Insistencia y psicoanálisis en una pintura
Franco Di Segni escribió el libro Muerte y destrucción en un cuadro de Sameer Makarius que ahora voy a comentar. Fue pintor, escultor y escritor, Nació en Roma en 1910 y vivió en Buenos Aires desde 1939. Acá se dedicó a conjugar los campos del arte, el psicoanálisis y la teoría grupal, que estudió con Pichon Rivière. En 1960, su amigo el pintor Sameer Makarius escuchaba curioso los relatos de los estudios de Di Segni. Éste le contaba sobre sus trabajos experimentales con grupos operativos y su búsqueda de captar lo cautivante de la obra artística. Ante esto, Makarius le hizo un pedido: que experimente sobre una de sus obras. Di Segni accedió de inmediato: “le solicité que me entregara la obra que le pareciese más interesante y a la cual se sintiera más ligado afectivamente”.
En este libro, reeditado el año pasado por Verónica Rossi y Santiago Villanueva para la editorial Estrella de la Mañana, el autor deja registro de la experiencia realizada con dos grupos de estudio. Tras varios años de trabajo orientados hacia “el logro de la comprensión profunda de la obra de arte” y luego de comunicar sus bases teóricas en el libro “Hacia la pintura - psicoanálisis aplicado al arte”, publica este nuevo relato. Nos cuenta que la muerte y la destrucción, mencionadas en el título del ensayo, surgieron en su mente y siguieron repitiéndose con insistencia. Nos dice que, evidentemente, estos son los temas centrales del cuadro de Makarius y no encuentra razón ni posibilidad de eludirlos.
La historia es así: dos grupos de entre diez y quince personas se reúnen en la observación y discusión sobre aquello que ven en el cuadro en cuestión. Cada uno registra sus impresiones apelando a la técnica freudiana de la “asociación libre”, es decir, al intento de dejar abierta la puerta a lo que del acto perceptivo alcanzamos a recibir para traducirlo sin mediaciones interruptoras de esa corriente que nos recorre hasta llegar al umbral de nuestras psiquis en forma de palabras. El ensayo recopila estas impresiones llenando algunas de sus hojas con registros muy disímiles que, por esto, llegan hasta lo gracioso. Algunos hacen listas punteadas con palabras fugaces; otros separan sus registros en divisiones tentativas como “a) sobre el cuadro” y “b) sobre la emoción”. Mientras tanto, los lectores elegimos confiar en la libertad de las asociaciones y recorrer la experiencia que a lo largo de las páginas nos habla como si fuéramos un miembro más. Este camino de acompañar los registros de cada grupo se vuelve más amigable gracias a que la edición viene con una pequeña versión del cuadro impresa en papel separada del libro.
Los dos grupos se zambullen en el cuadro comentándolo en sus reuniones una y otra vez, aún cuando no tienen ganas. Algunas veces lo mueven, lo dan vuelta haciéndolo mirar para otro lado o poniéndolo como si estuviera de cabeza. Hay quienes manifiestan incomodidad ante este atrevimiento pero lo aceptan.
La lectura de estas páginas condensan el recorrido que Di Segni y sus grupos realizan a lo largo de los distintos encuentros. El afán sintetizado en la fórmula ver-escribir-leer-discutir define su interés al examinar el cuadro. Es interesante la descripción del trabajo grupal en tanto se dan a conocer las sensaciones de crisis y miedos latentes que recorren las conversaciones, y sus posteriores intentos por construir un modo grupal de continuar la tarea. Pareciera que los grupos querían vencer una cierta resistencia que con frecuencia aparecía. Tal vez buscaban entender algo que sabían que les sería placentero aunque trajera consigo un miedo difícil de explicar.
A lo largo del ensayo nos enteramos que las sensaciones respecto del cuadro refieren a una ambivalencia que no solo se expresa en los distintos miembros de los grupos, sino que una misma persona va cambiando su impresión: a veces gusta, a veces no. Lo que destaca Di Segni es que, al conocer mejor al cuadro, van armando su relación con él. Esto no quiere decir que les guste más, sino que pueden seguir aceptando su presencia y la tarea en cuestión: verlo y asociar libremente ante lo que parece decirles, aunque esos dichos les suenen a “no quiero decir nada más sobre esto”.
Algunos sienten angustia y otros serenidad, y los que sintieron una tal vez pasan por la otra. Hay intercambios de sensaciones en una misma persona por la condensación de la obra y, especialmente, por la conversación: los une el decir. Se dicen a sí mismos porque otros ahí también se dirán, y la reunión los convoca a un enfrentamiento, aunque a veces deban encontrarse con el rechazo, con las ganas fuertes de no estar ahí. ¿Qué será lo que los hace continuar ese diálogo? En algún momento se preguntan: ¿por qué estudiamos el cuadro? Y hablan de una tensión reinante y de culpas pasadas (que no terminan de pasar). Dicen que “algunos miran los relojes, como deseando terminar”.
