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  • Lucas Ariel Mercado

Linterna parpadea



Hambriento, ¿quién te alimentará?

Si tú quieres pan, ven con nosotros,

los que no lo tenemos.

Déjanos enseñarte el camino.

Los hambrientos te alimentarán.


Bertolt Brecht


La cebra dorada, ¿La cebra es un animal negro con rayas doradas o al revés? Hay algo de mareo.

Cuando cambias las cubiertas del auto se dice que luego es fundamental hacer alineación y balanceo. Son dos palabras hermosas.

Cada cual, rey en su reino.

A veces sueño que el auto “se me va”. Quiero frenar y no puedo, pero no es que vaya rapidísimo y esté por chocar. No, no. Se va despacito, hacia atrás o hacia adelante, aprieto el pedal y falsea. No reacciona. Y yo le digo a la gente: córranse que vamos a chocar! O si voy con gente, nos bajamos con el auto en movimiento y vemos cómo queda incrustado en una boca de tormenta o en un bache municipal prendiéndose fuego.


Existirían dos reinos: uno cotidiano hecho de impuestos, capitalizaciones, deuda, streaming, descuentos comprando desde una app, promoción y rendimiento de publicaciones, dólar ahorro, dólar turista, dólar futuro, objetivos a mediano y corto plazo, de mindfulness, de programación neurolingüística, de Google Chrome.

Y otro: Exactamente igual. Pero vivido conscientemente.


La cuestión es… ¿habría allí un valor? y ¿cómo se manifiesta?

Flor Meyer nos toma de la mano, nos presta un esnórquel y nos sumerge en ambos mundos, el de lo consciente y lo inconsciente. Vacilar en terrenos subterráneos.


Polvos dorados vuelan en el aire de la sala. Veladuras negras sobre delgadas telas y luces puntuales, redondas. Corremos hacia adelante por ese túnel. Cueva de comadrejas, roedores y zorros debajo de troncos de árboles.

“No se fuga uno para atrás, se fuga para adelante”, dice Gabo Ferro. Raíces frescas y húmedas, vamos con las manos abriéndonos paso, cortinas que nos hacen cosquillas pero también nos lastiman y nos dejan sarpullidos en la piel. Comenzamos a gatas, como duendes bajando y bajando, pero luego ya podemos enderezarnos, de rodillas, y luego pararnos y hasta saltar, y estirar los brazos para colocar pepitas de oro en los techos de este camino abovedado.


La luz del exterior se vuelve tenue y nuestras pupilas comienzan a agrandarse, las raíces capilares generan sombras en esta caverna. A nuestra espalda la entrada comienza a desmoronarse, se llena de piedras y tierra. Quedamos a ciegas, o casi. Por el modo en que están iluminadas las obras siempre hay un juego de luces y sombras, de lateralidades. Imposible entrarles de frente sin que nuestra silueta produzca algo sobre cómo vemos las piezas.


El fuego de la vela necesita del oxígeno para arder, de un segundo al otro se apaga.


Texto escrito a partir de la muestra “El Reino de la Conciencia” de Flor Meyer en Delta espacio de la ciudad de Santa Fe.

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