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  • Juan Laxagueborde

Forma y montones




El colectivo Ricas está integrado por Clara Campagnola y Dana Ferrari. Se encargan de transformar espacios donde circula gente: bares, sets de filmación, celebraciones, etc. Trabajan de eso y hacen algo más, a la par de eso. Trascienden la función decorativa y quedan del lado del arte, entendido como algo que se pone en contra de algún sentido común. Para esto convierten esos ornamentos en objetos extraños que luego muestran en otro lugar, con otro estatuto, como el despliegue que actualmente puede verse en Fundación Osde o la muestra que se vió hace dos años en la galería Isla Flotante. Usan materiales de todo tipo: de neumáticos a maples para huevos. De cds a nylon. De moñitos para regalo a caños corrugados. Es como si trabajaran con el amontonamiento de lo que puede y no puede ser entendido como “material artístico” y le dieran siempre otra oportunidad.


Esta vez dispusieron en una vidriera una serie de objetos o armatostes hechos de objetos. Hay que verlos, no me animo a describirlos. Están hechos con elementos de sus trabajos decorativos reordenados. Algo así como instalaciones al borde de una escenografía o grandes adornos propios de un hall plebeyo con intereses barrocos. Los materiales están algo degradados y tienen una vida que se las da quien las ve. Ve eso, no está ahí por otra cosa. Aunque puede estar de casualidad. Se frena, las ve y sigue, como quien recorre un museo, no como quien se divierte en un cocktail. El resultado es el contacto entre las cosas, lxs caminantes y el vidrio como discusión con respecto a lo que no se puede tocar, a lo que se ve mediado.


A medida que las fui viendo me sentí más porteño que nunca. Sentí que estaba ante eso porque estaba caminando, pasé y me quedé un rato. En ningún momento me sentí un “flaneur”, esa palabra gastadisima e inutil para estos lugares. Baudelaire era un flaneur, cualquier parisinx puede serlo, pero lxs porteños caminamos. La vidriera funcionó en ese momento como una compañía, no como algo inalcanzable a las sensaciones o fantasmático o irreal. Daba una sensación de extrañeza ciudadana para bien. No remitía al fetiche de las novedades a la venta. Sentí eso gracias a las obras de Ricas, tan establecidas en sí y orgánicas, tan narrativas y aporéticas. La vidriera por sí sola no agregaba nada, pero la vidriera cumplía su papel gracias a las obras.


Propongo pensar a las Ricas como grandes trabajadoras de los elementos impensados. Les sirve todo, lo nuevo y lo viejo. En una ontología rápida de materiales, todo puede estar en un limbo que sea la fuente de sus realizaciones, nada queda en el suelo. Imaginan en cantidades lo que solemos imaginar suelto. Es que generalmente compran a granel o por mayor. Abrevan de los bienes de uso cotidianos, que usan para otra cosa. Transutilizan las cosas y arman otras. Son ropavejeras de los símbolos contemporáneos para dar con otros símbolos más raros: los objetos artísticos Es como si reciclaran sentido en una época bastante obvia y nos propusieran que la habitáramos de otra manera.



Un filósofo alemán dijo hace cien años que un contemporáneo suyo, Sigfried Kracuaer, era “el trapero” de la modernidad, en tanto podía juntar retazos, lo que queda, lo ínutil o roto, y armar con eso la imagen distinta a la que cada época quiere imponer. Es que la época siempre tiene algo opaco, porque algo de ella ya viene dicho o nombrado por lo época anterior, es inevitable. La definición de época siempre sería fantasmagórica, un poco mentirosa. No quedaría más que sospechar. Para Kracauer las épocas no se entienden tanto por lo que las épocas dicen sobre sí mismas, a la manera de un discurso armadito y lógico, sino por lo superficial, lo que sobrevive en el llano. Esto puede ser tanto la tapa de una revista masiva como los manteles de un comedor obrero o el pullover del empleado de una mercería, “las discretas expresiones superficiales” de naturaleza inconciente. Y agrega: “el contenido fundamental de una época y sus impulsos inadvertidos se iluminan recíprocamente”. Podría definirse una época, entonces, como lo que ilumina sin querer, por contraste, aquello que en una primera ojeada aparece como inutil u ordinario; y serían este tipo de objetos o palabras las que dirían más de la época que las consignas flamantes y categóricas que van armando lo que en esos mismos años la sociología pudo llamar “sentido común”. En aquellas formas y herramientas menores se fijan las Ricas, ajenas al espectáculo de las máquinas y dedicadas a la manualidad, a la cercanía material entre las que hacen y lo que hacen.


La curadora de la muestra, Carolina Cuervo, dice en el texto que las piezas de Ricas son “candidatas a obras de arte”. ¿Esto querría decir que todavía no lo son? ¿Con quién disputarían esa candidatura? De igual manera, me parece justo no ponerles el sello de “obras de arte”. No por una carencia, sino por lo que tiene de promesa o potencia no decirlo a fondo. En ese no saber si decirles “obras de arte” es donde las Ricas pueden discutir con lo que hacen en varios terrenos a la vez: el gusto burgués y quemarlo. El gusto popular y honrarlo. Suscitar el interés de sus pares y tener mucho que ofrecer a la ampliación de todo un imaginario de instalaciones que, desde hace una década, venía muy aferrado a la economía minimalista de galpón y al espectaculo de la podredumbre prefijada. Que algo sea candidato a obra de arte significa que ya lo es, pero no quiero enfocar ahí. En mi opinión, lo más destacable es que hacen artísticamente, como bricoleurs de esquemas que se despliegan de manera inesperada, con matrices artesanales con leves variaciones. Proponen la forma bricoleur artística, el “algo más” del arte. Esto significa que trabajan con una pata en la utilidad y el entendimiento, con métodos racionales, y la otra en la expresión y el juego con los estados de ánimo, con métodos experimentales.


En esta muestra hay una especie de planterío hecho de luces y zapatos, como flores explotadas en un clima propicio, que se llama “Adorno: dialéctica del iluminismo”. La ironía del título es tan importante como su capacidad de complementar con el objeto que titula. Pero también con lo que hacen ellas: discuten el iluminismo (la modernidad y la estridencia estúpida, exitista) con adornos. Sospechan de las ideas que son totalmente ideas y las adornan para comunicarse con nosotrxs. Hacen una crítica de las decoraciones decorando y nos invitan a poner en duda nuestras decoraciones mentales.


Con todo lo que fui viendo y conociendo de lo que hacen, me viene enseguida la sensación de que hay mucho por aprender en sus instalaciones, que son como colegios de la materialidad, el hábito y el brillo. Nos predisponen a una actitud antropológica para todos y todas, cotidiana e inmediata. Ante esto, la sumatoria de chucherías y estructuras grandes o chicas, me genera una imagen, una pregunta: ¿Qué estoy viendo, una escenografía o un santuario laico, un fresco volumétrico hecho de cosas o un mueble? Es ahí donde se imponen con habilidad las Ricas: mientras miramos lo que hicieron, no hay forma de saber qué somos, qué hacemos ahí, porque son alegorías para un mundo nuevo que dura ese rato. Tampoco habría que llamarlas instalaciones, porque ese concepto ya viene nombrado y no alcanza. No son instalaciones, sino algo que todavía no tiene nombre. Hacen objetos que reniegan de la identidad estática, que van y vienen de sus funciones, sean estas decorativas, prácticas o mundanamente divinas.


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