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Julieta Rosell

La tratamos re mal a Britney Spears


En tiempos de posverdad ya tenemos algunos kilómetros recorridos en el camino de la deconstrucción de los discursos de los medios. Ya tenemos incorporadas varias nociones sobre la posibilidad de los poderes y corporaciones para manipular la creación de narrativas y la distribución de la información. Ya matamos a varios de nuestros ídolos por misóginos o abusadores, y hasta nos aventuramos en terrenos fangosos como el de la cancelación, porque sí, en este camino de la deconstrucción muchxs caen en la volteada y porque entendemos que el fin justifica los medios.


Quienes atravesamos todo el rango de experiencias que supuso los inicios de la conectividad a fines de los 90 tenemos una relación particular con cierto momento en que internet era incipiente. La conexión dial up, el teléfono fijo ocupado, chatear con desconocidxs, entrar a la página de internet de la banda o el/la cantante que nos gustaba y acceder a todo ese contenido inédito que sólo se podía ver en esta nueva y novedosa plataforma. Todas cosas que cualquier millennial de la segunda ola que ya nació con un una conexión wifi y un celular no entendería. Britney Spears y su primer disco aparecieron en este contexto, en la era pre Instagram y Twitter, donde para seguir a cantantes o musicxs mirábamos MTV o MuchMusic. Mirábamos es una forma de decir, más bien consumíamos de una manera desquiciada, al menos en mi caso.


Si ibas a la secundaria cuando salió el video de Baby one more time, quizás caíste en la trampa como varixs; Britney cantando "oh baby baby" era la personificación de lo que muchxs adolescentes querían sentir al menos por un segundo, esa mezcla de “todos me están prestando atención porque la rompo con esta coreo” con ese toque de dramatismo y fatalidad que tiene para cualquier adole sentir que le gusta otrx. En el video de Britney como en muchos otros, todas esas intenciones estaban sigilosamente diseñadas y daban resultado, porque cuando hay toda una cantidad de gente trabajando para generar un producto, como sucede en la industria de la música pop, las cosas por lo general funcionan: y cuando pones cosas o personas a trabajar como un producto, van a ser tratadas como un producto. Ahora bien, unos 20 años después y con el diario del lunes de la caída del patriarcado nos damos cuenta de que la tratamos re mal a Britney. Nos damos cuenta de cómo se sexualizó a una chica de 16 años, como se la acosó de mil maneras diferentes, cómo se la juzgó como madre, y cómo este tipo de acoso no le pasaba ni cerca a cualquiera de los chicos de las boy bands de ese momento, porque eran varones. Y descubrimos que hay una mujer privada de su libertad para tomar decisiones sobre su vida, su carrera y su patrimonio millonario y alejada de sus hijxs, por la decisión de un juez avalado por una ley extraña en un estado aislado de Estados Unidos. Y que además esta privación de libertades está supuestamente basada en un diagnóstico de trastorno psicológico, diagnóstico que nunca nadie conoció. Y como si todo esto fuera poco, para rematar esta historia están los comentarios que postean los fans de Britney a las fotos que sube en IG, con los que le piden pruebas de que está bien, del estilo “viste de amarillo si necesitas ayuda”. (Mención al margen merece la curaduría del IG de Britney, que me parece increíble, y que nos demuestra una vez más que la falta de criterio es siempre un criterio en sí mismo).



En los 90, pre redes sociales, donde las posibilidades del autodiseño para las celebridades (y también para nosotrxs lxs simples mortales), no eran las de hoy, y la mayoría de las narrativas la construían los programas de televisión y las revistas, estas historias de acoso por parte de la prensa y lxs conductorxs de talk shows se repetían reiteradas veces. Porque en los 90, pre algoritmo, había que prender la tele para enterarse de cosas y para consumir contenido. Hoy el algoritmo sabe más sobre lo que nos gusta que nosotros mismos, sabe lo que queremos ver y qué canción nos gustaría escuchar. Sabe qué versión de la historia nos va a interesar más y cuál vamos a repudiar.


Toda esta secuencia cuyo clímax es el inolvidable rapado de cabeza y cuyo final apoteósico es la teoría de que Britney deja pedidos de auxilio en sus publicaciones de IG, está muy bien contada en el documental Framing Britney Spears. Esta trama cuya primera parte conocemos súper bien todxs los millennials, está repasada de una manera que habilita preguntas que ya nos hicimos varias veces, pero orientadas hacia un nuevo blanco, el de la estrella pop: ¿y que tal si nos equivocamos otra vez, si juzgamos mal o si no quisimos ver que detrás del producto Britney había otra mujer víctima de la sociedad patriarcal, de un padre explotador y un novio machista? ¿Cómo es y cómo se ejerce la relación entre salud mental y autonomía y en quién está centrada?


Ahora espero ansiosa el documental que nos revele lo que le pasó a Shakira porque ese tema sí que no lo puedo superar. Mi teoría es que vendió su alma, su pelo negro y sus canciones al diablo a cambio de fama mundial y un novio deportista, pero ya nos enteraremos de la verdad cuando algún productor astuto sienta que es hora de desenterrar ese entramado oculto que no pudimos ver.


#EspiralAños90 edición especial de textos críticos sobre los años 90s

editado por Francisco Lemus y Mario Scorzelli

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