Un mundo sin sombras
Querido diario:
Ya lo sé, pero no me quiero dar cuenta. Me toca recorrer y habitar una indefinida cantidad de tiempo en una indefinida cantidad de espacios. Parada en el ahora, hay una incalculable cantidad de posibilidades para que lo inmanifestado aparezca. Y yo me pregunto por el lugar de la fantasía y el juego en la creación de la realidad, en la naturaleza de los límites que sofocan mi horizonte imaginal.
Un mundo sin sombras es un mundo empobrecido. El ahora es como el filo de una navaja y la sombra es lo que desborda un algo al ser iluminado. Sólo se conoce a través de las sombras. Si la luz rodea todo el algo, ese algo pierde píxels. Mi máquina biológica interactúa con el entorno a través de sus apariencias. Proyecta también su apariencia al entorno. Todo es máquina, todo es entorno: todo es apariencia. En un frasquito de cristal llevo a cuestas el perfume de mi sombra.
¿Ya viste las sombras nocturnas de plenilunio? ¿Y las que aparecen por un microsegundo en las noches de rayos? Con indulgencia y severidad, contradicen la imagen que construyo de mí misme. Son un tesoro que dejo se hunda en el fondo del mar creyendo hacerlo por mi propio bien. Ahí empieza la aventura, el desafío, el juego, la broma. Quien se enoja pierde. Cuántas cualidades que socialmente se consideran negativas y que suelen aparecer en aquello que critico tan jodido de otres. Pero también se me comprime la ternura y la vulnerabilidad, se me exita el miedo a no gustarte y que no me quieras. El espejo de la soledad refleja mi naturaleza.
Cuando aspiro a ganarme el cielo pierdo la oportunidad de liberarme. La escoria de la condición humana también me habita. He aquí la absurda materia prima de la que nadie quiere hacerse cargo, me incluyo. Enredadas entre los pelos de una bestia, la luna y el sol presienten lo que está más allá de lo que existe y un huevo de obsidiana lo confirma.
Accedo a la sombra a través del símbolo y el ritual. El símbolo es una llave que abre las puertas del mundo. Una vida ritualizada no necesita apelar a la sinceridad ni al sentimentalismo para alinearse con lo cierto. La sombra esquiva la mano de mi conciencia y su procesador racional. En una calabaza hay un mundo que no es el mundo, un mundo más entre miles y desde el cual te escribo, atado a sus lógicas, sus reglas e imponderables.
Nadie te conoce, hay quienes te buscan. Sin esperarte apareciste, ahora tengo una sed que sólo se aquieta cuando descanso en tu misterio. La voz interna se vuelve una traza del ambiente y presiona sobre mi aparato sutil. El mundo se sostiene solo cuando asumo mi rol mediador entre el cielo y la tierra. Un lugar que flasheo no merecer y que me es arrebatado. Mientras tanto, sobreviene una y otra vez el sopapo de la sombra.
Lo que está fuera de mis manos, merece estar fuera de mi mente. Todos los peines llegan al nudo, esta no será la excepción. Pelar el caramelo de esta sombra no es tarea fácil con el largo de mis uñas.
Atención, querido diario, voy a decir algo muy importante: se venció el yogur del héroe. Ya no quiero demorarme matando dragones, sino convivir con ellos sin siquiera intentar domesticarlos. El ser soberano se reservará su derecho a la coherencia: antes soberano que coherente. Recién ahora puedo ver cómo lo im-posible, lo im-pensado y lo im-postergable se trenzan sobre el damero de mi vida. Me ilusiona sentir que mi corazón semilla está germinando.
Daniel Leber
Texto de Daniel Leber para RAYO, exhibición de Fran Stella en Moria Galería
Foto de sala de Santi Ortí
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