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Mario Scorzelli

Sueño del Alva



Estilo cusqueño en el antro místico


Hace más de una década, algo que en la memoria caprichosa se parece a la semana pasada, Daniel Edwin Alva Torres atravesaba la puerta de un lugar que ya casi nadie recuerda y algunos, incluso, se atreven a decir que nunca existió. Un lugar que parece mejor no nombrar, un poco por superstición, otro poco para que crezca el mito. En realidad, cuando los mitos crecen mucho unx olvida que son mitos o, mejor dicho, pasan a vivir entre nosotrxs.


Ese día tenía lugar un encuentro de artistas con un nombre que parecía puesto por agentes de la SIDE: “La granja de rehabilitación para artistas”. Nadie sabe muy bien qué pasaba en esos encuentros, pero dicen que quizás podría tratarse de un programa secreto de inteligencia. Eso no suena tan descabellado para alguien que cree que lxs artistas no ocupan solo un lugar decorativo en la sociedad, sino que son lxs encargadxs de darle forma al mundo. Cuando las cosas no son tan lindas como queremos, una granja de rehabilitación parece un plan más que interesante. Al menos para reconocer que hay algo que está mal, que hay que cambiar y que no es todo culpa de otrxs.


Ahí apareció Daniel, dicen que un amigo del IUNA le comentó en secreto que en algún lugar de Colegiales lxs artistas se estaban juntando para cambiar el mundo. Las indicaciones eran vagas, el rumor decía así: “hay un PH en Colegiales que tiene la puerta de la calle abierta, ahí se juntan lxs artistas. Tiene algo de secta, nadie sabe muy bien que hacen, pero si tenes ganas te podes quedar a dormir.”


Gracias a los bajos precios de los alquileres y la renovada fe en las instituciones, sembrada por el discurso político en los jóvenes corazones, algunxs le han atribuido al kirchnerismo algo de responsabilidad en la autoría de ese tipo de espacios. Pero no todo lo que sucede en este país es fruto de una política estatal de subsidios. Parece algo desmedido atribuirle esta historia al control de precios, al atraso cambiario o a la conquista de nuevos derechos. Sobre todo porque en ese espacio, como cualquier otro genuinamente consagrado al arte, la Ley no parece funcionar muy bien para regular las cosas; y mucho menos el control de precios. Guillermo Moreno, a pesar de su creencia obsesiva en la posibilidad de diseñar una economía planificada basada en el cálculo de costos y ganancias, era absolutamente consciente de las limitaciones de la Secretaría de Comercio para implementar una ecuación objetiva que pueda calcular el valor del arte.


La carpeta que venía abajo del brazo de Daniel era una prueba fehaciente de ese carácter invaluable. Había una docena de dibujos realizados con microfibras y pintados —con acrílicos y acuarelas infantiles— como pintan lxs niñxs, es decir, sin respetar el contorno. Los dibujos, a pesar de su austeridad, tenían algo que recordaba los motivos típicos del arte cusqueño, retratos de familiares y amigos adornados con los característicos ornamentos utilizados en la pintura religiosa occidental. Esas obras de materialidad tan precaria, con un costo que difícilmente superaba el valor del billete de curso legal con menor denominación, parecían continuar a su modo con la invaluable tarea espiritual y doctrinaria iniciada por sus ancestros. De esa manera, aunque sea por un momento, aquel antro místico de Colegiales se convirtió en su propio templo.




Bautismo de Chicha


El bautismo tendría lugar unos días después. En una de las improvisadas celebraciones que se solían realizar por las noches en aquel lugar que no vamos a nombrar pero que algunos llamaban con extraño cariño “el agujero de la miseria humana”. Daniel llegó con una botella de plástico llena de una bebida espirituosa —que no se entendía muy bien que era— y con muchas ganas de ir al baño. Pero, como es habitual en los espacios genuinamente comunitarios, el baño estaba inutilizable, en parte por cuestiones de higiene y plomería, en parte porque había una cola exageradamente larga para alguien con tanta urgencia.


Afortunadamente, y para tranquilidad de lxs lectorxs, después de algunas peripecias que no hace falta contar, sepan que pudimos disfrutar de un buen inodoro. Ese día celebramos nuestra entrañable amistad con un trago de su extraña bebida. El sabor era ligeramente dulce, la textura algo espesa, el color sangriento, pero quizás lo más importante es que parecía tener poderes sagrados. La Chicha estaba destinada a cambiar su nombre y su historia para siempre.


Cuando volvimos a aquel lugar mágico pude ver, a través de sus ojos borrachos, algo así como un espíritu ancestral. Algo que se parecía mucho a sus dibujos, pero que no estaba adherido al papel. Tuve una revelación, en ese momento entendí que cuando nos movemos de acá para allá vamos trazando una línea que no solo es el dibujo de nuestra vida, sino también de nuestrx especie y quizás incluso de toda la materia. De repente, estaba viendo en un dibujo el movimiento del cosmos. Ahí estaban, en sus ojos, los planetas dando vueltas, las personas que caminan sobre la superficie de la Tierra y toda la basura que se acumula bajo los pies.


Por supuesto, para cumplir con la profecía, esa noche Chicha se quedó a dormir ahí, en ese antro místico que quizás solo sea un sueño suyo. Cuando se despertó, sin saber de dónde vino la letra, empezó a cantar una canción como si estuviera conjurando un hechizo:


“Antes era…

Daniel Alva

ahora soy

un chicherito

por las calles

donde voy

tengo una botella

de color violeta intenso

y me mola un montón

los rayo amigo que tengo

todos negros

arte Bah, arte Bah

Corporación malvada

malvada…”


Cuando se despertó Chicha estaba listo para iniciar una aventura que lo llevaría a vagar con sus dibujos entre ferias, galerías y otros espacios en un camino que no estaría ausente de momentos de mutua incomprensión...



“si no fuera por eso del arte, probablemente… nunca nos hubiésemos conocido.”

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