Un circulo que se completa sin cerrarse
Pienso en un texto que sea como una masa acuosa, en una impulsión de lenguaje que revele inmediatamente su capacidad constante de modular los cuerpos: que la revele en la huella misma de esa modulación. Pero quizás pensar no es el verbo adecuado, quizás la intersección racional del pensamiento fácilmente se entrelaza con la direccionalidad demasiado nítida, demasiado articulada del lenguaje. Estoy, como siempre, buscando torpemente el vértice que me permita recomenzar desde el medio, crecer desde el medio como los líquenes, los cristales o las manchas. Pienso (en este caso, busco) en el esquivo pulso germinal que permita seguir, como arrastrado por su violencia y su suavidad, el nacimiento sin límites que pone en juego Tiro al parto.
Durante unas semanas, esta exhibición de dibujos de Florencia Rodríguez Giles convirtió el recinto subterráneo de la Fundación Klemm en un sistema sensible que nos sumerge en un continuo, dinámico y voluminoso juego de correspondencias y oposiciones. No sólo porque toda la muestra está signada por la inagotable colaboración del blanco y el negro, sino también porque nos plantea la tensión permanente de una bifurcación perceptual: entre la sala, dispuesta como una interrelación de cubos, escisiones y líneas rectas, y los cuadros, que nos muestran la reiteración cambiante de una operación orgánica de nacimiento, trazada con las sinuosidades casi traslúcidas, el detallismo minucioso y la presión infinitamente variable del lápiz. Los cuadros contienen (¿sería mejor decir sostienen?) sorprendentes fenómenos de proliferación: se despliegan conjuntos de ondulante pelo, los líquidos se atomizan en multitudinarias gotas, los cuerpos se brotan de ojos, las perlas se enlazan en finísimas cintas sin término; es preciso acercar la mirada como el proyectil al objetivo para descubrir los detalles minúsculos, la abundancia de formas larvarias y reptantes que contrastan con la austera matemática espacial que las engloba. Y, a su vez, hay en los dibujos una dinámica visual que oscila siempre entre lo vacío y lo lleno, entre la concentración exasperada de detalles y las amplias zonas de lisura blanca.
¿Qué es esta extraña envolvencia de Tiro al parto, una especie de globalidad que constantemente se fragmenta, se desvía, se invagina sobre sí, como un esfera siempre interrumpida por una laminación en movimiento? Rodríguez Giles no se limitó a la dimensión visual: coaligó estímulos sonoros, olfativos y lumínicos a las imágenes colgantes; por la reunión de los elementos sensibles que la componen la muestra confiere un atmósfera que inmediatamente se aprehende como global, pero a la vez el acercamiento a cada uno de los cuadros genera una experiencia particularizada de todos esos elementos. Centrados en la región pélvica de diversos cuerpos que no vemos enteros, los siete dibujos expuestos operan el mismo proceso fisiológico de nacimiento; sus criaturas nacientes están en ese parodójico momento en el que dejan de hospedarse en otro organismo pero aún no terminan de emerger como organismos diferenciados. Tiro al parto expone precisamente el parto en todo lo que tiene de paradojal: como una imbricación de cuerpos que transitan una individualidad indefinida.
En las activaciones de la muestra la artista lanzó cuchillos a sus propias obras y éstas, surcadas ahora de grietas dispersas, expulsaron aureolas de pigmento rojo, dejando manchas como charcos sanguíneos en el suelo. Y, dado que la sala está ritmada por la sinergia del blanco y el negro, en ese acto todo el espacio disponible pareció convertirse en una rueda de tiro, extendiendo sobre sí el peligro inminente de una violencia proyectada. Sin demasiada indulgencia con el espectador, Tiro al parto enfatiza las relaciones profundas entre lo proyectual y lo proyectil: lo que se desarrolla y lo que se lanza. El advenimiento hiriente de los cuchillos define la doble dinámica de la exhibición, como cuerpos que van hacia los cuadros de los que a su vez emergen otros cuerpos. Y termina por sumar, a todos los sentidos ya implicados, la dimensión del tacto: donde las armas llegan es donde dejan su llaga, abren un surco que se constituye como la memoria misma de una experiencia física; la hendidura de los cuchillos revela en los dibujos una cualidad epidérmica: es decir, los revela como envolturas y además como envolturas vulnerables. Así, sobre la concertación óptica del blanco y el negro se define el rojo como tercer componente; en la delineación fría, esquemática, de los números que flotan en torno a los cuadros, y también en las rasgaduras ramificadas y en las manchas sinuosas que emanan de los mismos.
