La conjugación de militancia y poesía política se expresa fenoménicamente en Hurlingham: los que llegamos en tren, pudimos ver que el (también ex) crítico literario Nicolás Vilela aparece en un cartel a diez metros de la estación Rubén Darío del Urquiza: se postula a concejal. Violeta Kesselman dedica su escritura a la coyuntura política actual; cuando le piden firmas llama a la gente “compañero”. Peligra su asistencia y lectura por el intento de asesinato. ¿Es poeta, o ex?

Martín Gambarotta, maestro de todxs ellxs, dedicó una versión de un poema a la vicepresidenta. “Lo que ellos quieren, dulce cabroncita / simplemente es que te mueras”, terminó.



Lxs poetas convocadxs a las mesas de lectura pueden clasificarse, siendo lo más cuadrado posible, en nóveles y consagradxs. O locales, cercanxs y extranjerxs. Contra la costumbre más extendida, a lo que no se consagró ninguna mesa fue a los bufidos de aburrimiento y a las invitaciones de compromiso. Nombremos algunos sin hacer mucho análisis.


Un grupo de lectorxs invitadxs fue el de lxs consagradxs de los ‘90. Martín Gambarotta leyó dos poemas nuevos, contundentes; después terminó con la reversión del poema de Para un plan primavera, dedicada a Cristina, que mencionamos más arriba. Sergio Raimondi leyó poemas nuevos de su libro Lexikón, recientemente publicado. Laura Wittner leyó inéditos: una de las pocas que dedicó poemas a la cuarentena y el encierro.


Otros que pueden reunirse en una clasificación así de burda son los de la línea Rapallo. Entre ellxs estuvieron Franco Massa, y Facundo Ruiz –también editores de la revista–, Violeta Kesselman y dos invitadas extranjeras muy especiales que fueron Laura Jaramillo y Marwa Helal. Un hallazgo para la Argentina por parte del grupo de editores, Helal y Jaramillo son dos yanquis de familias inmigrantes con una gran sensibilidad, un estilo nuevo y una lectura política no-inocente. Después de leer a ambas en la revista, escucharlas leer y poder hablar un rato con ellas fue un privilegio.

Kesselman, si bien publicada por, y cercana a, Rapallo, es un caso extraño por ser precursora. Fundó un tipo de crítica en Argentina con Planta, junto a Selci, Vilela y otrxs, y es la única de ese núcleo que sigue escribiendo literatura. Leyó poemas de estilo muy propio y preciso, enfocados en la agenda del presente desde la experiencia militante; algunos nuevos y otros ya publicados en Morris.


Finalmente, otro grupo que se puede delimitar es el de aquellxs más jóvenes o que publicaron menos, y que tienen algún espíritu de continuidad con los dos grupos anteriores, con los que comparten elementos o bien estilísticos, o bien de tema. Entre ellxs están Jacqueline Golbert, Francisca Lysionek, Darío Poterala, Nicolás Ricci y Luis San Martín.


En cuanto al estilo, se nota una lectura atenta de sus predecesores: todos ellos leen y se reconocen en la poesía argentina reciente; en el sentido temático, se encuentra una nueva forma de ocuparse del consumo cultural joven, de la política actual y local, y de la subjetividad y las relaciones sociales en este momento histórico. Y aunque esta enumeración abstracta de temas parezca coincidir con lo que hacían los poetas de los ‘90, esos mismos temas se transformaron después del kirchnerismo, después del macrismo, después de la pandemia, después de cualquier cosa que haya pasado.


Me alegra poder decir que ni la presencia ni la alta calidad de los textos leídos por este grupo fueron una sorpresa.



Antes de llegar, mi sensación era la de ver un círculo cerrándose. La poesía de los ‘90, la crítica de Planta, el devenir militante de sus fundadores y la continuidad poética empujada por Rapallo. Aunque eso me provocaba un tipo vago de placidez o consuelo, me alegra haberme equivocado. No hay nada cerrándose: solo la cristalización de años de trabajo y discusión. Generaciones de poetas que se catapultan hacia adelante.


Hurlingham es el lugar donde podemos decir que uno de nosotros llegó a la gestión estatal y le dio a la poesía, desde ahí, el lugar que queremos darle. Que querríamos que siempre tenga. Y al mismo tiempo parece irreal, insostenible, proveniente de un mundo ajeno. Como una obra de arte. O simplemente, como todo fruto de la organización.

Como se dijo en el patio del fondo entre carritos de comida y vasos de plástico llenos de cerveza, “fue nuestro Lollapalooza”. O una misa de baja frecuencia.




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