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  • Nicolás Pontón

Seducción y nostalgia

Por Nicolás Pontón



Hacia finales de la década del ´30 Chester Carlson, un abogado e inventor aficionado estadounidense, trabajando a partir de los descubrimientos sobre electroestática del poco conocido físico húngaro Pál Selényi, creó la electrofotografía (más tarde llamada xerografía, del griego “escritura seca” por la empresa encargada del desarrollo de esta tecnología). Carlson se interesó por la reproducción gráfica desde temprana edad; a los diez años creó un periódico llamado Esto y Aquello, copiado a mano y que hacía circular entre sus amigos. Su juguete favorito era un set de sellos de goma y su posesión más preciada una máquina de escribir para niños que una tía le regaló para navidad. Carlson trataría de vender su invención, que entendía como revolucionaria, a grandes corporaciones como Kodak, IBM e incluso a la Marina de los Estados Unidos, pero nadie parecía percibir la relevancia que su descubrimiento de esta tecnología podría llegar a tener, hasta que una compañía familiar productora de papel fotográfico finalmente apostara por su escritura seca y terminara al poco tiempo transformándose en la Xerox corporation y lanzando al mercado sus exitosas máquinas fotocopiadoras.


También hacia fines de los ´30s, mientras Carlson realizaba experimentos en la cocina de su departamento en Nueva York y entre placas de zinc, fogonazos de azufre y olor a huevo podrido descubría como hacer fotocopias, Walter Benjamin y Martin Heidegger en Alemania pensaban y escribían sobre el origen de la obra de arte, sobre su esencia, su suerte en la época de la reproducción técnica, sobre el aura y la pérdida del aura, sobre el original y la copia.


La muestra Estilo e Iconografía de Manuel A. Fernandez y Nicolás Martella presenta -en una sala de exhibiciones contemporáneamente blanca, pulcra e iluminada- una serie de fotografías muy prolijamente enmarcadas y montadas en la pared a una altura inusualmente baja. Las obras son el resultado del escaneo y ampliación de las degradadas reproducciones de obras de arte en los juegos de fotocopias de los que estudiamos y estudian aún les alumnes de las universidades de arte de nuestro país. La mayoría de la obras muestran pinturas o esculturas icónicas de artistas icónicos como Manet, Van Gogh, Constable o Peralta Ramos. En la mayoría de los casos las obras son inmediatamente reconocibles, en otros el nivel de distorsión las lleva al borde de la abstracción y las oculta.


Cuando cursé en el IUNA (ahora, disminuida su institucionalidad, sólo UNA), en la materia Estética I nos dieron a leer los textos de Benjamin La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (texto ubicuo en al menos la mitad de las materias de la carrera en ese momento (como probablemente lo sea ahora alguno de Boris Groys)), El origen de la obra de arte de Heidegger y uno de Jameson que entre otras cosas hablaba de los anteriores y de distintos pares de zapatos. Después de seguramente varias generaciones de copiado, las imágenes que acompañaban a los textos en esas ediciones monocromáticas de página doble por carilla y abrochadas en uno de los ángulos superiores eran también casi irreconocibles. La primera vez que vi las pinturas de los zapatos campesinos de Van Gogh y los zapatos de polvo de diamante de Warhol ambas parecían extrañas y muy oscuras composiciones casi totalmente abstractas de formas orgánicas difíciles de descifrar.


En esos años, antes de la banda ancha, los smartphones y el 4g, el primer contacto con las obras sobre las que leíamos y estudiábamos era así, a través de reproducciones en blanco y negro, demasiado oscuras o claras, deformadas por el grano explotado y la impresión despareja del cartucho de tóner medio gastado. El siguiente contacto era seguramente gracias a las ediciones a color de fascículos de mala calidad y en el mejor de los casos de algún libro de Phaidon o Taschen que ofrecían mejores reproducciones pero apenas de un puñado de todas esas obras icónicas de la historia del arte. Creo que todavía a muchas de ellas sólo las conozco a través de las xerografías de Carlston, o al menos así las recuerdo.


Por estos días, como casi todas las cosas, las máquinas fotocopiadoras comienzan a extinguirse frente al avance de la digitalización del mundo y del archivo .pdf, desapareciendo también el olor a tóner y la estética que las fotocopiadoras le dieron a cartelitos de bandas indie, fanzines y varias obras de arte conceptual (aunque increíblemente también siguen circulando de forma virtual esos mismos juegos de fotocopias, ahora escaneados, que les alumnes de las universidades de arte leen en las pantallas de sus computadoras y celulares).


Después de Benjamin y Heidegger, tantos otros se preocuparon de todo esto de la esencia, los ocultamientos, las deconstrucciones, los simulacros, las muertes, la originalidad de las copias, los flujos y demás. Las obras de esta muestra que más me gustan son las que esconden a sus referentes, las que en el juego de representar un medio a través de otro una y otra vez, empiezan a hacernos olvidar que en algún lado; en uno de los grandes museos de Europa o Estados Unidos rodeadas de turistas, o en la colección de alguna corporación multinacional, de la fundación de un poderoso banco o en la mansión de un coleccionista multimillonario, las obras, esos extraños objetos, están ahí, iguales a como el día en que Constable, Manet y Van Gogh terminaron de pintarlas, y completamente distintas también. Desaparecido el estilo y la iconografía, queda la seducción y nostalgia de esas reproducciones fallidas y precarias, que a fuerza de distorsión y degradación se transforman en otra cosa.




Sobre Estilo e iconografía de Manuel A. Fernandez y Nicolás Martella, en Quimera galería. Apertura: 16 de marzo.



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