No sería preciso decir que Rodríguez Giles expone, en Tiro al parto, la génesis de las criaturas que pueblan su universo performático, escultórico y visual, dado que éstas exigen y recrean sus condiciones técnicas de producción en cada una de sus nuevas apariciones; creo que sería más acertado decir que ha puesto a sus criaturas a generar un tipo particular de génesis, uno que explora determinados estados afectivos contenidos en lo que entendemos como nacer. Me parece adecuado hablar de criaturas en esta ocasión porque el término connota la cualidad plástica de un organismo que se despliega así como el extrañamiento propio de las entidades que no podemos enmarcar en las taxonomías habituales. Una criatura es algo que palpita y crece, un cuerpo en proyección indefinida, una informidad monstruosa; y es también, en algunas ocasiones, un sentido que se reúne sobre sí las exigencias de ternura, cuidado y nutrición. Las criaturas de Tiro al parto no tienen género, no tienen edad ni especie definidas, incluso cabría preguntarse si están efectivamente vivas, o al menos en el estado de regulación respiratoria que solemos percibir como estatus de la vitalidad. Inaugurando un campo de transiciones orgánicas abierto a las hibridaciones inter-especies, y despojado de todo tipo de idealización cultural de la maternidad, Rodríguez Giles explora y traza una modulación plástica del nacimiento: como un diagrama de vinculaciones matéricas, de tránsitos entre diversos esfínteres, de dilataciones y contracciones musculares, de tensiones y relajaciones pélvicas, de ondulaciones sangrantes y flujos desbordados; una circulación que no es meramente corporal sino afectiva (o quizas, mejor, afectivamente corporal): esto es, transitada de sueño, suavidad, desconcierto, agresividad. Por eso decía al comienzo de este texto que se trata de un nacimiento sin límites: Tiro al parto no concibe una linea recta con sus típicos extremos de llegada y partida; tiene más bien la lógica circular del blanco al que se dirige el proyectil, no sólo porque los cuerpos en ella circulan, sino también porque sus cuerpos están inmersos en una circularidad sin expulsión. Si naturaleza es, según lo cerciora la tradición occidental, el inagotable proceso de lo que nace, Tiro al parto constituye en tal sentido una xeno-génesis: un dispositivo necesariamente perceptual que despliega, que produce, que extrae, como desde el fondo de una antigua inercia, un conjunto de sentidos y posibilidades aún desconocidas en torno a la continua generación de la materia sintiente.
Olor a alfalfa, intenso, ineludible; como escucho decir a otra visitante detrás mío: ‘’produce olor a campo’’ —¿una reminiscencia salvaje brotando en el corazón urbano de la Fundación Klemm? Una voz ilocalizable que nos implica en lentas, acuosas fantasías uterinas —¿la voz, quizás, de una nereida? Los cuchillos curvos apoyados junto a los papeles plegados, como meros juguetes de variable uso. Todos los objetos que acudieron, como en una procesión hipnótica, a asistir a Rodriguez Giles en su meditado e instantáneo tiro al blanco. Y, emergiendo de todo eso como en una matemática detenida, el número tres poblando el espacio, invertido. Tres. La figura no termina de cerrarse, interrumpe su progresión y exige por lo tanto que miremos sin prejuicios. Tres: el número a partir del cual la simetría comienza a disuadirse. Tres. El viento pasa sobre el agua, la recorre, la esculpe como una mano sin límite ni peso, mientras la marea imanta el cielo con su impulsión lunar —el misterio que seguirá sin pausa, y más allá de nosotros mismos.
Sobre Tiro al parto, de Florencia Rodríguez Giles, con curaduría de Alfredo Aracil, se exhibió en el museo de la Fundación Klemm desde el 17 de noviembre de 2021 hasta el 18 de febrero de 2022.
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