Las listas de sensaciones, imágenes y asociaciones que los grupos hacen son un registro del mirar que conecta los ojos con el corazón y los recuerdos, con las fantasías y los miedos que quisieran mantenerse quietos para no asustar demasiado. Para Di Segni la lectura en clave grupal parece ser el motor de la investigación. Cuenta los procedimientos, las negociaciones y las actualizaciones que en cada caso surgieron a partir de lo que los grupos experimentaron en los distintos encuentros. La universalidad de la muerte, la tragedia que se hace carne y el peligro común llevan a los grupos a protegerse cuando la afección entra en el terreno de lo desmedido y angustiante.
Ayudado por el cuadro, el ensayo nos habla de la vida: experiencias traumáticas e intentos de elaboración. Ambivalencias, deseos de amor y un futuro temido por lo incontrolable. Nos cuenta de los intentos por lograr una tranquilidad casi previa a la experiencia, y de cómo ese camino no puede más que mostrarnos su ambigüedad. Hay angustia por el resurgimiento de una culpa lejana acompañada de sensaciones oscuras, ¿pero no es la experiencia misma del arte un intento de recorrerlas por el borde? Di Segni y sus grupos se enfrentan a un agua fantasiosa en la que van a jugar aún cuando se trate de un charco barroso. Me atrevo a pensar que la evidente tentación infantil del chapoteo resulta estimulante aunque traiga consigo un miedo cercano a lo indescifrable: trae también un goce inequívoco.
Las asociaciones que nos cuenta el ensayo oscilan entre la vida y la muerte, hablan de una “destrucción cercana a un nacimiento reciente”, de una lucha, de un símbolo del no ser. En el desorden gris y la concentración verde que el cuadro les muestra, los grupos alcanzan a ver una cierta unidad que resulta de los medios diferentes. En uno de los encuentros una coincidencia les llama la atención: tanto el pintor como uno de los miembros de los grupos escribieron “muerte y un poco de vida, como una promesa”. Di Segni resume: “¡es imposible renunciar a la esperanza!”.
En lo que dicen ver en el cuadro hay manchas muertas, manchas que no son manchas, muertes recientes y formas perdidas. Hay tristeza, mucha. Hay disolución en partes que no se sabe si alcanzan a integrarse o no, pero que llevan a una pregunta: ¿se volverán a reunir en algún otro lugar? Ven un grito desesperado y tonos alarmantes que los llevan a preguntarse cómo se habrá movido el pintor. Mientras leo imagino un baile de pincel cargado, casi como si se desprendiera una composición sonora a partir del desorden del aire que su cuerpo promovió y escurrió sobre el lienzo. ¿Será que el movimiento de Makarius dejó impreso el sonido del miedo?
Agua, caídas, nacimientos. Hay un querer salir, una tentativa de algo más (¿o menos?). Hay expresiones que se ven, y otras que se desean, aunque en el fondo todas convergen en un punto: quien mira y asocia libremente se está dando un permiso, está apostando a ver un más allá. Quiero decir, la muerte y la destrucción se ven para que la expresión de vida también pueda verse, para que aún en la angustia que desarma nos demos permiso para jugar, para no renunciar a lo que nos dejó esa culpa de la cual no pudimos - ni podemos - escapar del todo.
Los registros que trae este ensayo hablan también de una superficial apariencia cósmica, el sueño de una aventura en el espacio. Dicen que por un momento quisieron creerle y ser seducidos por ella pero que la siniestra vivencia de la muerte se apareció, los devolvió a una realidad tan atroz que resultaba muy difícil de elaborar. Pareciera que esa superficialidad cósmica necesitara de lo siniestro para ser Aventura, una verdadera mezcla de atracción y rechazo. No es la realidad mundana a la que se vieron devueltos tras el rompimiento de esa ilusión etérea: yo creo que se acercaron a la visión de las dos caras de la moneda al mismo tiempo. Y eso, por suerte, es un aterrizaje imposible de elaborar por completo. La dimensión condensada en las palabras “al mismo tiempo” habla de una relación del cuadro con la experiencia física de la vida y el cuerpo: una mujer, dicen, “ve representados tres tiempos: el gris veloz, desordenado y rápido, el verde más estático (tiempo anterior) y el negro estable como tiempo infinito”.
En sus conclusiones Di Segni se pregunta: “¿cómo creer que una auténtica obra de arte esté basada en contenidos tan profundos, tan espantosos y que éstos emerjan en forma cruda, faltos de sublimación?”. Yo me pregunto: ¿cómo no creerlo? Y él nos responde: “el lenguaje ha cambiado, pero el contenido es eterno e invariable”. Creo que la magia de su respuesta es que se puedan invertir los órdenes y que el contenido cambie pero el lenguaje sea eterno, porque con cualquiera de las respuestas seguiríamos queriendo preguntarnos por esa profundidad que nos refleja lo que los ojos miran.
Sobre Muerte y destrucción en un cuadro, de Franco Di Segni, reeditado por Verónica Rossi y Santiago Villanueva para la editorial Estrella de la mañana
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